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2011/01/06

LPG-Editorial-La función docente como factor vital para el desarrollo

 El Estado ya no puede seguir desentendiéndose de esta problemática, que está en la raíz de lo que necesitamos y de lo que queremos para el presente y para el futuro.

Escrito por Editorial.06 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Se ha dado a conocer el resultado del más reciente estudio del Programa de Promoción de la Reforma Educativa en América Latina y el Caribe (PREAL), y en él se reitera la constatación de un fenómeno que se advierte a diario de muchas maneras y con diversos efectos: el descenso que viene sufriendo la docencia en áreas significativas como su prestigio y estatus social y su estima ocupacional. Es evidente, y los hechos de la vida lo demuestran dramáticamente en todas partes, que si bien ha habido un desarrollo impresionante en las áreas tecnológicas de la educación, viene dándose, desde antes, un deterioro progresivo en el vital aspecto humano de la formación; y esto puede advertirse en tres ámbitos: el familiar, el escolar y el social.

La familia es cada vez menos formativa del carácter y de la conducta; la escuela, en sus distintos niveles, es cada vez menos modeladora del intelecto, de la voluntad y de la disciplina; y la sociedad es cada vez más descuidada respecto de la suerte real e individual de sus diversos componentes humanos. En suma, pareciera que se ha venido retrocediendo en todas partes en el ingrediente más sutil y determinante del proceso formativo, que es la inspiración motivadora. Y en este punto está ubicada la función básica del maestro, que es la de conectar creativamente con el que aprende, de modo que se dé la vinculación virtuosa del verdadero conocimiento, que es la base de la autorrealización personal y colectiva.

En nuestro país, no está aún muy remota la época en que la profesión docente tenía un reconocimiento nacional y comunitario muy representativo. Esto empezó a deteriorarse a partir de los años sesenta, cuando la politización gremial contaminó los legítimos empeños reivindicativos y cuando el Estado, con la intención presunta de controlar el fenómeno organizativo, desarticuló el sistema de formación estatal de docentes, que encarnaba en las antiguas y muy respetables Escuelas Normales. Fueron muy deplorables ambos fenómenos, cuyas consecuencias estamos pagando en forma tan costosa y desestructuradora.

Recuperar los niveles de reconocimiento social e institucional de la profesión docente requiere toda una política que abarca distintos aspecto, desde el económico hasta el motivacional. En primer término, hay que hacer mucha conciencia en el hecho de que el maestro es un forjador de vida y no un simple transmisor de conocimientos. Al maestro hay que estimularlo con reconocimientos a la excelencia, con estímulos formativos adicionales como especializaciones y acceso a las nuevas dinámicas internacionales, y con incentivos para ir ascendiendo en su carrera, entre otros. Lo más grave ha sido la inercia y el estancamiento, sobre todo en un ejercicio profesional que es, por su propia naturaleza, tan dado a la creatividad.

Hemos dicho cuantas veces ha sido oportuno, y seguiremos diciéndolo, que el Estado está en la obligación perentoria de revivir, conforme a las condiciones y posibilidades de estos tiempos, el espíritu que imperaba en las antiguas Escuelas Normales. No es casual que haya tres profesiones que tradicionalmente se fundaron en la formación claustral: el sacerdocio, la milicia y la docencia. Los tiempos pasan, las formas cambian, pero las esencias permanecen. El Estado ya no puede seguir desentendiéndose de esta problemática, que está en la raíz de lo que necesitamos y de lo que queremos para el presente y para el futuro.

La función docente como factor vital para el desarrollo

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