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2011/01/12

LPG-Tucson: ¿violencia política?

 El hecho se presta para reflexionar sobre actitudes y comportamientos que, sin llegar necesariamente a trágicos extremos, son violentos y generan más violencia.

Escrito por Joaquín Samayoa.12 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

La semana pasada ocurrió un trágico hecho de violencia durante un mitin político en el estacionamiento de un supermercado en Tucson, Arizona. Un joven de piel blanca y apellido anglosajón disparó su arma semiautomática causándole heridas de suma gravedad a la congresista Gabrielle Giffords y, acto seguido, quitándoles la vida a varios de los presentes, entre ellos un juez federal y una niña de nueve años.

No suelo calificar a las personas por sus características étnicas, pero lo hago en esta ocasión para enfatizar que los inmigrantes ilegales procedentes del sur, culpables en Arizona de todos los males mientras no se demuestre lo contrario, no tuvieron nada que ver en este lamentable incidente.

Todavía no se sabe a ciencia cierta qué tipo de motivaciones tuvo ese muchacho para querer asesinar a la congresista. Los autores de atentados contra líderes políticos suelen ser personas con perturbaciones y desequilibrios mentales severos, por lo que, de momento, no sería apropiado tratar este hecho como un caso de pasión política. Sin embargo, aunque no exista o no se haya podido establecer un vínculo causal directo entre el clima político y los circuitos que se activaron en la mente del asesino, el hecho se presta para reflexionar sobre actitudes y comportamientos que, sin llegar necesariamente a trágicos extremos, son violentos y generan más violencia.

No se debe pasar por alto que la señora Giffords había recibido amenazas de muerte por sus posiciones de respaldo a la reforma de salud impulsada por el presidente Obama y también por la firme defensa que venía haciendo de los derechos de los trabajadores extranjeros. Ese tipo de amenazas han aumentado exponencialmente en los dos últimos años, en sintonía con una campaña muy virulenta en contra del presidente Obama y de todas las figuras visibles del partido demócrata. Los meses previos a las recientes elecciones de parlamentarios y gobernadores transcurrieron en un contexto de retórica inflamatoria más propia de las democracias emergentes en los países pobres que de sociedades con altos niveles educativos y sólida tradición democrática.

Como ellos lo dirían en su propio idioma: “Shame on you!”. Debiera darles vergüenza a nuestros amigos del norte la involución que está teniendo la cultura política en ese país que siempre ha sido un buen referente de valores y prácticas democráticas, a pesar de los recurrentes abusos cometidos por sus gobiernos contra otros pueblos, paradójicamente en supuesta defensa de esos valores.

Aunque en esta particular coyuntura la intolerancia ha sido mucho más notoria en sectores extremistas del partido republicano, sus adversarios cantan igualmente bien esas mismas rancheras cargadas de machismo político. Sin duda, también hay liberales desbocados. También hay líderes republicanos que son blanco de insultos y amenazas. No es que unos sean más virtuosos que los otros. Lo que estamos observando en Estados Unidos, igual que en nuestro país y en muchas otras sociedades, es un deterioro sin fronteras ideológicas de valores como el respeto y la tolerancia.

Ese deterioro de valores va estrechamente apareado con una preocupante disminución de las capacidades cognitivas para comprender lo que acontece en un mundo cada vez más diverso y complejo. Los productos de un ejercicio defectuoso de la razón suelen generar en los grupos sociales un exceso de angustia que tiende a manejarse defensivamente mediante niveles cada vez más elevados de agresividad e intolerancia. Eso explica el contenido, el tono y la intensidad de la incesante campaña de ataques de la extrema derecha contra el presidente Obama, extensiva a cualquier líder cuyas ideas amenazan la estabilidad del mundo que añoran los sectores más conservadores de la sociedad. No se puede descartar la hipótesis de que la congresista Giffords y los que perdieron la vida en el atentado en Tucson hayan sido víctimas de ese clima de creciente intolerancia.

Pero aun si resulta que el asesino en esta ocasión actuó sin motivos ni condicionamientos políticos, como fue el caso del que disparó contra el presidente Reagan a la salida de un hotel en Washington, es muy necesario, allá y aquí, aprovechar la ocasión para reflexionar y poner límites a las pasiones que socavan la democracia y provocan violencia política. Las ideas deben debatirse sin agredir o desacreditar a las personas.

Tucson: ¿violencia política?

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