Carlos Mayora Re.29 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.
Dicen que dijo Lenin, que para reventar el capitalismo podría bastar la inflación.
Si es cierto, no harían mal en tenerlo en cuenta los que quizá no le concedan tanta importancia al proceso inflacionario. Hasta que las consecuencias terminan por causar tal agitación política y social, que lo que se consideraba una molestia, un error cuya reparación estaba en manos de los economistas, o un mal necesario del libre mercado, termina por darle la razón a Vladimir Ilich.
Si, además de la inflación, se dan elementos para el malestar generalizado, la situación es grave: más temprano que tarde el descontento se instala perniciosamente en la conciencia de la gente, y no hay propaganda gubernamental ni campañas publicitarias que logren erradicarlo.
En épocas de inflación, es sumamente difícil que quienes ven cómo cada vez compran menos con más dinero, dejen de imaginarse que --como reza el dicho--, "el efectivo siempre es el mismo, sólo que cambia de bolsillos". Es decir, que junto con la zozobra, también se instala en el imaginario popular el convencimiento de que "alguien" se está embolsando los dineros, por el procedimiento de manipular precios e inventarios.
De modo que la suma: precios altos+escasez+"fuerzas ocultas"+inoperancia gubernamental+los que se pasan de vivos, da como resultado un polvorín que necesita poco más que una pequeña chispa para estallar en huelgas y desórdenes.
Si, además, hubo quienes que se dedicaron a achacar la culpa del precio de la vida a los "empresarios" y gobierno, convenciéndonos de que los culpables de las penurias económicas de la mayoría son unos pocos ¿cómo persuadirnos de que por arte de los votos todo cambió de un día para otro, de modo que los culpables siguen siendo los "empresarios", pero los funcionarios son inocentes?
La inflación, además, establece condiciones para que los agitadores de oficio cosechen lo que durante décadas han sembrado: los lodos de ahora, son los polvos de hace unos años, regados por la ineficiencia de algunos, y agitados por condiciones que se escapan del control gubernamental: desde los precios internacionales del petróleo, hasta la propaganda que pinta paraísos caribeños, o Shangri-Las suramericanos.
Para colmo, si empiezan a aparecer noticias de despilfarro en instancias gubernamentales, aumentos salariales que tranquilizan los ánimos en el corto plazo pero contribuyen a la inflación en el mediano, desempleo, discursos demagógicos que llenan la cabeza pero no el estómago y otros tantos despropósitos; la receta para los problemas queda cocinada y servida.
Pero lo peor, no es el alto costo de la vida, sino la incertidumbre provocada por la inestabilidad del Estado de derecho y la levedad de la institucionalidad, potenciadas por la inflación. Pues, en último término, lo que pueda pagarse por un pedazo de pan se puede ganar trabajando, pero conjurar un ambiente de pesimismo alimentado cada vez por más señales agoreras, es complicado.
El recurso a pensar en una perversa mega mente detrás de todo lo que está pasando en la economía y sus consecuencias, es muy fácil y frecuente. Ojalá fuera tan sencilla la respuesta a la pregunta por las causas de todo.
Sin descartar que haya pescadores sacando ganancia del río revuelto, ni desechar a priori la idea de que a algunos les interese la turbulencia de las aguas; es válido pensar, también, que los conflictos, huelgas, manifestaciones y relajos podrían tener una causa más prosaica: el puro descontento, la eficaz capacidad agitadora de líderes sociales y la ineptitud de los funcionarios involucrados, a lo que se suman comportamientos alejados de la ética y de la justicia, que siempre terminan por estallar en la cara de quienes los llevan a cabo.
*Columnista de El Diario de Hoy. carlos@mayora.org
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