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2011/01/31

LPG-Cómo pasar de la conflictividad a la armonía

 Era previsible, desde que se instaló el Gobierno que llegaba bajo un signo de izquierda, que se incrementarían las demandas sociales, a la luz del mismo discurso imperante desde siempre en ese sector ideológico del país. Desde la precampaña presidencial, la palabra más aireada fue “cambio”.

Escrito por David Escobar Galindo. 31 de Enero.Tomado de La Prensa Gráfica.

 

La conflictividad que padece el país no es cosa nueva: es, en diversos sentidos, una conflictividad acumulada no resuelta, muchos de cuyos componentes siguen anclados en visiones y formas del pasado.

Y era esperable que al instalarse la nueva Administración creciera el apremio de las expectativas por ver los resultados del “cambio”. El panorama se presentó más confuso de lo que muchos esperaban. Las nuevas autoridades conductoras de la dinámica nacional desde el Gobierno demarcaron su terreno casi de inmediato: no se trataba de un “cambio” con color ideológico, ni mucho menos con adscripción partidaria. Ponerlo así era un acontecimiento sin precedentes, pues lo que en realidad se anunciaba era un Gobierno sin partido.

Veníamos de tener un partido con Gobierno, y ahora se pasaba al otro extremo. Esto da para un análisis de lo que debe ser la relación Gobierno-partido y partido-Gobierno en un sano ejercicio democrático. Vimos ya, en la experiencia vivida, las consecuencias negativas de que el Gobierno se convierta en apéndice instrumental del partido que lo lleva al poder; tendremos que ver las consecuencias de que haya un Gobierno que no articule su gestión con una línea partidaria. De seguro, cuando haya que sacar los debidos saldos de todas estas experimentaciones sucesivas, se llegará a la conclusión de que lo normal es que se dé un Gobierno con partido, lo cual desde luego no significa un Gobierno “compartido”. El Gobierno es el Gobierno y el partido es el partido. Ni la confusión ni el vacío.

Pero volvamos al tema planteado en el título de esta columna. La conflictividad que padece el país no es cosa nueva: es, en diversos sentidos, una conflictividad acumulada no resuelta, muchos de cuyos componentes siguen anclados en visiones y formas del pasado. La realidad nacional ha hecho, sobre todo en estos años de posguerra, un camino constante. Esto es ya una ganancia histórica notoria y notable, dado el arraigo inmovilista que prevaleció por tanto tiempo, como forma asumida con viciosa naturalidad. Pero la realidad no ha sido correspondida por los hábitos mentales ni por las imágenes sustentadoras de los mismos. Es como ir recorriendo una ruta sin animarse a reconocerla como tal. Esto introduce más conflicto en la conflictividad que surge de los problemas fermentados por falta de tratamientos y soluciones pertinentes.

Para muchos es una ingenuidad fantasiosa plantearse la posibilidad de que la armonía logre verdadero protagonismo en el ambiente. Quizás por haber tenido la experiencia viva del proceso de paz desde la interioridad del mismo, soy firme creyente en la viabilidad real de la armonía, y más cuando tengo el convencimiento sincero de que hay condiciones históricas evidentes para ello. Desde luego, lo más importante y decisivo está en la configuración de la estrategia de tránsito de la conflictividad a la armonía; y dicha estrategia exige al menos tres componentes indispensables: disposición, voluntad y apertura. Disposición, que implica poner la mentalidad nacional en plan de avance por la vía de los entendimientos. Voluntad, que significa mover la acción hacia el fin buscado. Apertura, que es disponerse a reconocer sin trauma las diferencias.

A esto hay que sumar un trío de valores también indispensables: tolerancia, respeto y paciencia. La sola mención de estos tres términos genera la inmediata sensación de que si en algo tenemos déficit nacional es en tolerancia, en respeto y en paciencia. En el ambiente se ha venido instalando la distorsión que identifica tolerancia con debilidad, respeto con formalidad y paciencia con apatía. Y esa distorsión lo que provoca es germinación constante de conflictividades inútiles y perversas, que afectan a los individuos, a las instituciones, a las organizaciones y a la sociedad como conjunto. La tolerancia no es debilidad, sino fortaleza constructiva; el respeto no es formalidad, sino factor vital de sana convivencia; la paciencia no es apatía, sino acción ordenada. Así de simple y así de necesario.

Una gran parte de la conflictividad que nos agobia en estos días deriva del manejo equivocado de las actitudes y de la forma superficial e irresponsable de enfocar los contenidos reales de las cosas. Como siempre, son los liderazgos los llamados a dar el ejemplo. En especial los gobernantes, en cualquier nivel, deben comportarse como buenos padres de familia, educadores y ejemplares. Esto implica, desde luego, autoeducación de las élites de todo tipo. Tener poder es la responsabilidad mayor dentro de una sociedad. No es una ganga, sino un compromiso. Y el día en que eso sea visto, entre nosotros, desde dicha perspectiva, de seguro se irá viendo emerger el cambio saludable que tanta falta nos hace, y que es algo muy distinto al “cambio” tan común en la retórica. Así estaremos construyendo lo que más necesitamos: armonía.

Cómo pasar de la conflictividad a la armonía

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