Lo que ya no se puede es hacer como si la crisis está ahí y no está ahí a la vez. Es decir, querer actuar dentro de una normalidad ficticia, cuando todas las señales de la realidad apuntan al imperativo de manejarse dentro de una emergencia bien calculada y dosificada.
Escrito por Editorial.16 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
La crisis global desatada en 2008 puso a todas las naciones, y en especial a las más prósperas, ante un espejo despiadado. En ese espejo se mira, por primera vez con un dramatismo muy cercano a la ferocidad, que el desarrollo no es una credencial para hacer lo que se quiera sin consecuencias que pueden ser devastadoras, y que tanto mantenerse en el desarrollo como avanzar hacia él requieren muy altas dosis de responsabilidad, de disciplina y aun de sacrificio. En Estados Unidos comenzó la ronda de esta enseñanza crucial; luego pasó a Europa, donde aún hay casos sumamente delicados como los de Grecia, Irlanda y de seguro España; y de ahí se ha regado por el mundo. Aunque hay países, como las potencias emergentes y otros que siguen el rumbo, cuyos desempeños son hoy los más alentadores, las lecciones de esta crisis quedarán sin duda para todos, en función de un futuro más organizado y funcional, que es lo que siempre se necesita.
En nuestro país, las cosas están más complicadas que nunca, en lo económico y en lo financiero. La deuda pública sigue disparándose; el servicio de la misma es cada año mayor –en 2011 llegará a más del 28% del Presupuesto General–; la inversión privada, tanto nacional como internacional, no avanza; y el crecimiento económico, si es que lo hay, se mantiene en niveles muy insuficientes y a la zaga de los otros países centroamericanos. Y a esto se unen amenazas de alto impacto, como la que se genera a partir de las opiniones sobre la suerte de la dolarización, que provienen del mismo sector gubernamental.
El escenario, pues, se halla cada vez más cargado de inquietudes y ansiedades, lo cual dificulta aún más cualquier esfuerzo en la línea de la recuperación económica y la estabilización financiera. Es una especie de círculo vicioso, en el que las declaraciones desafortunadas van engarzándose con las cifras preocupantes. Y ante semejante estado de cosas, la pregunta inevitable es: ¿Qué se puede hacer de inmediato para alumbrar el camino de la realidad y enfilarse hacia eventuales salidas oportunas, eficaces y sostenibles?
En esa perspectiva, estamos seguros de que hay tres palabras claves: austeridad, creatividad y efectividad. Es patente el déficit que tradicionalmente venimos padeciendo en cada uno de esos ámbitos; y la acumulación de los efectos de tales déficits es lo que nos tiene hoy en situación verdaderamente crítica, más allá de las medidas puramente coyunturales que pueden servir, si acaso, para paliar, soslayar o diferir ciertas realidades, pero que en ningún caso podrían resolver los problemas de fondo, que son los que de veras importan.
Hay verdades pragmáticas ya inocultables, como las siguientes: si seguimos en este desorden del endeudamiento público, vamos camino al desastre; si no se articula una política de austeridad creativa, que estimule la disciplina, la honradez y el ahorro, el gasto continuará siendo una carga inútil y cada vez más insoportable; si no hay una reforma administrativa del Estado, seria y suficiente, el desperdicio se tragará todo lo que encuentre a su paso.
Lo que ya no se puede es hacer como si la crisis está ahí y no está ahí a la vez. Es decir, querer actuar dentro de una normalidad ficticia, cuando todas las señales de la realidad apuntan al imperativo de manejarse dentro de una emergencia bien calculada y dosificada. Para lograr esto último se requiere, por supuesto, de un acuerdo nacional de base, amplio y realista.
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