Escrito por Yanira Soundy.07 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.
yanirasoundy@yahoo.com
La violencia en nuestro país es un rasgo característico de su historia y corre como gen en la sangre de la mayor parte de sus habitantes.
Es duro decirlo, pero se asoma no solamente a los rostros moreteados de las mujeres y las niñas, que son el resultado de no acatar las órdenes y reglas de sus maridos, tíos, padres, padrastros, abuelos y madres.
Vemos violencia en la baja autoestima, en la deserción escolar y falta de escolaridad de niñas, salarios bajos de las mujeres. Si revisamos las entrevistas de trabajo, la aceptación social o la política, vemos una clara discriminación en razón al físico, la edad, condición social y discapacidad. Las mujeres no son fácilmente contratadas si sus edades pasan de los “enta”.
Podemos hablar de los derechos de la mujer y decir que tenemos una convención que los enumera y establece la obligación de los Estados Partes a dar cumplimiento a los mismos, pero la realidad que vivimos a diario es otra: no existe mujer o niña en El Salvador pertenecientes a nuestras clases de menor capacidad económica que no haya experimentado algún tipo de violencia o maltrato.
Las mujeres y niñas que son maltratadas física o moralmente consideran que no tienen poder ni derecho para defenderse, ellas son dominadas por su agresor o agresora y no les denuncian por diversos motivos: miedo, supuesto arrepentimiento de los victimarios, promesas de cambio, prejuicio social, ideas religiosas, dependencia económica, falta de confianza en la justicia y el sistema judicial o simplemente porque los agresores son sus propios progenitores o jefes. Todo lo anterior hace que en El Salvador las redes y relaciones violentas continúen con más fuerza.
La agresión sicológica queda grabada en la mente de las mujeres y tarde o temprano sale a la luz en depresiones, suicidios, drogas, alcohol, prostitución y acciones violentas en contra de sus propios hijos e hijas, lo cual desencadena más violencia y hogares destruidos, menores que escapan de sus casas y que se convierten en personas aún más violentas y luego en delincuentes.
El 25 de noviembre pasado se celebró el Día de la No Violencia contra la Mujer. Hubo diversidad de actos y reportajes de este tema, pero a mi juicio para poder lograr frenar y erradicar la violencia es necesario mucho más: necesitamos educar a los niños y las niñas desde pequeños e ir cambiando los modelos de organización cultural, las creencias culturales y esos estereotipos de los roles femeninos. A las mujeres se les exige, además de tener una capacidad profesional óptima, no presentar problemas de horarios y estar acostumbradas a trabajar bajo presión.
A esto se suma la exigencia que tienen al llegar a casa, donde deben realizar los trabajos físicos de limpieza, cocina, lavado, planchado, atención “completa” a sus maridos y cuidado de sus hijos e hijas, revisión de tareas escolares, etc. Y luego en muchos casos, al deteriorarse físicamente son abandonadas.
No permitamos que esta situación continúe así, pues la violencia contra las mujeres nos limita a crecer y desarrollarnos, sabemos de las muchas que mueren asesinadas víctimas de la violencia intrafamiliar.
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