Manuel Hinds.28 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.
Conforme se va develando la historia de Latinoamérica, se va volviendo obvio que el enemigo del desarrollo democrático del país no puede definirse en términos de izquierda o de derecha, como se pensó veinte o treinta años atrás. Esto, por supuesto, no significa que la izquierda radical que desde esos años ha tratado de convertir a El Salvador en un campo de concentración similar a Cuba no haya sido, y no siga siendo, una amenaza para la libertad, la democracia y el progreso económico de nuestra sociedad.
Lo que significa es que esta izquierda radical es una amenaza no por razones intrínsecas a la izquierda sino por razones que pueden existir tanto en la izquierda como la derecha. Hace varios años publiqué un libro (en inglés) llamado El Triunfo de la Sociedad Flexible (The Triumph of the Flexible Society, Praeger, 2003), en el que notaba que la diferencia entre los regímenes destructivos y los constructivos es la forma de su estructura social. Los destructivos están basados en estructuras verticales en las cuales las relaciones se organizan a través de un autoritarismo que fluye de arriba para abajo, y los constructivos en estructuras horizontales, en las que las relaciones son de igual a igual, organizadas en libertad. Hay de los dos tipos de sociedad tanto en la izquierda como en la derecha. Es en esta dimensión, la verticalidad o la horizontalidad de las estructuras, la que marca la verdadera diferencia entre las sociedades.
De esta forma, el régimen nazi, asociado frecuentemente con la extrema derecha, tenía mucho más en común con la izquierda comunista de la Unión Soviética que con regímenes democráticos capitalistas como el de Estados Unidos. De igual forma, Suecia, normalmente asociado con la izquierda, tiene mucho más en común con los regímenes capitalistas de occidente que con el también izquierdista régimen soviético. La gran destructividad de los regímenes nazi y comunista no provenía de que uno era de derecha y el otro de izquierda sino de que ambos eran verticales y autoritarios.
Lo que queremos, entonces, no es tener un régimen de derecha o de izquierda sino tener una sociedad horizontal que, como en tantos países libres y democráticos, puede tener a veces gobiernos de derecha y a veces de izquierda, todos ellos respetando los derechos individuales. Nuestro verdadero enemigo es el autoritarismo, la verticalidad que destruye la libertad y la democracia.
Pero hay otra lección que aprender. El autoritarismo tiene maneras muy torcidas para tomar el poder, que hacen que mucha gente no se dé cuenta de que está tomando fuerza hasta muy tarde, cuando es muy difícil detenerlo. El camino más usual es el de la corrupción, el uso del poder político para acceder al poder económico y el uso de éste para reforzar el poder político. Una vez que este círculo vicioso se desarrolla, el gobierno se convierte en una presa indefensa ante grupos rapaces, ya que saben que si están en el poder político, tendrán acceso a los fondos del Estado, lo que les permitirá corromper las instituciones para poder enriquecerse a costa de los ciudadanos, lo cual les permitirá perpetuarse en el poder político, lo que a su vez los llevará a más riquezas.
De esta forma, un Estado corrupto se convierte en un ve-hículo para que grupos bien organizados exploten a la sociedad económica y políticamente. ¿Qué es mejor para los grupos tiránicos que quieren eliminar la libertad para imponer ideologías extremas o para abrir paso a sus negocios ilícitos que encontrarse con un país en el que la oposición está comprada y las instituciones corruptas? Un país en este estado puede ser esclavizado fácilmente porque no tiene defensas.
Esta es la lección que la historia de Latinoamérica ha venido enseñando a nuestros pueblos durante los últimos veinte o treinta años. En varios casos, estos pueblos se hicieron los del ojo pacho cuando los regímenes democráticos que emergieron a principios de los noventa se fueron corrompiendo, volviéndose instrumentos de grupos populistas, que sólo estaban interesados en ganancias económicas y en su perpetuación en el poder.
Los partidos de derecha se hicieron los del ojo pacho porque creyeron que era preferible un corrupto de derecha que cualquiera de izquierda. Esto fue un enorme error, no sólo ético sino de juicio político. Con el tiempo, los pueblos han ido viendo que los regímenes corruptos de derecha son el camino más seguro que existe para entregar el poder a la izquierda radical. Como se ha visto en muchos países, los grupos corruptos de derecha no sólo han colaborado con la izquierda radical para lograr beneficios personales --dinero, o la inmunidad contra la persecución de sus actos de corrupción--, sino que también le han heredado los métodos de corrupción para que estos últimos silencien a los medios, a la oposición, a las instituciones que podrían defender la democracia y la libertad. En el proceso, los radicales de izquierda no han podido corromper sin corromperse ellos mismos, sin traicionar sus ideales, olvidando al pueblo para rodearse de lujos y forrarse de plata. De esta forma, la izquierda corrupta o la derecha corrupta evolucionan irremisiblemente hacia la tiranía, comprando a algunos de sus opositores, y usándolos para destruir a los que no se venden.
La izquierda y la derecha decentes tienen que unirse para revertir este proceso, para lo cual tienen que entender que la corrupción y el autoritarismo no tienen ideología. Ellos, no sus rivales ideológicos, son los verdaderos enemigos de la derecha y la izquierda democráticas.
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