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2011/01/17

LPG-Democracia y desarrollo: claves actuales de nuestra identidad

 La democracia es un régimen de vida que, si bien es cierto que tiene su más visible expresión en el ámbito de la política activa, incide de manera fundamental en prácticamente todos los espacios de la realidad, es decir, del quehacer vital de todos. Para que la democracia funcione de veras como tal requiere un compromiso efectivamente compartido de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo en el cuerpo social e institucional. Cuando esto no sucede, se corren dos riesgos casi seguros: la banalización y la desnaturalización. Democracias banales son aquellas que funcionan bien en la apariencia, pero que dejan sobrevivir a sus anchas, bajo el ropaje de las formas, los vicios tradicionales; democracias desnaturalizadas son aquellas que se vuelven sirvientas formales y sumisas del poder avasallador.

Escrito por David Escobar Galindo. 17 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Vamos hacia la comunidad latinoamericana, abierta, diferenciada, funcional, porque las condiciones del fenómeno global lo hacen no sólo posible sino inevitable.

Los latinoamericanos estamos haciendo, ya con varias estaciones, la primera jornada conjunta de democratización, a partir de los años ochenta, cuando colapsaron las últimas dictaduras militares y se fueron apagando los movimientos revolucionarios en armas. En realidad, lo que se agotaba eran las estructuras autoritarias al viejo estilo y las insurgencias que abanderaban la revolución marxista-leninista. La democracia se presentaba, en aquellos días, como una especie de recurso salvador, que llegaba con augurios inspiradores y con desafíos inquietantes. Pero muy pocos, en tan apremiantes momentos, se atrevían a disputarle a la democracia la frescura motivadora de lo que los más entusiastas llamaban el nuevo amanecer luego de prolongadas y turbulentas tinieblas. No podía pasarnos nada más angustioso que lo que nos había venido pasando.

Sin embargo, despertar de las pesadillas siempre es más fácil que organizar la vida en la vigilia. Y eso se vio en América Latina en los años subsiguientes. Y además, la claridad recién inaugurada, y por eso mismo aún contaminada de muchas penumbras de diversa densidad, iba dejando ver un hecho por demás real, aunque en los tramos de turbulencia generalizada quisiera ser menos evidente: el hecho de que cada país es un mundo y que la región es un mosaico difícilmente describible en conjunto. La democracia es por naturaleza desveladora y reveladora, y eso fue notándose en el día a día, y ha seguido y seguirá haciéndolo en función de su ser espontáneo e inconfundible. El trayecto de la democracia latinoamericana viene desnudando las psiques de todos una cada uno de nuestros países, lo cual es ya una ganancia de gran valor.

Ese desnudamiento lleva consigo una virtud que de seguro será vital para encarar las etapas evolutivas que se nos vienen, a cada uno de nuestros países y a la región en su conjunto. Para empezar, el concepto de “identidad” está de nuevo sobre el tapete, y hoy con unas palpitaciones que no tienen nada que ver con los “sueños unitarios” del pasado. Es claro, y cada vez más claro, que la identidad, tal como nos la reclaman tanto el presente en marcha como el futuro en perspectiva, viene atada a dos tareas esenciales e insoslayables: democracia y desarrollo. Democracia multicolor y desarrollo multimodal. Porque sólo al poner a funcionar en positivo las diferencias de forma es factible ir levantando articuladamente las afinidades de fondo. Esto requiere, en primer lugar, un ejercicio anímico integrador.

En otras palabras, la identificación de la comunidad latinoamericana debe ser el primer paso hacia esa nueva expresión de unidad acorde con los tiempos en movimiento. Esto, que antes fue el sueño de unos cuantos iluminados históricos, es ahora una demanda concreta de la realidad. En el camino hay fantasmas que pugnan por revivir y distanciamientos que se aferran a su propia irrelevancia. Pero esos no pasan de ser, a estas alturas, perturbadores incidentes de recorrido. No hay que dejarse impresionar por los “petates del muerto”, como el cacareado “Socialismo del siglo XXI”, cuando la “Revolución cubana”, con todo su oropel matusalénico, está siendo desmontada por los mismos comandantes originarios, ya casi in artículo mortis. La democracia es el único horizonte sostenible, y el desarrollo la única misión realizable.

Vamos hacia la comunidad latinoamericana, abierta, diferenciada, funcional, porque las condiciones del fenómeno global lo hacen no sólo posible sino inevitable. ¿Cuándo? Desde ya, porque este es un proceso. Todas las visiones positivas sobre nuestro futuro regional tienen, de alguna manera, arraigo integrador. Desintegrados nunca llegamos a significar mucho, por decirlo en forma respetuosa; integrados –comunitariamente, y no en bloques artificiales—tenemos asegurado nuestro lugar en el mapamundi activo y proyectivo. Ya estamos en el camino, y esto hay que concienciarlo con suficiente claridad y voluntad para hacerlo factor de avance. La globalización tiende a disolver fronteras, y las mentales son las que más trabajo demandan. Los latinoamericanos, expertos en fronteras, debemos darle vuelta a esa perversa habilidad.

Democracia y desarrollo: claves actuales de nuestra identidad

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