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2011/01/10

LPG-Al derecho y al revés

“El año 2010 cerró como debía de haber cerrado”. Esta frase –recogida de manera textual y destacada por LPG en su edición del domingo antepasado– me sirvió de punto de partida para ofrecer mi versión sobre lo acontecido en el campo económico, durante el debate que días antes promovió el periódico entre cuatro economistas.

Escrito por Juan Héctor Vidal.10 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.

Después de esa frase –que no dice mucho– hice una elaboración del porqué el crecimiento de la economía no había llegado ni al raquítico 1% que se había pronosticado al principio del año, aunque en el balance el resultado haya sido positivo en comparación con el desastroso desempeño de 2009, cuando el PIB decreció en 3.5%. Sugerí que tampoco ese repunte era un gran mérito, porque nos mantuvo a la zaga en Centroamérica y en toda la región solo superamos a Haití y Venezuela, replicándose el fenómeno que se viene observando desde hace quince años.

Como dicen los expertos, los motores del crecimiento siguieron apagados, lo que podría interpretarse también diciendo que el país sigue entrampado en problemas estructurales de vieja data, aunque en muchos aspectos dé la impresión de modernidad y hasta de opulencia. Una cantidad de celulares que excede con mucho el tamaño de la población, centros comerciales repletos y principales arterias saturadas de vehículos a escoger, pueden ser expresiones de buen vivir, pero que no encuentran explicación en un país que invierte poco –y por mismo no crece lo suficiente– para darse esos lujos.

Esa, a la que yo llamo la “otra economía”, es una expresión clara de un sistema productivo ineficiente, de una sociedad buscadora de rentas y de un “efecto demostración”, término acuñado por Duesenberry, que se aplica a aquellos hábitos de consumo que se copian de sociedades avanzadas.

Además, la baja productividad de todos los factores, la delincuencia desbordada y la débil institucionalidad, cuya interacción potencia las deficiencias estructurales del sistema económico, siguen allí. Estos son causa, y a la vez consecuencia, de los bajos coeficientes de ahorro-inversión, de la excesiva dependencia de los bienes importados para suplir una demanda de consumo que supera el ingreso nacional (sin duda bajo la influencia de las remesas) y la creciente tercerización de la economía. A la vez, esto incide de manera directa en la dinámica y calidad del crecimiento, haciendo más difícil la superación de la pobreza y la marginación social. Al final, todo esto se traduce en un círculo vicioso difícil de romper.

Es comprensible la dificultad de cambiar drásticamente la situación económica imperante, por los factores adversos que han mantenido virtualmente anclado al país por muchos años. Esto, a pesar de que Estados Unidos, del cual dependemos tanto, ya está dando algunas muestras de recuperación. Aun así, seguimos sin avizorar un repunte vigoroso en este año y en los próximos, porque las bases del sistema económico son muy frágiles y el factor político-ideológico dificulta su fortalecimiento.

El hecho de que estemos en un año preelectoral agrava el problema. Tradicionalmente, el sector privado se ha comportado bastante cauteloso con cada evento electoral; con mayor razón lo hará en esta oportunidad, especialmente si la izquierda radical no da muestras contundentes de buen juicio y moderación. A la precaria inversión privada que se prevé, se agrega una situación fiscal cada vez más comprometida –aunque paradójica y precisamente por la atonía que muestra el componente privado– el gobierno ha contemplado una inversión récord para 2011. Ya veremos si los resultados compensan el menor esfuerzo privado. En cualquier caso, el ejercicio gubernamental vale la pena, ante el nulo espacio que tiene para hacer política económica en la parte monetaria.

En este escenario, el CES puede jugar un papel catalizador importante. Con sus acciones puede contribuir a moderar el extremismo ideológico y el fundamentalismo económico, que es donde reside gran parte del problema.

Al derecho y al revés

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