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2011/01/14

:: OBSERVADOR POLÍTICO - El arte de echar la culpa a otros

 14 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.

En 19 meses de gobernar, el presidente no ha pronunciado ni una sola palabra autocrítica. No lo hace en público, y como cuentan integrantes de su gabinete, tampoco en la discusión con sus ministros.

No existe, en este gobierno, un análisis sobre posibles errores, deficiencias o vacíos en la política del gobierno. No existe discusión en este gobierno. Tal vez detrás de las puertas cerradas en Casa Presidencial, en el círculo interior de algunos amigos y asesores; pero a nivel de gobierno, no.
La única manera conocida de este presidente de señalar errores dentro de su aparato de gobierno es el dedo acusador, el regaño al niño mal portado que no obedece. Cuando esto pasa, como en los casos de las sustituciones (agricultura, cultura, mujeres...), las críticas no forman parte de un esquema de reflexión autocrítica, sino de lo contrario: de un esquema elaborado para adjudicar culpa a otros. Esta práctica, no desconocida en otros gobiernos, ha sido llevada a una forma de arte por Mauricio Funes.
Si uno analiza sus discursos, no importando la ocasión y el tema, siempre hay una tónica común: asignar la culpa para las desgracias del país a otros. No he conocido un gobernante que haya llevado este arte al extremo de Mauricio Funes y que lo haya convertido en su principal método de campaña permanente para salir bien en las encuestas. Normalmente los gobernantes, sobre todo en sociedades polarizadas como la nuestra, echan la culpa al sospechoso de siempre: el adversario político. Sin embargo, el esquema de culpa ajena desarrollado por Mauricio Funes es mucho más sofisticado - y sospecho que así se explica su sostenida y elevada popularidad.
Funes echa la culpa no sólo al partido adversario, en este caso a ARENA, sino en casi igual proporción al partido de gobierno, el FMLN. Y el día siguiente, la echa a los empresarios tercos que no quieren invertir, y para cerrar la semana, les pone el dedo acusador a los medios de comunicación o a los periodistas.
El hombre a quien al fin la gente evalúa en las encuestas es una especie de superman con rasgos de Robin Hood, que llegó a Casa Presidencial para "cambiar todo" - y no lo dejan ni ARENA, ni el FMLN, ni los empresarios ni los medios. Un superman que se enfrenta valientemente a los todos los poderes.
Con el resultado que consigue el apoyo, la simpatía (y por lo menos el beneficio de la duda) de sectores muy diferentes: a los izquierdistas los tiene contentos con sus permanentes ataques a la derecha y sus denuncias contra la corrupción de los gobiernos de ARENA. A los que desconfían del FMLN (que son la mayoría en el país) Funes se presenta como la última línea de defensa contra socialismo; a los resentidos sociales, el presidente Robin Hood se ofrece como el redentor que se enfrenta a los abusos de la gran empresa. A los que están frustrados con los partidos, se presenta como el independiente que tiene los huevos para retar a los dos partidas grandes...
Pero detrás de este espectáculo de superman contra todos los poderes hay un pacto del presidente con uno de los poderes: el FMLN. Sigue peleando con ellos (y en muchos casos las diferencias son reales), pero entre el presidente y el partido de gobierno existen mecanismos de ponerse de acuerdo, de administración de daños. Detrás del telón hay todo un andamiaje que el ciudadano espectador nunca ve y donde se toman las decisiones importantes entre partido y presidente.
En cambio, los pocos mecanismos creados de diálogo con la empresa privada y con la oposición, son visibles para el público. Son parte de la escenografía, hechos para crear ilusiones, no para funcionar de verdad. Por esto el Consejo Económico Social está siempre a la vista, pero no produce nada, mientras que la mesa permanente entre Funes y el FMLN funciona en silencio detrás de las bambalinas, pero dirige el país. Sin transparencia, sin institucionalidad, sin rendición de cuentas.
Un gobierno que no discute, y detrás del cual existe una entidad invisible que toma decisiones, requiere con aún más urgencia de la crítica sostenida por parte de los ciudadanos, la sociedad civil, la academia y los medios. En este sentido, la lucha por la Ley de Transparencia (que el gobierno sigue bloqueando) adquiere importancia extraordinaria

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