Sabemos cuáles son nuestros males, tenemos mil y un estudios sobre los posibles remedios, la realidad se nos hace cada vez más lacerante. No hay ninguna excusa para no iniciar la acción cuanto antes.
Escrito por Editorial.01 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Según la medición comparativa de competitividad que hace el Foro Económico Mundial (WEF), nuestro país está hoy en la posición 82 entre 139 países. El dato más preocupante es que hemos venido descendiendo en los últimos años, desde 2003, cuando ocupamos la posición 48. Son apenas 7 años desde entonces, y la pregunta obligada es: ¿Qué nos ha venido pasando en los tiempos más recientes para dar pie a semejante retroceso? Para empezar, otros países tienen que haberlo hecho bastante mejor, y, unido a ello, nuestras condiciones se han deteriorado. Todo lo anterior debería generar, de inmediato, una actitud de autocrítica nacional que abarque a todos los sectores, comenzando por el sector gubernamental, en función de revertir la tendencia.
Los factores incidentes son de sobra conocidos, y ya ni siquiera sería necesario enumerarlos; pero hacerlo es importante, porque según todos los indicios padecemos una especie de sordera selectiva generalizada, en la que cada quien sólo oye lo que quiere o le conviene oír. Temas como la inseguridad firmemente instalada en el ambiente, la insuficiencia manifiesta del sistema educativo en todos sus niveles y la persistencia de un esquema institucional que en su conjunto no responde a las exigencias naturales de una democracia funcional están en la primera línea de los defectos que vamos cargando; pero, desde luego, no son los únicos.
En la base de la problemática que nos impide asegurar un avance sustancial hacia el desarrollo, hay deficiencias superables con sólo emprender algunas tareas fundamentales, como decir la construcción real y realista de una agenda nacional, el dejar a un lado los anacronismos ideológicos de cualquier signo y color, y la articulación de un régimen efectivo y sostenible de oportunidades e incentivos para la productividad y para la producción. Ser competitivos de veras requiere, en primer término, proponérselo de manera programática y disciplinada.
Y, por supuesto, no sólo hablamos de la competitividad empresarial y comercial, sino de algo más profundo que sustenta lo anterior: la competitividad social, que es en la que tenemos que insistir y trabajar con gran empeño, porque así debe ser en todas partes y porque en nuestro caso, por las condiciones propias de El Salvador, ello es aún más decisivo. Vivimos en la sociedad global del conocimiento, lo cual tendría que ser un gran estímulo, en el sentido de darle a nuestra gente –de todos los niveles socioeconómicos y de todas las zonas del país– las oportunidades sin precedentes que hoy están a la mano como nunca antes.
Según dijo uno de los personeros del PNUD en nuestro país, el desarrollo y la competitividad no se encuentran, sino que se construyen. Es lo que pasa también con la prosperidad. Y todos estos componentes deben ser construidos y preservados de manera constante, porque nunca son conquistas definitivas, sino procesos evolutivos. La crisis global de estos años ha venido a demostrarlo de manera implacable en todas partes.
Es vital establecer las líneas maestras del futuro, y eso sólo puede lograrse como un esfuerzo de nación, articulado y consistente. ¿Cuántas veces habrá que decirlo para que la iniciativa comience a tomar forma entre aquéllos a los que les corresponde hacerlo? Sabemos cuáles son nuestros males, tenemos mil y un estudios sobre los posibles remedios, la realidad se nos hace cada vez más lacerante. No hay ninguna excusa para no iniciar la acción cuanto antes.
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