Carlos Mayora Re.20 de Noviembre. Tomado de El Diario de Hoy.
"Apartheid" quiere decir en afrikáans, la lengua de los descendientes de los colonos holandeses en Sudáfrica, "separación". Discriminar, en castellano, significa seleccionar excluyendo.
La discriminación y la separación siguen siendo actuales en nuestro mundo; sin embargo, los niveles de marginación por motivos raciales a que se llegó en Sudáfrica en el Siglo XX son difícilmente superables.
Durante casi cincuenta años, una minoría blanca detentó el poder absoluto sobre una inmensa cantidad de personas de raza negra. No había democracia, no había representatividad, los negros --por el simple hecho de serlo-- no tenían voz.
Barrios para negros y barrios para blancos, vagones en los trenes exclusivos para los negros, colegios sólo para blancos, edificios públicos con dos puertas de entrada, con dos servicios sanitarios… La policía y el ejército continuamente ocupados en sofocar rebeliones. Sólo en los Años Ochenta fueron ejecutados "oficialmente" más de mil doscientas personas. Los sudafricanos de raza negra no contaban, eran perros a los ojos de la minoría afrikáner.
Además, las condiciones sociales estaban diseñadas de tal modo que hacían imposible cualquier conquista legal. Las normativas estatales establecían que la educación de los escolares blancos debía ser superior a la de los estudiantes negros. Todo se dirigía a que éstos estuvieran siempre en condiciones de inferioridad, no sólo en conocimientos y habilidades, sino también en aspiraciones profesionales.
Había una Sudáfrica blanca y una negra que, como agua y aceite, convivían en el mismo territorio. Cuatro millones de blancos se creían superiores y sometían a veinticinco millones de negros por medio de más de mil setecientas leyes y disposiciones que aseguraban la separación.
Aunque siempre estuvo a un tris de darse, no hubo guerra. No hubo revolución. Hubo perdón. Mandela, el líder del Congreso Nacional Africano, fue liberado después de pasar más de un cuarto de siglo en prisión, y cuatro años después fue elegido presidente de Sudáfrica en la primera elección verdaderamente democrática de la historia sudafricana.
Mandela fue lo suficientemente sabio para comprender que en una guerra civil todos llevaban las de perder. De Klerk, el último presidente blanco antes de Mandela, tuvo la sabiduría para entender que los tiempos habían cambiado. Uno perdonó con la sonrisa en los labios y las manos extendidas, el otro no sólo aceptó el perdón, sino que puso por encima de su cultura afrikáner el bien de su país.
Y junto con ellos todos los sudafricanos. La reconciliación fue, y es, asunto de todos. El motor de la paz no fue el ajuste de cuentas, sino la mirada puesta en un futuro común. La paz no llegó por la democracia ¿qué sentido tenía que los negros trabajaran con una mayoría blanca que los había marginado absolutamente? Antes de buscar un consenso meramente político había que cerrar y sanar las heridas, y eso sólo fue posible por el perdón.
No fue por consensos, deliberación pública, inclusión social, pluralidad de valores, tolerancia, etc. No fue por conceptos abstractos que se logró salir adelante. Fue porque cada sudafricano tomó la reconciliación y el perdón como asunto propio, con espíritu grande.
Entonces ya no se trató sólo de suspender leyes injustas y denigrantes, o de liberar presos políticos, sino cambiar el motor, poner a cero el cuenta kilómetros y volver a comenzar, convencidos de que el rencor es incompatible con la esperanza.
Comprendieron --a pesar, o quizá, por su historia reciente-- que debían superar un pasado injusto y doloroso y construir una realidad política nueva.
Víctimas y verdugos aunados por el deseo de perdonar mutuamente lograron las condiciones para la paz, ¿no tendremos nosotros mucho que aprender de experiencias como la de Sudáfrica?
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