Mario González.30 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.
"La felicidad de uno depende de lo que haces, de lo que das y de lo que recibes…". Esta es una de las frases de los diálogos de la película "Las llaves del Reino", uno de los clásicos del cine que más me impresiona.
Es la vida de un misionero escocés, el padre Francis Chisholm (personificado por el legendario Gregory Peck), que deja la comodidad de su parroquia en Estados Unidos y se va a evangelizar en la China de los años 30, sacudida por las guerras nacionalistas y los despotismos que intentan borrar del mapa su pobre misión a bombazos y fuego de metralla.
Sin caer en lo místico o excesiva contemplación, el padre Francis irradia bondad y humanitarismo (funda un asilo y despensa víveres y medicinas a los pobres), ecumenismo (entabla una buena amistad y cooperación con el pastor protestante de la villa) y comprensión y respeto (uno de sus allegados era un ateo).
Más de medio siglo después de la filmación de esta película, que data de 1944, encontramos en El Salvador a otro misionero que llega en tiempos de guerra, convive con los pobres y comparte con ellos su pan y su libertad: Richard Antall.
El solo sacrificio de dejar su país, como lo han hecho tantos otros (Flavián Mucci, Vito Guarato, Pepe Moratalla, por ejemplo), de cambiar comodidades por limitaciones, inseguridad y problemas, no es de cualquiera.
Ningún padre estaría dispuesto a entregar la vida de su hijo para salvar la de un enemigo y, sin embargo, Dios lo hizo por la humanidad.
Pocos, también, optarían por dejar su vida propia, familia y estabilidad por personas que nunca han visto en su vida y de las cuales, pensarían, no se puede esperar nada a cambio. Ellos sí lo han hecho, como tantos otros cuyos nombres seguramente estarán escritos en el cielo.
La imagen que de seguro siempre guardarán los fieles de monseñor Antall es la del "padre Ricardo", que no le importaba empaparse o enlodarse cruzando ríos a pie y recorrer montes a caballo o en su jeep para buscar a sus ovejas, como el Buen Pastor.
El ejemplo de monseñor Antall nos deja, tanto a consagrados como a seglares, una lección de desprendimiento, fe, obediencia y destierro de la mezquindad, la enfermedad de los tiempos modernos.
Jesús eligió al más imperfecto, pobre e iletrado pescador para darle las Llaves del Reino, porque, según explicó en cierta ocasión, allí el más grande no es el profeta más iluminado, sino el más pequeño entre sus hermanos.
Alberto Cortez decía, de personas como monseñor Antall, que "cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo…".
Con su feligresía y amigos, no le digo adiós, sino hasta muy pronto…
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