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2011/01/13

Co Latino-La privatización de las calles (2) | 12 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

René Martínez Pineda.13 de Enero. Tomado de Diario Co Latino.

Al observar las tácticas de los vendedores para recuperar el espacio público; al
mirar el paisaje mágico-cultural trazado en ellos, podemos definir las acciones de protesta como fiestas callejeras, pues, son la materialización contestataria de la fiesta colectiva de Serrat.
Como si fueran luchas libertarias en el marco de una guerra civil, los recuperadores de las calles hacen uso del lenguaje radical e ideológico del movimiento social clásico, llevando las banderas y consignas de la guerra político-militar, a las trincheras urbanas de la guerra social cavadas con canastos y ropa pirata, exigiendo espacios de vida similares a los grandes centros comerciales de las ciudades.
Por tal razón, los recuperadores de calles, los militantes de la cultura del regateo, del doble sentido y de las cosas usadas y copiadas a bajo precio, deben lograr la expresión de su realidad: “Bajo las calles... un mar lleno de náufragos que, por amor a sus hijos, se niegan a morir”, en alusión a la consigna del alzamiento estudiantil de París de 1968: “Bajo el empedrado... una playa”; en referencia a que sus consignas son besos lanzados a la garduña.
Los últimos acontecimientos en las calles de la capital salvadoreña -a raíz de un ordenamiento que no es más que una expulsión- elevan a nivel sociocultural la filosofía de la piratería que necesita recuperar el espacio público para ser tal.
Así, el espacio público usado como único y obligatorio modo de vida se convierte, por su peso, en una visión profética de lo que le pasa a las sociedades cuando el control unánime de la cotidianidad lo ejerce el comercio y la explotación del trabajo asalariado: un turbulento mar atiborrado de líos y problemas, de todo tipo, confluyendo en un mismo lugar, de modo que el desempleo y la depredación ambiental, por ejemplo, ocupan una misma acera, antes de que ésta se esfume a manos de la nueva carretera que, cínica, agilizará el flujo de mercancías de la gran empresa.
Esto es así, tanto en San Salvador como en Londres o Tegucigalpa, ciudades en las que se destruyen casas, se botan bosques y se decapita el comercio al menudeo que le da de comer a miles de familias, sólo “para ahorrar seis minutos de cada viaje en automóvil”, obviando que la mayoría del pueblo se moviliza a pie.
En este sentido, las tácticas de lucha para recuperar las calles deben ser una cuestión nacional porque son una cuestión cultural; deben buscar combinar el uso del arte popular con los medios políticos, para que el logro de los fines económicos sea un acto sociocultural, es decir, deben transformar al arte en un instrumento político-práctico autónomo.
De esa forma, las calles serán los espacios creativos de las ciudades, algo así como la cotidianidad alterna de una cultura realmente liberada de los derechos de autor capitalistas, tal como lo hizo el Movimiento Recuperar las Calles (MRC), surgido en Inglaterra en mayo de 1995.
De lo que se trata, entonces, es de combinar la fiesta con la protesta, la cultura con la sobrevivencia, la política con el arte, la ideología con el ingenio del sentido común (en su sentido sociológico), con lo que se demostrará que el movimiento de vendedores locatarios y ambulantes no están usurpando el espacio público de las ciudades, sino que son la concreción de lo público en la ciudad; que no atacan al comercio, sino que son el comercio como personeidad histórica.
Lo anterior es así desde finales del siglo XIX, en que las vendedoras ambulantes se apostaban con sus canastos de verduras en “las paradas de los tranvías jalados por mulas” para emboscar el hambre de sus hijos.
Y es que, más hoy que ayer, comercio y la publicidad alienante de los grandes centros comerciales se han convertido en los símbolos predilectos del capitalismo, se han convertido en la expresión tangible de la pérdida del espacio público, de la depredación total de lo peatonal, de la privatización de los lugares comunes en los que el pueblo puede expresarse con libertad, por lo que sus reivindicaciones son, en el fondo, una crítica mordaz, multitudinaria y agónica de la sociedad que hace de la personalidad un anuncio publicitario.
Esas circunstancias y las relaciones sociales que implican, hacen que la problemática de los vendedores de la calle sea difícil de clasificar y resolver: ¿Es una fiesta callejera, un mitin político, un desorden público, una coartada de la delincuencia o una expresión alternativa de la cultura e ingeniosidad popular? ¿Es una violencia social indiscriminada que atenta contra la sociedad o un vocablo orgánico e inevitable del comportamiento colectivo de la sobrevivencia, en tanto hecho social que no es la simple sumatoria de las voluntades individuales?
¿Es una concreción de la manipulación ideológica para que los vendedores jueguen a la política o son un mar de cuerpos con los que juega la política? De las respuestas dadas, dependerá tanto la visión que la gente común (los consumidores y peatones) tenga del hecho y de sus protagonistas, como la respuesta dada por la policía. 
La confusión no sólo es intencional, sino que es precisamente la estructuración disímil de las visiones políticas al respecto. Dicha confusión no es de reciente data, pues, desde la época en que la contracultura se constituyó como hecho sociológico -con el surgimiento del movimiento hippie- se ha ido incorporando una especie de dimensión desconocida en los problemas populares, por lo que las protestas políticas –menos que las sociales- se han convertido en un evento ritual que conjuga los tres tiempos de comida con la música popular y con las visiones de una nueva sociedad.
Por ello, las letras de las canciones que simbolizan la problemática callejera, que musicalizan el tronar de dedos de la gente, se han hecho de consumo masivo, en tanto expresan la sinceridad que se guarda para uno mismo y que sólo se expresa con libertad en un espacio sarcástico, mordaz y anónimo, como es el caso de la canción “la tienda de la esquina” que denuncia a “la vieja chucha” que se lucra del consumidor final, pero que no denuncia a “los chuchos” de los grandes almacenes.
En todo caso -y más allá de las limitantes ideológicas que las denuncias tienen- para los peatones y universitarios que comparten espacios con los vendedores, las luchas de calle son una oportunidad para atar la teoría con la práctica, son un chance para cambiar el videojuego que los socializó a solas con la preocupación política colectiva.

La privatización de las calles (2) | 12 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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