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2011/01/30

EDH-La teología del cuerpo

 Luis Mario Rodríguez R.30 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.

Esta semana, la Iglesia ha celebrado la "conversión de San Pablo". Leer las cartas de San Pablo, expresaba el padre Pedro García, en Corazón de María, es conocer en detalle la doctrina del cristianismo. Juan Pablo II, el santo de nuestros tiempos, compartía claramente las enseñanzas de San Pablo. Al inicio de su pontificado, el próximo beato, inició una serie de reflexiones en las que expuso con suprema precisión, las obligaciones, consecuencias y bondades sobre la corporalidad humana a la "luz de lo que la fe cristiana nos dice sobre el valor y el destino del hombre".

La teología del cuerpo no es más que una serie de reflexiones que la Iglesia hace sobre la obligación que todos los cristianos tenemos de considerar nuestro cuerpo como templo del Espíritu Santo. Si eso es así, de entrada deberíamos desterrar de la vida de cada quien, la fornicación, el adulterio y la concupiscencia --apetito desordenado de placeres deshonestos--; "no sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? ¡No lo quiera Dios! ¿No sabéis que quien se allega a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Porque serán dos, se dijo, en una sola carne. Pero el que se allega al Señor, se hace un espíritu con Él" (1 Cor 6, 15-17).

Por el pecado original, aquel que se nos heredó a todos cuando Adán y Eva incumplieron la prohibición que Dios les impuso de hacer y comer lo que quisieran, menos el fruto del "árbol del conocimiento" --el que permitió discernir al hombre entre el bien y el mal--, lo que llevó a los primeros seres creados a imagen y semejanza de Dios a reconocer que estaban desnudos, el hombre debe esforzarse constante y permanentemente, no a volver a ese estado original del que se gozaba en el paraíso, sino a vivir con "pureza de corazón". En el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: "Habéis oído que fue dicho: no adulterarás. Pues yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28).

Benedicto XVI ha denunciado durante los cinco años que lleva en el trono de San Pedro, y aún antes cuando era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el relativismo que está invadiendo al mundo de hoy. Este mal de nuestros tiempos, permite que el hombre encuentre en cualquier religión, inclusive prescindiendo de Cristo, el camino hacia Dios. Da igual entonces la ruta que se elija porque todo es relativo y Cristo se equipara a Buda, el Dalai Lama o Sathya Sai Baba. Por eso, cuando se trata del cuerpo y del respeto irrestricto al que éste debería encontrarse sometido, los relativistas intentan encontrar una explicación que justifique sus acciones o que le facilite la vida cuando violenta la santidad del cuerpo.

"Habéis de saber que ningún fornicario o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios" (Gal 5, 21). Cuando la conciencia se distorsiona, el pecado toma diferentes dimensiones. Se buscan pretextos y explicaciones que fundamenten el uso de la libertad que tenemos como personas para utilizar el cuerpo como nos plazca. El relativismo contribuye a esa deformación de la libertad en la que se escuda la impureza del corazón. "Vosotros hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad como pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a otros por la caridad. Porque toda la ley se resume en este solo precepto: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gal 5, 13-14). Cuando aceptamos que la conversión de San Pablo no ha tenido parangón en la historia después de Cristo, pues habiendo sido testigo fiel del Hijo de Dios en la tierra, cuando en su camino a Damasco quedó cegado por una intensa luz seguida de la pregunta de nuestro Señor, en donde se mostró su corporeidad mística cuando le refirió "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?", las enseñanzas de este apóstol en relación a la pureza del corazón no pueden más que aceptarse sin objeción alguna.

"La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa mantener el propio cuerpo en santidad y respeto, no como objeto de pasión libidinosa, como los gentiles, que no conocen a Dios" (1 Tes 4, 3-5); "Que no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que os dio su Espíritu Santo" (1 Tes 4, 7-8). Sobre las enseñanzas de Juan Pablo II en relación a la teología del cuerpo, hay muchísimo más que decir. Baste ahora con señalar además de lo dicho atrás, que con su ejemplo de santidad, cuyo camino a los altares se acortará cuando sea beatificado el próximo 2 de mayo, tenemos la certeza, que desde nos encontremos y en el tiempo que sea, podemos ser santos y puros de corazón. "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros, y habéis recibido de Dios, y que, por tanto no os pertenecéis?" (1 Cor 6, 19); "Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo" (1 Cor 6, 18).

elsalvador.com, La teología del cuerpo

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