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2011/01/26

Contra Punto-La “esencia y misión del maestro” (Según un texto de Julio Cortázar) - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Luis Armando González .26 de Enero. Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR-Julio Cortázar (1914-1984), el ilustre escritor argentino que legó la cultura universal obras de gran calado como Rayuela, La Vuelta al día en ochenta mundos y el Último round, así como una inmensa producción de cuentos –que son a los ojos de muchos de sus lectores y lectoras lo más rico de la obra cortazariana—, tuvo una interesante línea de reflexión socio-política y cultural a la que usualmente se le presta poca atención, lo cual es algo totalmente injustificado.

En Julio Cortázar. Papeles inesperados (México, Alfaguara, 2009) se recogen algunas de esas contribuciones de este argentino universal. Y entre esos papeles inesperados hay un texto breve pero denso –“Esencia y misión del maestro” (publicado originalmente en 1939)— que es muy oportuno para las circunstancias actuales de El Salvador, en lo que atañe a los grandes desafíos que se plantean a sus maestros.

Cortázar dedica tu texto a los maestros argentinos recién graduados de la Escuela Normal de Chivilcoy. Y para él “resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años en la escuela normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que siguen, y que la lectura de estas líneas… podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener” (p. 162). Primera lección: la realidad está afuera de las aulas en las cuales los maestros se forman; segunda lección: ante esa realidad, éstos tienen una misión que cumplir.

Y esta misión  está fijada por lo que es “ser maestro”: “ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización” (Ibíd).

Enorme responsabilidad, intelectual y ética, la del maestro: conocimiento riguroso y profundo de la civilización y la cultura, y creatividad y compromiso por aportar a la construcción seres humanos integrales. “El maestro… tiende hacia la inteligencia, hacia lo espiritual y, finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano” (Ibíd).

Se trata de una misión difícil, pues “lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque también los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal; permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña –yo diría mejor: del que construye descubriendo— se pone a prueba” (p. 163).

Es la prueba de la realidad natural, social y humana: una realidad de contrastes, conflictos, crueldad, tensiones y claroscuros. Una realidad dura, en la cual no todo es bueno ni justo; bello y transparente. Una realidad que, sin embargo, no puede ni ser eludida ni tampoco ser aceptada pasivamente tal cual es.

El fracaso aparece en el horizonte de la enseñanza –y de los maestros—cuando no se sabe o  no se quiere encarar y transformar esa realidad. “Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y la disciplina de los alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar ‘un maestro correcto’. Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina” (ibíd).

El  “maestro correcto” –tal como lo define Cortázar— es un maestro ajeno a su misión, un maestro que ha fracasado en ella al haberse dejado atrapar en las redes de lo rutinario y lo cotidiano.  Y el escritor argentino se pregunta: ¿por qué fracasa en su misión un número tan elevado de maestros?

Su respuesta es contundente: “yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura, de una cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre el animal” (pp. 163-164). 

Acercarse al recto conocimiento del ser humano es, pues, asunto de cultura. Lo cual no se consigue –dice Cortázar— leyendo mucho o haciendo una carrera académica, dominando una abundante bibliografía o recordando muchos nombres. La cultura involucra al ser humano en todas sus dimensiones: el ser humano es “inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso”.

“Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un  cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o un niño… Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de cultura: la actividad integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad” (p. 164).

Ese largo estudio y esa amplia visión de la realidad suponen un arduo esfuerzo y dedicación por parte de los maestros; su formación académica obligatoria es nada más un primer paso, un primer requisito para cumplir con la misión docente.

Porque “la escuela normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése desde ya es un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La escuela normal de elementos, variados y generosos; crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos; hay que caminar hacia ellos y conquistarlos” (p. 165).

Esta afirmación del escrito argentino, destinada a los maestros recién graduados de una escuela normal de su país, vale para otros contextos y momentos: para ser maestro –para cumplir con la misión correspondiente-- no basta con la formación obligatoria recibida en las instituciones de enseñanza superior. El camino para llegar a la cultura recién se ha iniciado; y recorrerlo será arduo y trabajoso; no sin renuncias y sacrificios.

Ese recorrido habrá  de llevar a los maestros hacia la realidad exterior a ellos, en su diversidad y complejidad; también los llevará hacia su realidad interior. “Nadie se conoce a sí propio sin haber bebido la ciencia ajena en inacabables horas de lectura y de estudio; y nadie conoce el alma de los semejantes sin asistir primero al deslumbramiento de descubrirse a sí mismo” (Ibíd.).

Ciertamente, el camino hacia la cultura –hacia esa apropiación intelectual y ética de la realidad humana y material que nos rodea y de la que formamos parte— es interminable. Nadie puede decir que lo ha recorrido completamente; nadie puede ser petulante o autosuficiente al respecto. “Porque la cultura no es una cosa, sino que es una visión; se es culto cuando el mundo se nos ofrece con la máxima amplitud; cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia; cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo en lo más puro, lo  más bello, lo más bueno, reside la esencia de lo que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios” (Ibíd.).

La misión del maestro inicia cuando éste se confronta con la realidad –la propia y la que le rodea— y se hace cargo de ella. Esto ocurre fuera de las aulas académicas. Aquí comienza lo más difícil, “porque entonces se está solo, librado a la propia conducta” (Ibíd.).

Habrá maestros que fracasarán en su misión; serán los “maestros correctos”, serán los que estudiaron magisterio “sin meditar a ciencia cierta qué pretendían o que esperaban más allá del puesto o la retribución monetaria” (p. 166).  Pero estarán los que al graduarse de maestros sean conscientes de su tarea y su deber, los que estén dispuestos a cumplir su misión: los que al final de sus trayectoria vitales serán recordados como santos, “porque en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte” (p. 166).

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