Todo sugiere que las negociaciones en torno al presupuesto general de la nación para 2010 estarán influenciadas por factores que pueden complicar más la ya delicada situación nacional. Sobre todo si no se valora apropiadamente el papel que tiene que jugar el Gobierno y la empresa privada para contribuir a que la economía comience a retomar su curso normal o, cuando menos, para que no se siga deteriorando. El estado depresivo de la actividad productiva, el desempleo creciente y la precaria situación fiscal no admiten soluciones a medias. El sacrificio compartido es también central, particularmente para proteger a los sectores más vulnerables.
Escrito por Juan Héctor Vidal. Lunes 02 de Noviembre. Tomado de La Prensa Grafica.
Desafortunadamente, el escenario no es promisorio. Es ampliamente conocido que el financiamiento del presupuesto ha sido un tema muy controversial en los últimos años, pero en esta ocasión se perfila más problemático si los principales actores no entienden lo que está en juego. Inevitablemente en la Asamblea Legislativa saldrá a relucir la oposición sistemática del FMLN en la administración anterior a ratificar préstamos ya negociados, así como aquella actitud muy propia del último gobernante de manejar los temas fiscales con poca transparencia y con un autoritarismo trasnochado.
Con estos antecedentes, las decisiones parlamentarias en torno al presupuesto presentan cuando menos tres escenarios. Primero, pueden dejar huellas profundas en la institucionalidad del país, a partir de la medición de fuerzas entre una derecha totalmente fragmentada; segundo, reeditar lo que ha sido la tradición de discusión seria para finalmente llegar a acuerdos bajo la mesa que terminan por convertir al presupuesto en un botín político; y tercero, sentar pautas para que los recursos públicos realmente sirvan para que el Estado pueda cumplir con eficacia las responsabilidades que le corresponden en una economía que se rige por las reglas del mercado.
Desafortunadamente, no hay razones para pensar con realismo en este último escenario. Si la sensatez y el buen juicio han sido en el pasado los grandes ausentes en el debate parlamentario en torno al presupuesto general de la nación, las condiciones actuales parecen favorecer todavía más la confrontación estéril en vez de aquellas fórmulas de entendimiento que harían posible conciliar el logro de los objetivos del Gobierno con los intereses genuinos de todos los salvadoreños.
En todo caso, aludimos al presupuesto en su globalidad, como instrumento de gestión y como vehículo para el ejercicio responsable del poder. Puede que no haya mucho problema con la aprobación del presupuesto ordinario, especialmente si el grupo disidente de 12 diputados mantiene su posición de apoyar todo aquello que “beneficie a la población”. En este caso, con sumar sus votos a los del FMLN se soluciona todo, pero la militancia arenera difícilmente les perdonará haber pactado con el adversario, que en el lenguaje de los fundamentalistas equivale a una traición a la patria.
Con todo, el verdadero problema estará en la aprobación del presupuesto extraordinario, cuyo financiamiento implica, por una parte, ratificar préstamos ya contratados y, por otra, aprobar —según el Gobierno— un conjunto de medidas en el campo tributario. En este caso, la dificultad para entendimiento no solo estriba en las posibles posturas de los diferentes partidos representados en la Asamblea Legislativa —con una nueva correlación de fuerzas que sin duda costará administrar—, sino también en la actitud de la empresa privada, que tiene sus razones para oponerse a las medidas tributarias propuestas, aunque igualmente las tenga el Gobierno para invocar una mayor responsabilidad fiscal.
El problema se complica porque hay de por medio negociaciones en proceso o ya finiquitadas con organismos internacionales que difícilmente le brindarán apoyo financiero al país si no hace su tarea. Y esto incluye tanto al Gobierno como a los otros sectores. La llamada “condicionalidad cruzada” podría incluso cerrar las puertas a la ayuda bilateral, para colocarnos en una situación sumamente comprometida.
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