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2011/01/16

LPG-Testimonios desde la paz

 Un civil, un ex guerrillero y un militar con su hijo nacido un mes después de la firma de los Acuerdos de Paz, quienes confluyeron en una actividad, recalcan que el fin del conflicto armado, hace 19 años, trajo consigo la posibilidad de ventilar con el diálogo las divergencias.

Escrito por Texto Amílcar Mejía.06 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.


“Ya queríamos la paz. Si no se hubiera dado esto (la negociación) el país estuviera más fregado, por lo menos hoy se puede hablar.”

Guillermo Hernández,ex soldado

“Ya no hay guerra, ya no hay más matanzas y me cuenta mi familia cómo sufrió durante la guerra y por eso me parece mejor ahora.”

Manuel Hernández, hijo de ex soldado

“Ahora como andamos aquí, andamos tranquilos y legalmente luchando con la boca, pero ya no con el arma, eso es un avance. Ha valido la pena la lucha.”

Samuel Rivas Bonilla, ex guerrillero

“Yo veo bueno que haya terminado, porque sino hubiera habido más personas como yo afectadas. Ya no se aguantaba la guerra.”

Ismael Alvarado, poblador civil

Cuando los comandantes del FMLN y la comisión negociadora del Gobierno, reunidos en el Castillo de Chapultepec, México, estampaban su firma que ponía fin a la cruenta guerra civil de 12 años en el país, Manuel de Jesús Hernández todavía aguardaba en el vientre de su madre. Mientras que, Guillermo Hernández, instalado en una concentración de elementos militares en el sector de Guazapa, esperaba dos nacimientos: El de su hijo y el de una nueva era de paz.

El 21 de febrero de 1992, 36 días después de la firma de los Acuerdos de Paz, Manuel vio la luz por primera vez, mientras un escenario de tensa tranquilidad, dominado todavía por desconfianzas acumuladas durante décadas, se instalaba en el país.

De eso han pasado ya 19 años. Y este joven, de tez morena y pocas palabras, que nació el año de la paz, dice que no vivió la guerra pero se la contaron, y no le parece necesario volver a ella.

“Ya no hay guerra, ya no hay más matanzas y me cuenta mi familia cómo sufrió en la guerra, me parece mejor ahora”, dice Manuel, quien este año cursará segundo año de bachillerato y reconoce no tener idea sobre lo que era el reclutamiento forzoso practicado por ambos bandos durante el conflicto armado.

Tampoco ha indagado mucho sobre los protagonistas de la firma de los Acuerdos de Paz, y reconoce que ha sabido algunas cosas, por testimonio de su padre, quien estuvo de alta durante todo el conflicto armado y obtuvo en su carrera militar el grado de sargento.

“No me acuerdo muy bien, pero sí me ha contado mi padre sobre los comandantes que habían”, argumenta Manuel con escuetas palabras mientras Guillermo le anima a hablar.

“Todos aquí somos los mismos, fue una guerra de campesinos con campesinos, no fue una guerra de conquista”, dice el ex militar en momentos que, junto a su hijo, se dispone a retornar a su vivienda, luego de participar en una manifestación organizada por asociaciones de lisiados de guerra hacia la Asamblea Legislativa.

Ahí todos los participantes de la marcha se funden y platican de sus problemas cotidianos y familiares, unifican sus demandas y entonan las mismas consignas, un escenario difícil de imaginar al rememorar las encarnizadas batallas y los niveles de violencia que adquirió la guerra, finalizada hace casi dos décadas.

“Hemos llegado a un acuerdo, hemos conversado con los ex guerrilleros”, dice Guillermo, originario del cantón Las Isletas, municipio de San Pedro Masahuat, en el departamento de La Paz, al tiempo que frente a él caminan ex guerrilleros con sus familias.

“Ya queríamos la paz. Sinceramente si no se hubiera dado esto (la negociación) este país estuviera más fregado y hoy, por lo menos, se puede hablar”, rememora Guillermo, un hombre corpulento y de tono campechano.

“Aquí ahora andamos tranquilos y luchando legalmente con la boca, ya no más con el arma”, exclama Samuel Rivas Monilla, un campesino nativo de San Estaban Catarina, San Vicente, quien en 1977 se sumó a las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28), brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), una de las cinco organizaciones del FMLN de la guerra.

Rivas, un hombre de estatura pequeña pero de paso rápido, dice que estuvo frente al Palacio Nacional aquel 16 de enero que se firmó la paz, un proceso que también generaba desconfianzas entre los guerrilleros, quienes debía entregar las armas como condición para que la guerrilla fuera incorporada a la vida política como partido.

“Nos sentíamos indecisos de que podía ser mentira pero luego, pues, fuimos poniendo cuidado de que era verdad. Cuando se firmó nos sentimos alegres porque se logró el objetivo”, relata este padre de cuatro hijos.

El ex guerrillero dice que no estaban dispuestos a rendirse aunque reconoce que la guerra causó estragos y dejó en un futuro incierto a miles de combatientes de ambos bandos. “Quedamos viejos de la lucha. Ya estábamos cansados también, 12 años ya duelen”, dice Rivas, mientras acelera el paso para abordar el autobús que lo llevará de regreso a San Vicente.

Ismael Alvarado Hernández se levanta la gorra y con el dedo índice de su mano izquierda se toca una cicatriz que le cruza arriba de su ceja derecha, casi pegado al cabello. “Ya se me está borrando, dicen que me eche ‘faumento’”, comenta este hombre de 60 años, nativo de San Simón, en La Unión, de cuya boca desdentada brota una permanente sonrisa. Ismael recalca que no es una cicatriz cualquiera. Se la hizo cuando por huir de un enfrentamiento entre militares y guerrilleros, tropezó y se lesionó una pierna y su frente. Hoy ríe con el recuerdo.

Testimonios desde la paz

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