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2011/01/08

LPG-La ilusión es motor anímico insustituible

 Si algo provoca un vacío casi agónico en la realidad actual del mundo es la ausencia de utopía; y si algo resulta cultural y socialmente depredador en todas partes es la crisis de la ilusión como componente motivador de las vidas personales.

Escrito por David Escobar Galindo.08 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Hay cuestiones fundamentales de las que casi nunca se habla, bien porque se las considere casi frívolas, bien porque se las ubique en el plano de lo ingenuo. La verdad es que los seres humanos, prácticamente sin excepción, nos movemos por impulsos emocionales mucho más que por conceptos racionales. Y al ser así, es temerario dejar de lado o mantener guardados en las gavetas de los objetos de uso rutinario esos pequeños dínamos del día a día, que es donde verdaderamente nos movemos y somos. Es cierto que los sentimientos son privados, y así la cultura ha venido diz que ordenándolos a su gusto; pero también es cierto, y con más convicción de verdad, que de tal privacidad surgen todos los pálpitos del ser colectivo, aun el global. Y esto lo vemos hoy con más evidencia que nunca, al hilo de la virtualización en ritmo creciente.

Entre los motores existenciales más efectivos e insustituibles, la ilusión ocupa un lugar de primer orden. Cada ser humano necesita —y es necesidad más expansiva que las del cuerpo, pues es necesidad del alma— una ilusión que mueva los complejos cordajes de la voluntad, y que lo haga con fuerza inspiradora no con apremio de fatalidad. Acudamos al Diccionario de la Lengua Española para recoger los significados posibles de la palabra ilusión. Curioso contraste: hay uno negativo, otro desafiador y dos claramente positivos. El negativo: “Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos”. El desafiador: “Ironía viva y picante”. Y los positivos: “ Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo” y “Viva complacencia en una persona, una tarea, etc.”

Como explica Julián Marías, el filósofo español en cuyo texto básico estudiamos la introducción a dicha disciplina allá en los inicios del estudio del Derecho, la lengua castellana es la única que tiene incorporada la acepción positiva del término ilusión. Este es un mérito lingüístico trascendental. Pero la definición del Diccionario oficial no satisface. A mí me convence mucho más la que trae el clásico Diccionario de Uso del Español de María Moliner: “Alegría o felicidad que se experimenta con la posesión, contemplación o esperanza de algo”. Pero aun esta se me queda corta. La ilusión es una especie de aspiración inspiradora; es decir, un móvil motivador que se proyecta hacia el logro de algo que vale la pena, en especial para el sujeto que lo anhela. Es, por ello, una de las más sensibles fuerzas de creación anímica.

Debo confesar que ninguna de las definiciones de ilusión que conozco me satisface a plenitud. Y entonces no me queda más que ensayar una para uso propio, ya que le otorgo —al menos en lo que a mi propia experiencia corresponde— un papel tan determinante en el destino personal. Veamos, pues. La ilusión es el propósito esperanzado de alcanzar un objetivo de autorrealización, sea cual fuere su naturaleza o su magnitud. Así, la ilusión puede encarnar en infinidad de formas, desde lo más inmediato hasta lo más sublime, desde lo más casual hasta lo más existencial. Pero cualquiera que fuere la forma de la ilusión, esta no alcanza la auténtica condición de tal si no va acompañada de un impulso capaz de ponerla en sintonía íntima con la vida. Un impulso tal que implique poner todo lo que el ser tiene a su disposición para avanzar hacia el logro anhelado.

A esto es a lo que Julián Marías llama “desvivirse”. El notable filósofo español, desaparecido no hace mucho, escribió en 1984 un opúsculo excepcional, que me dio en el clavo desde que lo leí en 2002: “Breve tratado de la ilusión”. Y el último párrafo de ese breve tratado dice, como resumen suficiente: “La forma plena y positiva de desvivirse es tener ilusión: es la condición de que la vida, sin más restricción, valga la pena de ser vivida. Esas dos palabras nuestras españolas (“ilusión” y “desvivirse”, acoto) nos permiten descubrir, desde nuestra propia instalación, una dimensión esencial de la vida humana”. Algo querrá decir, en nuestro beneficio no sólo lingüístico sino sobre todo humanizador, que esas dos palabras sean patrimonio nuestro, de los hispanohablantes. Son cuentas vivas e incomparables de nuestro rosario de milagros culturales.

¿Qué haríamos sin ilusión personal? ¿Qué haríamos sin utopía colectiva? Ilusión y utopía son sinónimos umbilicalmente emparentados. Si algo provoca un vacío casi agónico en la realidad actual del mundo es la ausencia de utopía; y si algo resulta cultural y socialmente depredador en todas partes es la crisis de la ilusión como componente motivador de las vidas personales. Tenerlo presente en lo que significa es determinante para el gran desafío que a todos nos compete: redimensionar el vivir conforme a las posibilidades y oportunidades del presente y del futuro.

La ilusión es motor anímico insustituible

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