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2010/11/11

Contra Punto-Hacerse cargo de Ignacio Ellacuría - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Luis Armando González.11 de Noviembre. Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR - Este 16 de noviembre se celebra el XXXI Aniversario del asesinato de los jesuitas de la UCA y de sus dos colaboradoras, Elba y Celina Maricet Ramos.  Una vez más, se cuenta con un momento propicio para hacer un alto en el camino –tanto dentro de la UCA como fuera de ella— y meditar sobre el legado ético e intelectual de los jesuitas asesinados. En este espacio –con modestia, agradecimiento y respeto-- centraremos la mirada en Ignacio Ellacuría (1930-1989), retomando la primera parte de una de sus expresiones predilectas: “hacerse cargo de la realidad”, sólo que aplicada a su legado: “hacerse cargo de Ignacio Ellacuría”.
¿Qué significa eso? No se trata de una mera asimilación intelectual o de un manejo exacto de su bibliografía. Sin duda esto es importante; pero lo que se quiere enfatizar con ese “hacerse cargo” es algo más vital e integral: apunta, por un lado, a una asimilación del espíritu crítico que animó su quehacer intelectual y, por otro, a la operativización creativa no tanto de los contenidos teóricos o metodológicos de su obra, sino del talante con el que esos contenidos fueron elaborados y puestos en práctica.
Lo anterior exige una exploración tentativa de cómo se puede acercar una persona –con formación filosófica o no--  al legado de Ellacuría. Así, en primer lugar, se puede ensayar un acercamiento a ese legado con la finalidad de  poner en cuestión –por pasados de moda, por excesivamente teóricos, por ser de difícil comprensión, por intelectualizados, etc.— sus contenidos teóricos y metodológicos. Desde este punto de vista, de lo que se trataría es de demostrar que la obra intelectual de Ellacuría es algo muerto y que por tanto no hay razón alguna –cuando no sea la de ocupar un poco de tiempo en alimentar la propia curiosidad—para gastar fuerzas y energías en entender a un autor cuyas ideas filosóficas no son nada “amigables” ni tienen nada que ver con la frivolidad propia de las  nuevas generaciones. Es decir, para qué pensar y reflexionar en torno a Ellacuría, si hay otras cosas más divertidas y menos complicadas –y menos problemáticas— que hacer. Para qué Ellacuría –o Segundo Montes o Ignacio Martín-Baró—, si se tienen “facilitadores” a la medida de unas generaciones que gustan de lo “suave”, de lo “ligero”, de lo ligth.  
En segundo lugar, otra forma de acercarse a Ellacuría puede consistir en repetir prolijamente –de una y mil formas; en textos y en cátedras— lo que él dijo y dejo escrito en su vasta obra. Aquí, de lo que se trataría es de transmitir de la manera más literal posible sus tesis filosóficas, políticas y éticas, no dejando fuera de consideración absolutamente nada. Por supuesto que esto es importante; es importante no sólo poner a disposición del público su producción escrita, sus conferencias y entrevistas, sino que lo es también sistematizar, explicar, contextualizar, etc., lo que él dijo y escribió.
No se sabe cómo hubiera reaccionado Ellacuría ante esta reproducción literal (o casi literal) de su pensamiento; lo más seguro es que hubiera tomado una distancia crítica, tolerándola hasta cierto punto, pero haciendo un llamado a la creatividad y a la criticidad. Y es que, en efecto, en sus clases era frecuente que se refiriera a quienes escribían libros en Europa como personas que lo que hacían era escribir libros partiendo de otros libros, y no partiendo de la realidad –lo que según él era lo que daba su nota distintiva al pensamiento teológico y filosófico en América Latina—.
Como quiera que sea, hacerse cargo de Ignacio Ellacuría puede significar asimilar su obra intelectual y divulgarla con la mayor fidelidad posible. Darse a esta tarea es hacer lo opuesto a quienes –como en su momento dijo Marx de Hegel— consideran a Ellacuría un “perro muerto”. Se entiende, entonces, el valor de esta recuperación permanente –por la vía de la transmisión y la reproducción-- de su legado. Pero, ¿es suficiente? Quizás no. Quizás sea posible otra forma de hacerse cargo del legado de Ellacuría, o de aquello de su legado que es más permanente y fundamental.
Eso más permanente y fundamental atañe no tanto a los contenidos teóricos y metodológicos, sino a lo que se puede llamarse  los “principios” del legado de Ellacuría. ¿Cuáles son esos principios?
En primer, el “principio de realidad histórica”, es decir, que no hay realidad más densa e importante –desde un punto de vista metafísico—que la realidad histórica, que es el objeto privilegiado del conocimiento filosófico. Una derivación práctica de este principio es que el primer desafío de quienes se dedican al saber es conocer la propia realidad histórica. Los cómo y los cuánto variarán de una época a otra, pero el principio permanece.
En segundo lugar, el “principio de totalidad” o “principio estructural”. En distintas ocasiones, Ellacuría dijo que los árboles no debían impedir ver el bosque. Y precisamente de eso se trata: de que los detalles, las partes, lo particular no deben impedir atender al conjunto de los fenómenos; a la unidad que da sentido a la partes, las configura y define. Contra toda casuística y contra la avalancha de lo particular, Ellacuría no legó un modo de acercarnos a la realidad histórica que mira al conjunto, que atiende a las conexiones de los fenómenos, que aprehende sistemas y subsistemas, no acontecimientos sueltos y desarticulados. Que aprende, en suma, niveles estructurales y de estructuración de la realidad histórica.
En tercer lugar, el “principio de procesualidad”. Esto es, que la realidad histórica es, ante todo, un proceso: no sólo que viene del pasado y que va hacia el futuro –siendo el presente un puente entre ambos polos—, sino que la realidad histórica está dando de sí lo que puede dar en cada situación o momento particular. Proceso es continuidad, pero también es cambio; es azar y novedad; es tránsito de lo viejo a lo nuevo, pero desde las entrañas mismas de la realidad histórica. Entender el proceso histórico es entender de dónde venimos; es entender la gestación, la génesis de los acontecimientos; es entender no sólo su desenlace concreto, sino sus posibilidades abiertas al futuro.
En cuarto lugar, el “principio de dinamicidad”; es decir, que la realidad histórica es dinámica, no tanto porque no es estática o rígida, sino porque siempre está dando más de sí, porque siempre está actualizando sus potencialidades y tendencias, porque da vida a la novedad y a la innovación. Dinámico no quiere decir estar en movimiento o agitarse –como acotaba él en sus clases--, sino dar de sí. Un dar de sí que puede ser dialéctico, pero que va más allá de la dialéctica entendida en el sentido hegeliano-marxista.  
Finalmente, el “principio de la crítica”. En la línea de sus maestros griegos (principalmente de Sócrates), Ellacuría defendió la tesis de que el saber filosófico debe estar imbuido de un componente crítico que, en cuanto tal, tiene un alcance liberador. El “principio de la crítica” está sostenido por lo que se sabe, pero es ante todo una actitud, un talante, un modo de posicionarse ante el poder y ante los poderosos. Criticar es develar las mallas con las que se teje el poder, es poner en evidencia sus abusos y la manipulación que, desde el mismo, se hace de la verdad.
Esos principios están en desuso en estos momentos. Nos fueron legados por una intelectual de primera al cual no se le está dando el lugar que merece como referente cultural imprescindible. Es de esperar que en este XXXI Aniversario de su muerte ese legado sea objeto de una profunda reflexión. 

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