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2011/01/19

Co Latino-La privatización de las calles (3) | 19 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

René Martínez Pineda (Coordinador del M-PROUES). 19 de Enero. Tomado de Diario Co Latino.

En varios sentidos, recuperar las calles -en el marco de un obligado accionar
político que busque darle vida, como acción cultural, a “la otra nación”- se puede convertir en el factor urbano vital de la cultura alternativa de “lo nuestro”, de “lo auténtico”, de “lo hecho en casa”, y, por ello, en el eslabón perdido de una historia que carece de memoria, no importa si la recuperación la hacen vendedores o grupos revolucionarios.
Empujados, cínicamente, al margen de la economía durante muchas décadas de gobiernos derechistas, y sin que la política del falso centro-derecha (que hábilmente se abre espacios de gobierno usurpando el estilo del Nuevo Laborismo de Tony Blair) les dé oportunidades de un empleo digno y de un estudio prolongado, en todo el país ha surgido una colorida infraestructura autárquica de sobrevivencia, mientras “sus otros” -su ejército callejero de reserva- ilegalmente ocupa predios baldíos y barrancos para montar comunidades, en donde la miseria se camufla de fiesta franca, tal como en la calle se disfraza de feliz laboriosidad.
Esas coloridas fiestas callejeras, tan espontáneas como denunciantes, son una afirmación de que la gente puede crear sus propias diversiones y versiones de cultura, sin pedir permiso al gobierno ni depender de la generosidad de ninguna empresa privada. Una experiencia que nos permite ver hasta dónde puede llegar la cultura alternativa, es la de Caminito, en el barrio La Boca, pues, es la mejor representación de lo que se puede construir con la cultura popular en la calle: el colorido valiente, la pintura como retazos de la vida, los bailes autóctonos, las comidas misteriosas, las imitaciones de lo espléndido.
Sin que lo sepamos los peatones, el solo hecho de caminar por las calles nos hace parte de esas fiestas, nos hace parte de la cultura popular, ya que el simple acudir a su bullicioso nos convierte a la vez en observadores y en protagonistas del espectáculo.
Las fiestas callejeras -que se organizan, por ejemplo, vendiendo discos piratas o lanzando piedras para evadir decomisos y desalojos- ponen en evidencia la falsedad de la imagen de libertad que tiene nuestra cultura y, ante todo, antagonizan con el halo democrático que sarcástico, que capitalista, convierte en capital iberoamericana de la cultura a un municipio en el que, con alevosía, se asesina a la cultura popular y se derriba su patrimonio, para levantarlo a imagen y semejanza del burgués.
Entonces, ya se trate de los hippies que se aislaron para vivir en comunidades libres, o de vendedores que escapan del desempleo yéndose a la jungla urbana del subempleo, la libertad se relaciona con el abandono de una sociedad privatizada.
La Libertad es, así, la acera donde se vende; el parque público donde se llega a alimentar palomas tan hambrientas como nosotros; la esquina de la muerte donde se orina con los ojos cerrados, para mantener intacta la moral… la pared donde se pinta una consigna de patria o muerte, o un “te quiero”, para no darle la espalda al presente.
De esa forma, la calle se convierte en la única alternativa de la cultura alternativa, y por eso es la que orienta y condiciona el deseo de entretenimiento y de fiesta gratuita (así como su lado más oscuro: el alucinar, el delinquir, el mentir, el mendigar, el reprimir) convirtiéndolo en un acto de sublevación que, también, es un festival. En esos días, la nostalgia de los espacios libres no es un escapismo quijotesco ni una arbitrariedad hegeliana, sino una transformación del espacio-tiempo que nos permite atisbar al futuro.
Claro que, si lo vemos cínicamente, las calles también son un ensayo barroco sobre el vandalismo, la malacrianza y el desaseo. Son una plática infructuosa sobre el caos del tráfico y de las ventas; son jóvenes vestidos con ropas dos tallas más grandes, porque el muerto era más alto o para ocultar el cuchillo; son niños aprendiendo a robar o a pedir; son marchas masivas que gritan consignas contra la tiranía de la “cultura de la exclusión” a unos policías municipales -con escaso nivel de escolaridad y con aún menos conciencia- que no saben por qué les reclaman a ellos -precisamente a ellos, que no se meten en esas mierdas de la política- el derecho a sentarse a media calle o a obstaculizar el tráfico con llantas.
Es fácil deducir, pues, que las acciones callejeras que reivindican el sustento diario, son tan humanas como la rutina que usamos para poder deambular por este mundo convertido en número o en patente, y eso significa que tienen legitimidad cultural, tanto sus expresiones artísticas como las piedras, botellas, palos y puchos de marihuana que le lanzan a la policía, no importa si los hechos acaban en vandalismo, en saqueos espontáneos, en un mitin o en una fiesta.
Por ser tan estructural como coyuntural, tan ideológico como superfluo, tan culto como soez, tan cultural como político, tan de derecha como de izquierda, la recuperación de las calles es un “caminar en la cuerda floja”, un jugar a “la ruleta rusa”, un “comprar el billete de la lotería”, debido a que, libremente, se coquetea con la incitación al desorden público y a la lucha doctrinaria, al mismo tiempo.
Sea como sea, el resultado de la recuperación de las calles será la exposición de la podredumbre e hipocresía de la sociedad moderna en todo el esplendor de su globalidad, esa globalidad que al homogenizar la cultura, homogeniza y globaliza la protesta social: Madrid, Guatemala y San Salvador se convierten en las capitales iberoamericanas de la protesta contra el despojo cultural, no importa que los denunciantes lleven puestos unos Levi’s, se tomen una Coca Cola para sofocar el calor y le compren un pan con huevo a la niña Chenda para matar el hambre, porque lo importante, en ese caso, es la protesta en sí, no sus formas ni contradicciones intrínsecas.

La privatización de las calles (3) | 19 de Enero de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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