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2011/01/05

Contra Punto-Preocupante cierre de 2010 - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Luis Armando González.05 de Enero. Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR-El boom del consumo de diciembre de 2010 no debe opacar los graves problemas del país en prácticamente todos sus ámbitos.  De hecho, esa dinámica consumista puso de relieve dos graves problemas que urgen de atención: uno, relativo a los límites de San Salvador en su capacidad de acoger a vehículos del transporte público y privado; y otro, relativo a la cultura predominante en nuestro país, fuertemente consumista, competitiva e insaciable.
Sobre los límites de San Salvador, los mismos se pusieron de manifiesto a la largo del último mes del año, siendo crítica la situación en las vísperas del 24 y el 31 de diciembre.  La ciudad colapsó con los miles de vehículos y personas que, sincronizadamente y a partir de un acuerdo tácito, salían un día y otro, a toda  hora, a ocupar las calles de siempre, en dirección de los centros comerciales, supermercados, almacenes, comercios informales y mercados.
Se trató de una auténtica locura que obliga a preguntarse por el futuro de San Salvador –y por extensión de otras ciudades del país—. Porque en efecto, como van las cosas en El Salvador, lo que se vivió en el espacio urbano capitalino en los fiestas de navidad y año nuevo amenaza con convertirse en una realidad cotidiana si no se pone un alto, de manera drástica, a las dinámicas de transporte público y privado actualmente vigentes.
Definitivamente, en San Salvador hay demasiados buses y microbuses. Esta es una verdad inobjetable.  En lo inmediato, se tiene que hacer un recorte significativo de las unidades en circulación;  en el mediano y largo plazo, el Estado debe ser el que controle el transporte público de pasajeros.
Un  diagnóstico de las necesidades de trasporte en el país –y  no sólo en la capital— es  fundamental para determinar cuántos buses y microbuses deben circular.  Este debe ser el criterio que debe regir las decisiones en torno al transporte público de pasajeros y no las ambiciones de los empresarios que viven de ese negocio. En lo que atañe al transporte privado, también se tiene que reducir la cantidad de vehículos en las calles; la implementación del mecanismo del “hoy no circula” es algo imperioso. Tarde o temprano se terminará por impulsar esa medida, guste o no a quienes identifican su felicidad con andar en vehículo.
La felicidad (supuesta o real) que se consigue manejando un vehículo hace parte de la cultura predominante en El Salvador, es decir, la cultura globalizada. Una explosión de esa cultura fue la que se vivió en las fiestas de navidad y fin de año; explosión que fue alentada por la publicidad comercial que se la ingenió para ofrecer al público consumidor  --no ciudadanos  ni ciudadanas— todo aquello de lo que se había carecido a lo largo del año 2010.
2010 fue un año de crisis económica, de limitaciones, de ahogo por las deudas, de frustración consumista. Pues bien, se tenía que dar a la gente la posibilidad de que compensara, en unos días –y con los ingresos extras de fin de año (bonos, aguinaldos, cuchubales, ahorros en cooperativas, remesas, etc.), todo lo que no se pudo tener en 11 meses de penurias económicas. Y así fue: en diciembre la gente se lanzó a las calles en  busca de ofertas y rebajas tentadoras que le permitieran acceder a las marcas que, según la publicidad, no sólo traen la felicidad, sino que son el emblema del éxito y el bienestar.
¿Y las deudas? ¿Y los compromisos en educación, salud, vivienda?  Eso –la realidad dura y cruda— se dejó para después, para cuando se disipe la alegría dejada no por las fiestas de navidad y de fin de año en sí mismas, sino por los bienes que los centros comerciales pusieron al alcance de nuestras manos, con las mayores facilidades de crédito o con descuentos nunca soñados por compras en efectivo.
En parte, el colapso de las calles en diciembre fue causado por los desbordes consumistas de una sociedad atrapada en las redes de una cultura que tiene como emblemas el éxito fácil, el confort y lo efímero. No es una cultura que cultive la vida, la solidaridad o la atención a los más débiles, sino todo lo contrario. Es una cultura que fomenta el aplastamiento de los débiles, la competencia agresiva –que es lo que se vivió, paradójicamente, en las calles de San Salvador en estas fiestas de navidad y año nuevo— y la ostentación de los bienes que simbolizan éxito y bienestar.  No vamos a ninguna parte con esta cultura: tropezamos, una y otra vez, con la misma piedra. La sociedad salvadoreña no da señales de querer encontrar el norte que le permita ser una sociedad viable.  Es como si su opción exclusiva fuera ir hacia el despeñadero de lo inmediato y lo banal.

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