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2011/01/18

LPG-Los réditos de la flexibilidad

 La historia de la evolución de la izquierda salvadoreña contemporánea es en cierto modo la historia de la adecuación de su agenda programática. Es decir, que sus avances estratégicos se han producido cada vez que, superando los resabios del sectarismo extremista, ha logrado un consenso mayoritario en torno a la flexibilización de esa agenda constreñida o ampliada según la visión ideológica.

Escrito por Geovani Galeas.18 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Entre 1970 y 1979 la izquierda acumuló fuerza y creció hasta colocarse en la situación de poner en jaque al régimen militar, pero su dispersión, provocada y sostenida por diferencias ideológicas que se presentaban enfáticamente como irreconciliables, anulaban la posibilidad de pasar al mate. Ninguna de las cinco fracciones era capaz de hacerlo por sí sola.

A regañadientes, con no pocos retobos y con una pequeña ayuda de poderosos amigos internacionales, todos tuvieron que ceder un poco para concertar un programa por el cual pudieran luchar, en un solo frente, moderados y radicales. Como se ha dicho en una frase que no es un simple juego de palabras, fue una alianza entre comunistas, no comunistas y anticomunistas. El avance fue más que evidente y permitió la construcción de un poderoso ejército guerrillero, que llegó a tener bajo su control algunas zonas del territorio nacional.

Pero otra vez la terca realidad, expresada en la correlación de fuerzas nacionales e internacionales, enfrentó a los moderados y los radicales de la izquierda ante la posibilidad de una solución política del conflicto armado. La entrada a un proceso de diálogo y negociación con el gobierno exigía una nueva y mayor flexibilización del programa, so pena de prolongar indefinidamente la guerra, o lo que era peor: perderla. Porque, excepto en los delirios de la exaltación ideológica, nadie es invencible.

Con todo, esta vez los extremistas no parecían dispuestos a ceder. Sin embargo, la pugna interna culminó de manera por demás dramática, en abril de 1983, cuando el suicidio de Salvador Cayetano Carpio, máximo comandante de las FPL, marcó la derrota del radicalismo, es decir, de aquella concepción según la cual no se luchaba en función de objetivos nacionales, sino en función de los intereses de una sola clase: la obrera.

Aquella derrota desbloqueó la ruta hacia la salida negociada de la guerra. Después de la firma de la paz, y de la conversión del FMLN en partido político, los reagrupamientos internos terminaron definiéndose entre renovadores y ortodoxos. Al final, los segundos ganaron la batalla y se hicieron con el control exclusivo del partido. Entonces resurgió el discurso obrerista, aunque un poco en sordina. Pero esa regresión fue superada después del fracaso electoral de Schafik Hándal en 2004.

Otro ejercicio de flexibilización programática, que posibilitó una candidatura presidencial moderada, llevó por fin al FMLN al poder. Es cierto que aún así persistieron en sus filas algunos confusos ecos del viejo radicalismo ideológico. Pero la experiencia de asumir responsabilidades de gobierno, el imperativo de dar soluciones prácticas a los muchos y graves problemas nacionales, así como la inminencia de nuevos desafíos electorales, han puesto últimamente a ese partido en el camino de un saludable pragmatismo político.

Esa es la razón concreta por la cual sus dirigentes han comenzado a enfatizar su desacuerdo con “el pensamiento obrerista”, según lo expresado por Medardo González. Hay en esto una clara señal de apertura, una muestra de madurez en la comprensión de un principio político básico: toda rigidez reduce la fuerza; toda flexibilidad extiende el movimiento. Por supuesto que esto no implica la solución automática de los problemas de eficiencia en la gestión de gobierno. Eso es otra cosa. Pero hay más oportunidad de resolver esos mismos problemas cuando se enfrentan con flexibilidad política.

Los réditos de la flexibilidad

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