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2011/01/05

LPG-Deseos para el 2011: respeto para el peatón

 Escrito por Ivo Príamo Alvarenga.05 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.

 ipalvarenga@telemovil.net

Una madre envió a su hijita a comprar frutas. Fueron a decirle que la había atropellado un vehículo. Al llegar al lugar, en vez de la ternura de su niña y los frutos, se encontró un amasijo de ropa, carne, sangre y... frutas. Una rastra le había pasado encima, triturándola con sus doce ruedas. Al conductor, si se dio cuenta de lo que había hecho, no le importó y siguió su ruta.

Un abuelo caminaba de la mano con su nieto a la orilla de la carretera. Una rastra los lanzó a 30 metros y, desde luego, murieron en el acto. El chofer continuó su camino.

Estos y muchos casos parecidos se deben a la conducción no temeraria sino bestiaria de los pilotos de esos gigantescos furgones, que circulan a 100 o más kilómetros por hora en las carreteras y a velocidades espeluznantes en los centros poblados. Pero también los causa esa curiosa idea de los diseñadores de vías interurbanas o urbanas, los cuales parecen creer que los peatones no existen; o carecen del derecho a circular.

La casi totalidad de las vías proyectadas para tránsito rápido, incluyendo los pasos a desnivel, no dejan espacio para que caminen los transeúntes. Los “accidentes” mencionados pudieron haber ocurrido porque los viandantes iban por, o apenas a un lado de, la raya que marca el final del asfaltado, sintiéndose a salvo de los automotores ordinarios, sin prever la ancha mole de los monstruos que se los pasaron llevando. A los dos lados de las carreteras, debiera dejarse, y dársele mantenimiento, una franja suficientemente amplia para personas a pie y vehículos de tracción humana o animal.

Lejos de eso, frecuentemente se deja al centro de la vía una pesada valla, o una gran hondonada, cuya intención se diría es que quien nace a un lado de la carretera, ahí debe morir. La gente que es testaruda o no tiene otra alternativa que caminar 10, 20 o 30 kilómetros hasta la próxima antiestética, peligrosa e incómoda pasarela; o hasta el más cercano “retorno” (hecho para los vehículos, no para la gente) se salta las vallas o vadea la hondonada. Lógico y humano sería dejar cada cierto trecho, más corto entre mayor sea la densidad de población, cruces peatonales marcados no solamente por las rayas blancas que a los conductores les importan un bledo, sino por reductores de velocidad efectivos, no como las inútiles reglitas que cierta autoridad de tránsito mandó a poner en la proximidad de las escuelas rurales.

A propósito de rayas blancas, he referido varias veces que en Europa y otras regiones civilizadas del mundo, quien atropella al que va por las llamadas “líneas cebra” es reo de un delito gravísimo, no de la infracción “culposa” que entre nosotros deja impunes horribles asesinatos cometidos con automotores. Las autoridades y entidades bien intencionadas hacen llamados a las personas para que crucen la calle por las esquinas, como si para el peatón hiciese alguna diferencia el ser atropellado allí o a mitad de la cuadra.

Asesinato, sí, de eso debieran ser condenados los que matan gente por imprudencia temeraria al volante, o por negligencia inexcusable en el mantenimiento de un vehículo, sobre todo si es de transporte público, caso este en que similar responsabilidad tiene el dueño o encargado del mismo.

Ya que hay una imposibilidad o incapacidad de evitar las muertes o lesiones con armas, los salvadoreños se merecen que al menos en materia de tránsito terrestre se dicten y apliquen leyes que los protejan. Con solo eso que nos trajera el 2011, sería un excelente año.

Deseos para el 2011: respeto para el peatón

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