Ramón D. Rivas.29 de Enero. Tomado de Diario Co Latino.
(Parte 4 de seis)
Aquí en El Salvador, la ley antipandillas o ley antimaras implementada por gobiernos anteriores fue un ejemplo de ello, porque no fue diseñada por psicólogos, antropólogos, sociólogos y otros científicos sociales que manejan la temáticas de las identidades juveniles.
Y es que todo depende de cuál es el actor que la define. La derecha señala a la izquierda como la causante de la violencia. La cuestión es que para unos, la derecha, y así se escucha, la violencia está en la capacidad de implementar instrumentos represivos y alienantes. Para otros la violencia se desarrolla por la crítica y las acciones contra el status quo.
El campus de los «malos» comienza donde termina el espacio de mi partido o de mi ideología. «Malos» son todos aquellos que no se inscriben en la concepción política a la que pertenezco y los «absolutamente demoníacos» son las personas que se atreven a criticarla o combatirla. Es de esta manera como las concepciones políticas aparecen unidas a concepciones morales. La realidad es que la violencia se reproduce de una manera sorprendente dentro del campo moralista y maniqueo.
Dar es una causa y recibir es una consecuencia: Tú recibes porque estás en una situación violenta y das para acabar con el mal que te acecha en el medio donde vives. El fenómeno se ideologizó entre los buenos y los malos dentro de un sistema insano y conformaron la “ley del garrote”. Eso hizo la derecha. Y esto no solo sucede aquí, sino que también ocurre en muchos otros lugares y contextos del continente, pero con diferentes matices.
En todo caso una interpretación más actual de la violencia en los jóvenes, considero, está en la ausencia de una cultura participativa. Por ejemplo, en los países con gran población indígena donde el cambio generacional es algo que inquieta a los jóvenes y en estas poblaciones el dilema es, la mayoría de las veces, o se sigue con la tradición o se insertan en la modernidad. Pero también no hay que olvidar que la religión y en el mayor de los casos, sus líderes son culpables ya que año 2011 predican con ideas religiosas alejadas de la realidad, que en vez de contribuir al sano ejercicio de la sociedad la confunden, marginan y condenan buenas iniciativas que de seguro resultarían en beneficio de los jóvenes.
En muchos de nuestros países las instituciones religiosas, por su actitud, degeneran procesos; y las víctimas son los jóvenes. Veamos el caso concreto de la vida sexual de los adolescentes en nuestro país, y de ellos el reporte periodístico basado en investigaciones.
Hace algún tiempo, recuerdo, se leía un comentario del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), que aparecía en un periódico nacional y decía: “los adolescentes inician su vida sexual antes de cumplir los quince años de edad…”. Que los jóvenes habrían tenido relaciones sexuales entre las edades de 13 a 15 años y muchos de ellos con dos tres y hasta cuatro individuos… En esa misma publicación, la psicóloga del Centro de Atención Integral a la Salud de Adolescentes (CAISA) explicó que la decisión de los jóvenes de iniciar a temprana edad su vida sexual estaba relacionada con los problemas afectivos.
La profesional indicó que los jóvenes sufren de problemas afectivos, de inseguridad, ansiedad, depresión, riesgos suicidas por falta de comunicación con los padres y porque no se les habla claro sobre los riegos que se puede tener al iniciar una vida sexual tan temprano. Estos problemas llevan a los jóvenes al ‘inicio de relaciones sexuales a temprana edad, a la promiscuidad, a los embarazos precoces, los embarazos múltiples y el contagio del VIH/SIDA”. En ese entonces, la psicóloga indicó que muchas veces los jóvenes tienden a ‘confundir’ el amor con la sexualidad, producto del poco afecto que los padres demuestran o el interés para conocer sus problemas.
Tengo entendido, pero hay que verificarlo aún, que en el hospital de Maternidad, la edad promedio de embarazo se registra de los 12 a los 14 años. Si es así, esto es alarmante. La psicóloga indica que “también existen otros factores para el inicio de las relaciones sexuales a temprana edad, como las presiones de grupo, las programaciones en los medios de comunicación y lo ‘pecaminoso’ de la Iglesia”. Recuerdo que en el 2008, el Estado salvadoreño avaló una guía de educación sexual —y había que complacer a la Iglesia en todo lo que ahí se escribió—, esta guía se impartiría en los centros educativos, (no sé en qué quedó todo esto) con la que se pretendía reducir los índices de embarazos en adolescentes.
Esa no es la solución; el problema es mucho más profundo. Si el fenómeno se visualiza desde la psicología y la antropología y con ello en el marco de la cultura y de ello las relaciones sociales no hay que olvidar que hay una etapa crucial en el ser humano en el momento de la infancia; y los malos recuerdos y momentos son como un sello que va a quedar marcado el resto de la vida. En el inconsciente del joven se van a ir acomodando una infinidad de experiencias; y que si estas han sido no deseadas van a marcar, van a perseguir a la persona el resto de sus vidas influenciando para bien o para mal la conducta de esa persona.
La historia de muchos países —y el nuestro no es la excepción— se puede describir como la de un circulo vicioso en donde los problemas sociales y culturales, que influyen grandemente en la conducta, se han heredado de generación en generación hasta perpetuarse en el tiempo y encerrarse en la cultura de la pobreza, pero pobreza empujada.
En esto, el concepto de cultura de la pobreza fue acuñado por Oscar Lewis en 1959 en su libro Antropología de la pobreza. Cinco familias. Para este antropólogo la cultura de la pobreza es «aquella que tiene su propia estructura y lógica, un modo de vida que pasa de generación en generación. No sólo es un problema de privación y desorganización, un término que signifique la ausencia de algo. Es una cultura en el sentido antropológico tradicional en la medida que proporciona a los seres humanos un esquema de vida, un conjunto listo a dar soluciones a problemas humanos y que desempeña así una función significativa de adaptación».
Este antropólogo norteamericano enmarca el surgimiento de la cultura de la pobreza en contextos sociales con predominio del trabajo asalariado, escasas oportunidades para el trabajador no cualificado y un alto nivel de desempleo. Estos factores se conjugan con la defensa por parte de la clase dominante de valores que promuevan la acumulación de riquezas, la movilidad ascendente y el espíritu ahorrativo, y que definan el bajo nivel de ingresos como el resultado de la incapacidad o la inferioridad personal.
La población más propensa a desarrollar la cultura de la pobreza es la que proviene de los estratos inferiores de una sociedad de cambios rápidos. Considera que en las sociedades primitivas y en la de castas, la cultura de la pobreza no tiene anclaje, mientras que en las sociedades en desarrollo y aquellas capitalistas altamente desarrolladas con una situación próspera, este estilo de vida tiende a hacerse más propenso. Continuará…
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