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2011/01/05

EDH-Todavía

 Federico Hernández Aguilar.05 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.

Padre e hijo estaban sentados en el patio. Mientras el chiquillo jugaba con las hojas que caían sobre la grama, producto inevitable de un coherente otoño, el progenitor pasaba las cuentas del Rosario, una a una, entre los dedos. De pronto, impulsado por esa curiosidad primigenia que sólo en los infantes adquiere forma de respingo, el hijo inquiere: "¿Cómo es que no te cansas de repetir las mismas cosas?".

El padre, que conoce perfectamente las consecuencias de eludir las preguntas serias de los niños, responde a su vez con una socrática interrogante: "¿Te has puesto a pensar qué pasaría si Dios se cansara de repetir las hojas de los árboles o las rosas de los jardines?". El chiquillo medita un rato, al punto que nadie hubiera podido asegurar que su silencio fuese más elocuente que sus ojos fijos en el pasto. "No", responde por fin.

"Pues bien", prosigue su papá. "Las continuas expresiones de cariño que me oyes repetir en estas oraciones vocales vienen a ser mi modesta forma de agradecerle a Dios por las hermosas repeticiones que me regala cada día, materializadas en un nuevo amanecer, en el trino de un pájaro, en las rosas que engalanan nuestro jardín, en los besos de tu mamá o en cada uno de tus abrazos, hijo mío".

El chico vuelve a quedarse pensativo. La explicación, de momento, parece haberle dejado satisfecho. Se pasea un rato entre las plantas del jardín, depositando alternativamente sus ojos en cierta flor, en algún insecto o en la figura de su padre rezando. Finalmente, dejándose llevar por el afecto y la sencillez, abraza a su progenitor por detrás. "Te quiero mucho", le dice. "Y yo tampoco quiero cansarme nunca de repetírtelo".

La escena antes descrita ilustra algo que los sofismas del pensamiento moderno no alcanzan a discernir: la vida se transforma en un permanente canto de gratitud cuando empezamos a evidenciar la gratuidad de que está rodeada.

Este asunto, para nada trivial, hacía recordar a Chesterton que la intuición asombrada de los pequeños milagros que componen la existencia humana asegura, a la larga, un notable retroceso del envejecimiento interior, porque impide que las explicaciones puramente materialistas de los fenómenos naturales nos hagan rechazar la mente poética que los concibe.

En su magistral "Ortodoxia", libro que ningún realista de nuestros tiempos debería esquivar, Chesterton ofrece el siguiente punto de vista: "Los niños rebosan vitalidad por ser espíritus libres y altivos; de ahí que quieran las cosas repetidas y sin cambios. Siempre dicen «hazlo otra vez», y el grande vuelve a hacerlo hasta que se siente morir. Porque la gente grande no es suficientemente fuerte para regocijarse en la monotonía. Pero talvez Dios sea bastante fuerte para regocijarse en ella".

"Es posible que Dios diga al sol cada mañana: «hazlo otra vez», y cada noche diga a la luna: «hazlo otra vez». Puede que todas las margaritas sean iguales, no por una necesidad automática; puede que Dios haga separadamente cada margarita y que nunca se haya cansado de hacerlas iguales. Puede que Él tenga el eterno instinto de la infancia, y que sea un Padre más joven que nosotros. La repetición en la naturaleza puede no ser un mero recomenzar; puede ser un teatral «todavía». El cielo puede decir «todavía» al pájaro que puso un huevo".

Ese teatral, generoso y espléndido "todavía" que Chesterton pone en la mente divina visita mi casa (he de confesarlo impudorosamente) a cada rato. El "todavía" que mayor conmoción nos ha causado, sin embargo, lleva seis meses poblando, a sus anchas, el vientre de mi esposa. Dice la ultrasonografía que será niña, y que amenaza con venir a curarnos del germen insano de la comodidad.

La preparación mental para el acontecimiento ha incluido retozonas navegaciones por el futuro cercano, del que tanto mi esposa como yo solemos admitir pocas presiones. Ha resultado ineludible garantizarnos, para el caso, la provisión de vestiditos, zapatitos, pañales y demás utensilios que van otorgando permanencia a la idea, gozosa y azarosa al mismo tiempo, de habernos creído lo suficientemente audaces para aceptar esta prolongación de nuestro amor con que ha querido bendecirnos la Providencia.

Pero ni las previsiones más aguerridas habrían conseguido la total demolición de nuestras ansiedades. Eso lo ha logrado (o ha empezado a lograrlo) la absoluta confianza en una bella certeza: Dios quiere repetirnos lo de siempre.

Como si se tratara de un eterno pronóstico climático, vuelve a decirnos el Señor que su búsqueda por el ser humano, por el corazón humano, sigue inconmovible. Simple y llanamente, no ha querido cansarse de nosotros quien tampoco se ha cansado de poner el sol en nuestras ventanas cada mañana. Continúa sin economizar sabores y colores el mismo que nos regaló paladares y miradas. Se empeña en obsequiarnos su bondad el que no quiere renunciar a que seamos libres, incluso para escoger la maldad.

Dios busca "lucirse" con cada uno de nosotros, también en este 2011 que inicia. Su "todavía" sigue siendo más concreto que nuestras angustias.

elsalvador.com, Todavía

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