El retorno a la paz tomará más de una década. Los esfuerzos pacificadores se van dando accidentadamente en el tiempo, porque está ahí, siempre candente, el tema de los límites geográficos.
Escrito por David Escobar Galindo.13 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Toda consecuencia tiene su causa. Es la tarde del lunes 14 de julio de 1969. He ido al Cine Roxy a la función de las 6 p. m. Se exhibe “Extraño accidente”, el film de Joseph Losey, con Jacqueline Sassand y Dirk Bogarde. La función está en camino. De pronto, las luces se apagan. Pasan unos minutos. Una voz anuncia que ya no habrá función. Pide que los espectadores se retiren. ¿Qué ha pasado? El “Extraño accidente” se ha convertido en “Operación Crepúsculo”. Aviones de la Fuerza Aérea Salvadoreña han atacado objetivos militares hondureños, en un acto que el Presidente Fidel Sánchez Hernández califica como legítima defensa, por la despiadada persecución de salvadoreños en territorio hondureño. Comienza la llamada Guerra de las Cien Horas. El capítulo bélico durará cuatro días. El retorno a la paz tomará más de una década.
Los esfuerzos pacificadores se van dando accidentadamente en el tiempo, porque está ahí, siempre candente, el tema de los límites geográficos. En octubre de 1973 me incorporo personalmente a dicho proceso, en aquellas jornadas de Tlatelolco, México, que abrieron la puerta para que en 1976 se instalara la mediación que comandó el gran internacionalista y político (y también poeta) peruano Dr. José Luis Bustamante i Rivero. En las reuniones de Tlatelolco participó un grupo de juristas salvadoreños de extraordinario nivel, como el Dr. Reynaldo Galindo Pohl, que presidía la comisión, el Dr. Manuel Castro Ramírez h., el Dr. Guillermo Trigueros h. y el Dr. José Antonio Rodríguez Porth, entre otros de igual relieve. Los benjamines —¡cómo pasa el tiempo!— éramos Arturo Castrillo Hidalgo y el que esto escribe.
En el país, la década de los setenta fue especialmente traumática. Comenzaba la lucha armada, y la tensión era creciente, aunque muchos no quisieran verlo. En octubre de 1979 se derrumbó el régimen militar, y se pasó a una fase de gran confusión política. No es de extrañar que hubiera, desde el Gobierno, el propósito de concluir por fin el largo conflicto con Honduras, para soltar ese flanco. Y así fue cómo en 1980, cuando ejercía la titularidad de Relaciones Exteriores el Dr. Fidel Chávez Mena, los esfuerzos se aceleraron. Se constituyó una nueva comisión negociadora, ya con mandato de llegar al final. La presidía el Dr. René Padilla y Velasco, procesalista insigne y gran conocedor de la materia limítrofe. Estábamos también en esa comisión el Ing. José González García, Chepón, cartógrafo distinguido, el Mayor René Emilio Ponce y el que esto escribe.
Durante 1980 fueron avanzando las negociaciones, en Lima, en la oficina que abrió la mediación en Miraflores. Había, desde luego, un procedimiento establecido. Las dos pequeñas comisiones —la salvadoreña y la hondureña—iban sobre la marcha, con el encargo de apresurar el paso. Ya en septiembre, sólo faltaba la fase oral de la negociación, conforme a lo acordado; pero entonces los cancilleres —el doctor Chávez Mena y el Coronel César Elvir Sierra— decidieron llegar en el curso del mes de octubre a Lima a sellar el acuerdo. El doctor Bustamante y Rivero y su secretario, don Alberto Soto de la Jara —padre de Álvaro de Soto, que sería, 9 años después, el intermediador para la negociación de la paz interna—insistían en pasar a la fase oral. Los cancilleres, cortés pero firmemente, tuvieron que decir: “Ya no es necesario; el acuerdo está concluido”.
Se fijó la fecha: 30 de octubre. Los cancilleres tenían la idea de hacer la ceremonia de firma del tratado, que sería un acontecimiento de magnitud continental, en la casa de Bolívar; pero el Presidente peruano, que recién iniciaba su segundo mandato, prefirió hacer el acto en la Casa de Gobierno, conocida como Casa de Pizarro. Ahí, en el Gran Comedor, fue la ceremonia. Desde entonces el lugar se conoce como Salón de la Paz. El doctor Bustamante i Rivero dijo un espléndido discurso, a su estilo. Se leyó el Tratado: la mitad por el delegado hondureño Ramón Valladares Soto y la mitad por el delegado salvadoreño David Escobar Galindo. Una anécdota: mi querido amigo y coterráneo Alejandro Gómez Vides, entonces Viceministro de RR. EE., me dijo después de la lectura: “¡Te voy a decir lo máximo: leíste como santaneco!”…
Después del Tratado, que normalizó relaciones, para bien de todos, quedaron pendientes puntos limítrofes por negociar. Seguí siendo parte de la Comisión Mixta de Límites, hasta el fin de ésta, en 1985. Un poco antes de su conclusión murió en Meanguera del Golfo el inolvidable Dr. René Padilla y Velasco. En 1989 dejé aquel encargo, y pasé al otro, superior: la paz interna. Gracias a Dios, en lo que a mí toca, porque el juicio de La Haya terminó con una sentencia de gran injusticia para el país, y en cambio internamente se llegó a un Acuerdo ejemplar en todo sentido.
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