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2011/01/05

Co Latino-La privatización de las calles (1) | 05 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

René Martínez Pineda.05 de Enero. Tomado de Diario Co Latino.

Perifraseando una idea que leí hace poco, considero que en estos días, como si
reviviéramos las guerras de alta intensidad, o el “Día D”, la realidad puede ser vista como una ocupación militar.
Y es que, hemos sido invadidos, hemos sido ocupados –tal como los nazis y británicos ocuparon las ciudades europeas en las guerras mundiales; como lo fue Bagdad en los años noventas; o, mejor aún, como fueron ocupados los pueblos en la guerra civil salvadoreña- sólo que, esta vez, los que se desplazan por las calles son multitudinarios ejércitos de publicistas y políticos, que son más letales que las infanterías, pues, usan la estrategia de “tierra arrasada” que no contempla la toma de prisioneros, ya que el botín es la cultura.
Siendo así, quienes nos definimos “de izquierda” estamos obligados a rescatar nuestros países de las manos de quienes los han ocupado bajo el mando del general más feroz del capitalismo: la mercancía.
Como en toda ocupación militar o sitiado de ciudades, lo primero que se hace es bombardear-destruir la zona, para reconstruirla posteriormente a imagen y semejanza del invasor, lo cual provoca unos efectos que son tan sarcásticos como catastróficos.
En la era de las marcas y de la mercancía como dios único y unigénito, por ejemplo, el sarcasmo sarcástico es que, en la medida en que las calles son convertidas en el arma más valiosa de la cultura publicitaria, las expresiones, imágenes y siluetas de la cultura popular se vuelven inaguantables –aunque estén en función de lo que la publicidad busca- y por ello son criminalizadas y perseguidas de oficio o, en el mejor caso, son marginadas, lo que implica una reestructuración cultural regresiva.
Así, en Buenos Aires como en Guatemala o San José; en Porto Alegre como en San Salvador o Guadalajara, la policía es el ejército que hace las veces de patrulla de reconocimiento que “limpia” de enemigos, de símbolos y de sitios alegóricos la zona a ocupar, pues, son la expresión de la cultura alterativa del pueblo que amenaza –con su sola presencia- a la cultura hegemónica.
En el caso latinoamericano, los símbolos a borrar son las pintas revolucionarias o de simple protesta social, los letreros de las tienditas al menudeo, el arte urbano en su expresión popular; los enemigos son los mendigos, las putas tristes, los vendedores de productos “piratas”, las vendedoras ambulantes, los niños y los jóvenes que huelen pega o limpian parabrisas en el semáforo, los vendedores de comida popular (café, tortas, tacos, pan dulce, panes con huevo para los estudiantes universitarios); y los sitios son las plazas públicas, remodelándolas a imagen y semejanza del conquistador, no importa si ello implica –como en El Salvador- destruir impunemente el exiguo patrimonio cultural.
El bombardeo indiscriminado de las calles, se disfraza de leyes rudas que criminalizan a los símbolos populares y a sus portadores-productores, o sea que se criminaliza, en la cotidianidad de las ciudades, todo lo que en ellas es definitivamente público, que es el último lugar de revalorización del capital que falta conquistar.
En el país, la tensión entre la comercialización de los productos populares (o, por su precio, para el consumo popular: ropa usada, cd,s piratas, fruta magullada, verduras ajadas, etc.) y la criminalización de la vida de la calle –para ocuparla y privatizarla para que sea invadida por el gran capital, sobre todo en la capital- se profundizó de forma especialmente dramática y bestial en la gestión municipal de Norman Quijano, que sigue el legado de destrucción ambiental de Mario Valiente, ambos alcaldes del derechista partido ARENA.
Desde la década del 90, el mundo de la publicidad sin fronteras inició una guerra mundial para apropiarse, primero, y destruir, después, las imágenes, productos, imaginarios y símbolos de la cultura popular presentes en las calles, y poder vender en ellas los autos, residencias, perfumes, zapatos, cervezas, hoteles y teletones, ocupando un espacio mucho mayor que los vendedores: en cada calle transitada de San Salvador hay, al menos, veinte anuncios publicitarios y seis postes de telefonía y electricidad. Para lograrlo, la ley le da a la policía el poder para sitiar las calles y confiscar lo que en ellas se esté vendiendo, y para tratar con dureza a los vendedores, en caso de que éstos se opongan.
Para luchar en muchos frentes contra la ocupación y privatización de las calles por el gran capital, amplios y tradicionales sectores populares se están aliando con los grupos más politizados de la realidad (que son, por su naturaleza emergente, una subcultura contrahegemónica y alterativa) para quienes tal proceso es -más por razones ideológico-culturales que económicas- tan alarmante como enajenante, que inicia con la expropiación de ejidos y tierras comunales, continúa con la depredación del medio ambiente para construir centros comerciales de lujo y apartamentos para millonarios, y concluye con la expulsión de los vendedores ambulantes, pues, en su lógica de acumulación, sólo el gran capital tiene derecho a hacer uso de las calles con fines comerciales, no importa que todos los ciudadanos paguen el impuesto de vialidad.
En esa subcultura contrahegemónica y alterativa en términos ideológicos (cuyos portadores preeminentes creen que la revolución social es un tema inconcluso) se comenzó a enarbolar una nueva bandera de lucha: el derecho a las calles, a la sobrevivencia al menudeo, a las expresiones culturales y a todos los símbolos producidos en ellas.
Lo que se entrevé en esa lucha social y cultural que reclama su derecho a vivir de las calles (porque el sistema económico literalmente los ha mandado a ellas) es que esos vendedores de “cosas piratas”; esos militantes de la subsistencia, un tiempo de comida a la vez; esos artistas ideológicos de la carencia; esos “vendelotodo”, seguramente llegarán a construir el movimiento político-cultural más fulminante, masivo y de crecimiento más vertiginoso de los próximos años, superando la experiencia de París de 1968, y harán de las calles, como si se tratara de una fiesta súbita, un colorido lugar de reproducción de la vida y la cultura, con todas las imágenes, colores, olores y sabores que ello implica.
Sin más convocatoria ni protocolo que la necesidad, las multitudes peatonales transformarán, de forma aparentemente casual, una congestionada calle ciudadana en un escenario del realismo mágico, en el que la trama estará referida a la defensa de la vida defendiendo el carácter de bien común de la cultura, que es amenazado por los derechos de autor que, en el fondo, son los derechos del productor.

La privatización de las calles (1) | 05 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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