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2011/01/26

Co Latino-La luna de las hojas secas | 26 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 René Martínez Pineda.26 de Enero. Tomado de Diario Co Latino.
(Coordinador del M-PROUES) *
Y si el loco fuera yo? -le preguntó, a su mujer, sin esperar respuesta. Esa frase, sin sentido o hilación con la charla previa, sonó más a reflexión que a duda; una reflexión que sólo él entendía, y que le cayó encima desde que, en la primera clase, el profesor de realidad nacional dijo que: “los locos, viven en un mundo que se produce-reproduce en su lógica privada, un mundo que es real para ellos, y como tal lo disfrutan”.
Pero… si el loco fuera yo y, en verdad, no estuviera aquí hablando contigo; si tú no existieras más que en mi imaginación de loco ignorante de su mal; si no existiera nada de lo que creo que existe: ni la casa, ni los niños, ni el trabajo, ni los amigos, sino que fuera como esos locos que a diario vemos en la calle hablando con el aire… allá está “Chepeloco” tirándole piedras a los perros anaranjados que lo persiguen, insultándolos en un dialecto inédito, y del que sólo podemos adivinar su significado de mundano odio, porque los jeroglíficos verbales terminan en un rotundo “papuuuta”. Más allá, acostada en una cuneta que luce tibia y placentera, la “Cuerpuechucho” arrulla un trapo viejo y orinado, creyéndolo su hijo.
Ellos, si lo pensamos bien, creen que están hablando con alguien real, y nosotros, que nos creemos cuerdos, nos reímos con ganas porque los vemos hablar, gritar, reír, en un mundo que sólo existe para ellos, que ignoran que son locos.
Pero, si el loco fuera yo y ellos los cuerdos, no sabría que se están riendo de mí, que el encerrado soy yo, que el engañado soy yo. Y si la loca fueras tú y yo no existiera –susurró- y crees que estás hablando conmigo, pero en realidad estás, ahorita, hablando sola en la calle, mugrienta y… ¡Ya cállate, por la gran puta! –le ordenó-; si sigues diciendo eso me volverás loca… y le dio la espalda para convocar un sueño que -por esa cavilación comparativa y nostálgica del recuerdo frente a una realidad irreal- se tornó huraño; una reflexión que, fosilizada en su mente, se convertía en la explicación de su suicida y contradictorio andar por este mundo, que se ve de una forma y se vive de otra; que le hace reír cuando debe llorar; que le hace escoger lo doloroso, neciamente, como si esa fuera la fórmula para evadir la agonía de entender la realidad.
Fue el frío feroz de la calle –recién desalojada por las jaurías municipales- lo que lo despertó de madrugada; el frío… y el sonar incesante de las hojas secas que alguien había puesto bajo su cabeza enmarañada por la miseria. Al principio, no supo qué pasaba, hasta que recordó las palabras que la noche anterior había compartido con ella: “y si el loco fuera yo”.
Un escalofrío animal le recorrió el cuerpo, de norte a sur, mas no fue provocado por el frío, ni por la fantasmagoría lunar que se derramaba sobre la levedad de su sueño, sino por la certeza de una respuesta que no se quería dar, pero que se prendía de su estructura ósea de una forma tan fiel como el mal aliento.
Sin embargo, sus manos cenicientas y artríticas, por el escarbar en vano, no fueron un recurso idóneo, y por eso la tibieza de su piel le pareció ajena, tan ajena como la calle que cobijaba su cuerpo lleno de recuerdos absurdos que no correspondían con la imagen venida, pues, recordaba estar saludando a su mejor amigo, pero se veía saludando a un árbol; recordaba estar trabajando afanosamente en su oficina de gobierno, pero se veía sentado en un basurero, hurgando barriles vacíos y apartando papeles fisiológicos; recordaba sus manos llenas de alhajas de oro, y se veía los dedos con anillos de plástico. Recordaba estar haciendo una cosa y se veía haciendo otra.
La confusión creció, una confusión que –desde la ventana donde se asoma el recuerdo de sus palabras- parecía más bien un entrar en paradójica razón, pues le llevaba a concluir que: el loco era él. Se sacudió los ojos, como para deshacerse de lo que miraba, pero, todo seguía siendo tal cual era: una irrealidad real que sólo supo descifrar hasta que loco se supo, hasta que loco se sintió (vaya palabra: loco; qué golpe racional tan fuerte que nos hace ver las cosas como son).
Cerró los ojos –sí, los cerró- y quienes lo conocen saben que lo hace cuando quiere borrar, con un solo gesto, las cosas que le amenazan o disgustan. Avestruz humana.
Instintivamente, flexionó el brazo para ver la hora, pero no tenía puesto ese artilugio que, hasta antes de saberse loco, le había esclavizado, y que hoy resultaba innecesario, pues ¡para qué putas quieren los locos saber qué hora es! Todo era negro y gris fuera de sus ojos, y la frívola soledad de las hojas secas, timoratamente iluminadas por la luna, la sentía como un vacío en el pecho, en el bolsillo, en las manos.
Se levantó tembloroso, y fue en busca de lo que el recuerdo –reñido con las imágenes del mismo- le indicaba que era -¿había sido?- su casa, y no halló nada, nada reconocible en esas sombras que le eran desconocidas y familiares, al mismo tiempo, cosa que sólo es posible en el mundo de los locos que se lo creen todo: “somos una derecha social”. Siguió caminando despacio, como si el pavimento estuviera anegado de vidrios hirvientes que le hacían real su irreal situación, la que –hasta ayer- sólo era sordamente pensada como algo muy lejano.
Y cuando supo que el loco era él, su cotidianidad le pareció clara, lástima que ya era tarde. Fue el frío y el coqueteo de la luna sobre las hojas secas lo que lo despertó, desnudo, a media calle, hablando solo, con una risa agazapada tras las encías ennegrecidas y los labios agrietados. Despertó con el cuerpo magullado por el lado inequívoco del alma, asomándose sobre lo nimio del mundo, como sobre un lago público… lástima que ya era tarde, para él y para su unánime locura de hombre cuerdo.
Fue entonces que supo que su locura lo había convertido en un fantasma que perseguía sombras imposibles; que correteaba los destellos de luz que, las mujeres de pies lindos, dejan esparcidos con solo sonreír. Y entonces, la agonía se remozó en él cuando no supo si era loco o estúpido.
* renemartezpi@yahoo.com

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