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2011/01/04

LPG-Una ética de la lucidez

 Escrito por Geovani Galeas.04 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.

geovanigaleas@hotmail.com

José Saramago, indignado por la guerra en Iraq, llamó “imbécil” al presidente George W. Bush en una entrevista concedida a la prensa mexicana en febrero de 2004. Era la opinión de un escritor laureado con el Premio Nobel, pero también la de hombre afiliado al Partido Comunista portugués desde 1969. Diez meses después, Saramago dijo a la prensa colombiana que las guerrillas de ese país eran más bien “bandas armadas dedicadas al secuestro y al asesinato”.

En abril de 2003, ese mismo viejo comunista había conmocionado al mundo intelectual y político con la publicación de una carta abierta en la que, a propósito del fusilamiento de tres disidentes en Cuba, decía: “Hasta aquí hemos llegado. De ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo (…) Cuba no ha ganado ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones”.

Su aseveración respecto a las guerrillas colombianas y su posición sobre Cuba, en el sentido de que “el derecho a la disidencia es un acto irrenunciable de conciencia”, provocó que el reconocido intelectual norteamericano de izquierda James Petras, en una carta abierta que expresaba el malestar de una buena parte de sus pares en el mundo, le dijera, entre otras acres recriminaciones: “José, he perdido mi confianza y mis esperanzas en usted. Me ha defraudado”.

Por esas mismas fechas entrevisté a José Saramago para este periódico, por vía telefónica. Entre otras cosas, me dijo: “Soy un hombre de izquierda. No sé si las ideas comunistas siguen siendo válidas, pero es obvio que la injusticia y la opresión continúan”. Y añadió: “Como cualquier ciudadano tengo opinión sobre ese tema. Pero mis preocupaciones como escritor son otras. Lo más prudente es separar ambas cosas”.

Y quizá para enfatizar su posición entre la política y la literatura, me dijo que sus tres autores preferidos eran Franz Kafka, Fernando Pessoa y Jorge Luis Borges, tres escritores muy indiferentes a las luchas políticas y bastante distantes de la izquierda, y en el caso de Borges decididamente inclinado hacia la derecha en su forma más primitiva: las dictaduras militares latinoamericanas de los años setenta.

Una noche del mes de junio de 2005, gracias a una invitación del grupo Santillana, tuve la ocasión de cenar con don José Saramago junto a otros escritores. Él venía precisamente de La Habana. La conversación de sobremesa fue larga, amena y, sobre todo, muy franca. “¿Hubo reconciliación con los cubanos, don José?”, le pregunté. “Quiero a Cuba, pero no me retracto de lo que dije. Ninguna amistad debe ser incondicional; y la opinión política adversa, ni en Cuba ni en Estados Unidos, tiene que ser un delito”, me respondió.

Conozco personas muy cultas que se niegan a leer las novelas de José Saramago porque fue comunista y ateo confeso. Me siento muy distante de ellos y de ese prejuicio ideológico. Celebro, en cambio, que don José sí pudiera hacer a un lado el pensamiento políticamente reaccionario de Jorge Luis Borges, por ejemplo, y reconocerlo como un escritor imprescindible. Yo no comparto las ideas políticas de José Saramago, pero admiro su ética y su lucidez, y sobre todo su prosa musical, densa e iluminadora de la condición humana.

Una ética lúcida es aquella cuyas valoraciones se fundan –en última instancia– no en lo que se piensa y se dice, sino en el resultado concreto de lo que se hace. Históricamente, la derecha ha privilegiado el discurso de la libertad, en tanto que la izquierda ha privilegiado el discurso de la justicia. Son discursos. En nombre de una y de otra se han impuesto a sangre y fuego feroces dictaduras de uno u otro signo.

Una ética de la lucidez

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