Carlos Velis.11 de Noviembre. Tomado de Contra Punto.
LOS ANGELES
- “La historia se escribe con las armas en la mano”. Tal vez esa sea la única frase que se conserva del apóstol de la izquierda, Farabundo Martí. Doce o más años después, Hernández Martínez, el otro apóstol, pero de la derecha, acuñaba su célebre frase: “No creo en la historia, porque la escriben los hombres”. Así se enmarcaba el periodo de fundación de la salvadoreñidad actual, cuando “todos nacimos medio muertos”, según el verso de Roque.
Esta manera averrante de ver la interpretación y el registro del devenir de la sociedad, ha tenido unos costos muy elevados. El Salvador es como un trompo que gira sobre sus mismos errores. Las rebeliones y matanzas, las traiciones y complicidades, etc., se reproducen con el mismo patrón desde la fundación de la República y se han establecido como un molde perverso, a partir del golpe de Estado del dictador Martínez.
La historia nuestra se escribe -de alguna manera hay que escribir una historia- con versiones oficiales. Sería eso lo que Martínez quería decir con su frase lapidaria. Existen las versiones oficiales en todo el mundo y en todas las épocas del devenir humano. Antiguamente, cuando una dinastía era derrotada, se mandaba a raspar los pergaminos de la casa real derrotada y se escribía la versión oficial de los vencedores. En nuestra época, tenemos la versión oficial del asesinato de Kennedy, de la invasión a Checoeslovaquia, del golpe de estado chileno, y un largo etcétera.
En nuestro país, tenemos versiones oficiales para todos los gustos. Algunos acontecimientos, merecen dos y hasta tres versiones oficiales. Desde las más pintorescas, como la del cura Delgado tocando las campanas el 5 de noviembre de 1811, hasta las más macabras, como la del suicidio del Chele Torrez.
El caso es que en nuestra gente, se ha producido un filtro que inmediatamente que hay una versión oficial, se siembra la duda. Preferimos las especulaciones que la versión prolija y conspicua de una voz oficial sobre cualquier suceso. Y algo de razón hay. Desde el momento en que los dos fundadores de nuestra salvadoreñidad actual, tan francamente repudiaron la historia, lo que nos queda es la fabulación. Del caso de la niña Katia Miranda, han existido tres versiones oficiales y, por lo menos, seis versiones apócrifas y, para mientras, cada día cae más en el olvido.
El caso de la chica electrocutada en el Super Selectos, la versión oficial se ha difundido con disimulo, para consumo interno de los empleados de los supermercados. Sería eso lo que Farabundo quiso decir con su frase tan ambigua, que la historia se impone con versiones oficiales que se acompañan de una orden terminante de ser creída.
Pero yo me pregunto cómo habrían sido las versiones oficiales si los sucesos tuvieran un final distinto. Qué habría pasado si los parientes de la niña asesinada no hubieran sido la élite de la seguridad presidencial: si el Chele Torrez hubiera disparado antes o, aun mejor, si Arena siguiera en el poder; si la mañosa de pasta de dientes hubiera muerto en una tiendita del barrio. Por la izquierda, fuente inagotable de versiones oficiales, no puedo dejar de pensar cómo nos habrían contado la historia, si Carpio, en lugar de ir a Managua, hubiera regresado a Chalatenango, como se lo recomendaron.
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