Si algo nos ha venido faltando es una sistemática construcción de ciudadanía; y no es casual. Nuestra vida republicana es una sucesión de resistencias a la modernización, sobre todo en el ámbito político, desde el cual se debe organizar la marcha evolutiva de la sociedad. No es que lo político lo sea todo, ni mucho menos; pero desde lo político debe articularse el impulso modernizador; y si eso no ocurre, el avance siempre va dando tumbos, algunos de los cuales pueden ser tumbos de naufragio. En nuestro caso, llegamos al filo del naufragio cuando las condiciones acumuladas desataron el violento oleaje de la guerra. El desenlace fue otro porque el oleaje se fue agotando por su cuenta; y ese agotamiento —que habría que analizar más a fondo— hizo posible arribar a puerto inesperado, de la mano de dos fuerzas: la historia y la Providencia.
Escrito por David Escobar Galindo.01 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Para construir ciudadanía hay que asegurar dos factores dinamizadores convergentes: el empeño político en hacerlo y la disposición social para asumirlo.
Para construir ciudadanía hay que asegurar dos factores dinamizadores convergentes: el empeño político en hacerlo y la disposición social para asumirlo. Esa disposición social se alimenta básicamente con la educación. Es decir, hay que arraigar en el ambiente una educación cívica que no sea un mero requisito formal, sino que se proponga vitalizar la psique ciudadana o lo que antes se llamaba el alma nacional. En esto hemos venido en retroceso. Me viene a la mente una anécdota de don Francisco Gavidia. Alguien le dijo una vez que en el país en muchas cosas íbamos hacia atrás, y el maestro respondió: Si fuéramos hacia atrás, ya hubiéramos llegado a los Próceres; más bien hemos ido hacia abajo… Y en lo que se refiere a la educación cívica —con el ejemplo y con la palabra— eso es más que notorio.
Veamos si no. En 1874 —¡ya más de 136 años!—, el Supremo Gobierno presidido por el Mariscal Santiago González, acordó “Agregar al plan de estudios de instrucción primaria la Cartilla del Ciudadano, haciéndose obligatoria la enseñanza de este ramo en todas las escuelas primarias oficiales de la República, para todos los niños que sepan leer”. Y se agregaba: “Las juntas de instrucción pública departamentales quedan encargadas de hacer que se dé su debido cumplimiento a este acuerdo”. El Considerando decía lo siguiente: “Considerando --Que se hace necesario inculcar desde la niñez las ideas fundamentales en que descansan las instituciones republicanas, para formar buenos ciudadanos, conocedores de sus deberes y derechos políticos; —Que la difusión de esta clase de ideas tiende a perfeccionar el sistema de Gobierno establecido…”
El Gobierno nombró una Comisión para dictaminar sobre la obra “Cartilla del Ciudadano”, del Dr. Francisco Esteban Galindo. En su dictamen, la Comisión estimó que “la obra contiene principios y máximas muy conformes a las teorías en que se fundan los gobiernos republicanos, populares, representativos y alternativos como el nuestro”. Y el 11 de mayo de 1874 dicha Cartilla se adoptó como texto para la enseñanza en las escuelas primarias oficiales de la República. En la Cartilla se desarrolla, en forma de preguntas y respuestas, una temática que abarca los siguientes puntos: Del pueblo, Del gobierno, De la ley, De los derechos del hombre en sociedad, De los deberes del hombre en sociedad, Del Gobierno de El Salvador, De las funciones del ciudadano, Conclusión. Todo un catálogo de enseñanzas expuestas en forma sencilla, clara y sustanciosa.
136 años después, cuando estamos olímpicamente dando los primeros pasos dentro de esa cámara de efectos sorprendentes que llamamos siglo XXI, lo que más debería sorprendernos es que padezcamos una orfandad tan patente de principios y de conceptos aplicables prácticamente para modelar y conducir nuestra vida en democracia. La educación cívica en realidad no existe en el país de nuestros días, y desde luego no hay textos actualizados que pudieran servir al efecto. ¿Sería mucho pedir que el Supremo Gobierno actual siguiera el ejemplo del Supremo Gobierno de 1874 para oficializar un texto como la Cartilla del Ciudadano que escribiera Francisco Esteban Galindo cuando apenas contaba 24 años? Estamos de seguro más necesitados que entonces de ese tipo de instrucción.
Los tiempos cambian, la vida evoluciona. Y es de imaginar lo que son ese cambio y esa evolución 136 años después, con infinidad de aguas corridas bajo los puentes de la realidad nacional. Pero lo cierto es que siempre necesitamos educarnos, y las bases de la educación mantienen muchos de sus postulados sustentadores. La democracia, más que ningún otro régimen político y de vida, requiere sólidos cimientos de conciencia. En lo que toca a la Patria —hasta el término está ahora casi en desuso, para vergüenza general—, el pensamiento y el sentimiento deben ir de la mano. Sin la reconstrucción viva y vigente de la pertenencia patriótica estaremos siempre viendo el aleteo patético de nuestras raíces, con la inseguridad existencial que eso inevitablemente acarrea. Ya no podemos seguir siendo indigentes de nuestro propio destino.
La construcción de ciudadanía implica educación en ciudadanía
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