Editorial. Miércoles 18 de Noviembre. Tomado de La Prensa Grafica.
El desarrollo es a la vez una actitud, una decisión y una organización. Y para juntar esos tres elementos indispensables es necesario que el desarrollo sea asumido como un esfuerzo nacional en todos los órdenes.
Uno de los factores básicos para que nuestro país esté debidamente habilitado para responder con ventaja a los desafíos y oportunidades del presente y del inmediato futuro lo constituye el contar con una infraestructura adecuada para posibilitar los saltos de calidad que necesitamos en áreas como comercio internacional, despegue de zonas territoriales tradicionalmente marginadas y aprovechamiento turístico, entre otras. El desarrollo es a la vez una actitud, una decisión y una organización. Y para juntar esos tres elementos indispensables es necesario que el desarrollo sea asumido como un esfuerzo nacional en todos los órdenes.
Los grandes proyectos infraestructurales son claves para modernizar nuestras plataformas de desarrollo. Se está ya en plan de expansión del Aeropuerto El Salvador, que desde luego es necesaria, dados los retos de la competitividad regional; y aunque no sea la expansión óptima, al menos se emprende el trabajo necesario. E insistimos aquí, y lo seguiremos haciendo cuantas veces haya oportunidad de ello, en la urgencia de potenciar y definir un sistema moderno de puertos, que nos ubique en la ruta del comercio mundial. Hay que enlazar estratégicamente puertos y aeropuerto, dentro de un marco de desarrollo logístico que nos convierta en centro y puente internacional.
Ahora mismo, los destrozos derivados del paso de la tormenta Ida requerirán reconstrucción a un costo estimado de casi 900 millones de dólares. Bien ha dicho el Ministro de Obras Públicas que hay que enlazar reconstrucción con desarrollo, para no quedar peor que antes. El reto se complica, pero no hay que perder la visión de largo alcance.
Aprovechar la globalización
Venimos de un mundo en el que había grandes centros de poder y muchas periferias que funcionaban como círculos concéntricos, tanto más débiles cuanto más lejos estaban de dichos centros. La globalización que toma fuerza en este inicio del siglo XXI cambia todas esas perspectivas, con una energía renovadora sin precedentes. Por primera vez en la modernidad, todos somos visibles en el mapa global, y aunque los niveles de visibilidad sean diferentes según el peso específico de cada quien, si algo es una oportunidad insospechada hasta hace muy poco, especialmente para países como los nuestros, es tener acceso a esa presencia identificable que nos permite aspirar en concreto a compartir la ventajas de un mundo que tiene cada vez menos fronteras en todo sentido.
Las verdaderas limitaciones que hay en este tiempo derivan de la propia incapacidad para incorporarse a las dinámicas globales del presente. El Salvador cuenta con una experiencia básica, que es haber salido de un desgarrador conflicto bélico interno con una apuesta democratizadora que en ningún momento ha estado en cuestión; y lo que falta como complemento es acompañar dicha experiencia con una apuesta de desarrollo que permita saltos de calidad verdaderamente significativos. Esto, que en la época anterior hubiera sido una aspiración fuera de posibilidad, es hoy una demanda de los tiempos.
Aprovechemos la globalización, dejando atrás todas las autolimitaciones. Esa es la clave para administrar bien el presente y avanzar con seguridad hacia el futuro.
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