René Martínez Pineda.25 de Noviembre. Tomado de Diario Co Latino.
renemartezpi@yahoo.com
En el caso del revolucionario y del profeta, pensar en el suicidio es una ingrata autocrítica. Pero ¿cómo no pensar en ello en medio de tanta miseria colectiva; en medio de tanta mentira discurseada sin vomitar por los cobardes de cocktail; en medio de un estiércol pulcrísimo sin flores? En mi caso, pongo en la mesa las cosas buenas en el terruño de las malas para bebérmelas alternadamente, sabiendo que al final queda un chingaste filosófico que vence al alegato suicida, porque son más las razones para no consumarlo. Me pregunto ¿Qué sería de mí y de la vida sin mí si me suicido otra vez, emulando la opción que tomé cuando me volví clandestino?
Ahí está lo bueno y lo malo, entremezclado en la convicción telúrica que se empecina en arriarme la conciencia a la garganta. Ahí está una memoria más grande que el olvido; ahí mis amigos y un tan solo enemigo; ahí los trenes y las caminatas con mis hijos; ahí está la risa adyacente como simulacro del alba, y también el bar arrogante copado de buitres con psiquiátricas ideas sobre “nuevas guardias”; ahí la duda geométricamente nutrida con coplas populares, y también la traición litigante del que busca el aplauso o el sobresueldo; ahí la suma para calcular los besos dados, y también la resta para acabar con el hambre global; ahí los hoteles de paso olorosos a ruda que me salvan la vida o las hormonas, y también los hímenes robados en la maquila; ahí las aulas para no dar el paso mortal, y también la cárcel para los doctorados del odio.
Ahí están las urgencias fisiológicas del alma; los amores que matan porque no pueden ser, por amor a otra; ahí está la mudez del perverso merodeando el parque sabatino colmado de vagos eruditos, desempleados inconfesos y esquineros sospechosos; ahí la coca, y también la misa tricolor soportada con cristiana resignación; ahí están las razones y palabras para no suicidarse a las siete y treinta de la mañana: ahí, la versión corta del himno en los partidos de fútbol; la Habana tan querida como el Che, y también Washington como gendarme del oro; ahí las cenizas del masacrado orinadas por los editoriales chuchos callejeros, y también el fuego de las revoluciones, el unicornio azul, la luciérnaga que vive en la vecindad del pecado… estoy yo y la mujer de insólitos pezones de fresa siendo cada día más esposa.
Ahí está mi zapato izquierdo todo roto y remendado, y también la camisa de marca que se compra con dos salarios mínimos sin remordimiento aritmético; ahí mi orgullo diletante para que no meta la otra mejilla; ahí mis tradiciones, mis pudores de fornicario, los jadeos con que construyo sexuales galaxias; ahí están las uñas y dientes que hacen el milagro del bocado; ahí el cinismo de la borrachera subsidiada, y también la locura quijotesca que redime; ahí el beso de buenas noches con que protegemos a quienes amamos.
Ahí está el sexo sin pecado, el rock pensado, las letras de Serrat, y también el crack de los discursos políticos unánimemente iguales y falsarios dinamitando promesas; ahí unos pies lindos en la tierra, y también el grito en el cielo porque el sueldo agoniza; ahí están Saramago, García Márquez, Galeano, y también el gerente aplastando esperanzas, el profesor matando mentes críticas con las capitalistas competencias, y el enfermizo doctorarse como sea, para mandar a hacer un sello que lo atestigüe. Ahí el sol izando su último celaje, y también la vejez sin insulina ni placeres; la visa sin pasaporte para entrar, sin aduanales registros, al paraíso terrenal. Mil palabras, cien razones para no cortarse las venas a mordidas. Ahí están seis pupilas donde verme vivo aunque sienta que me muero, cien esperanzas para concluir que la vida es bella, aunque el alcalde destruya el patrimonio cultural para erigirlo a imagen y semejanza del capital que regala collares.
Ahí está mi as escondido bajo la manga de un libro, y también el frío nocturnal recitando pandemias en las capotas de los carros de lujo que desfilan para que el pobre babee; ahí la nostalgia del mártir disipado, la piedad del que sigue dando el beneficio de la duda, aunque no obtenga beneficios; y también la impudicia de la empresa que lanza fuegos pirotécnicos para que los ilusos alaben, salivosos, la riqueza extraída del sudor; el burdel que gangrena al centro escolar.
Ahí está mi pared de libros, y también la morbosidad del cabrón del noticiero, la ausencia de glóbulos rojos por regar con lágrimas la parcela estéril; ahí la tos metida en los huesos junto al lujo de no tener hambre; ahí el talón de Aquiles del bienaventurado; la ropa de domingo que usamos todos los días; un asta sin bandera; inviernos perennes; guerras entre barrios; enjaranarse para comprar el estreno del hijo... y luego está el alcalde que le quiere poner gradas eléctricas a las pirámides de Egipto. Ahí el Barcelona y la Furia Escarlata tomándose el cielo por asalto, y también el viento que me lleva de la mano hasta el lugar secreto que edifiqué de niño. Ahí la sed sin agua, la rabia sin coraje… el ruido con muchas nueces que hace el milagro del pan nuestro de cada día, tres veces al día.
Ahí está la muchacha y los donjuanes del billete; allá los Beatles y Dylan, Silvio y Pablo, siderales versos coreanos; y también el horóscopo y la Constitución. Ahí, el naufragio en tierra firme, las heridas de guerra, las medallas de paz, los inmerecidos laureles de gloria, la corona de espinas que nos pone en nuestro lugar. Ahí el condón sin semen, arcángeles caídos, barquitos de papel, pobres elegantes, ricos miserables, la Mafalda tan amada, dientes de leche podridos. Ahí, la utopía incorruptible, la foto de la novia que nos olvidó, y un corazón en combo con el alma que nadie nos compró.
Ahí está el poeta comprometido, el desaparecido que a nadie le importa, el Quijote sin Sancho, las abuelas que pueden mantener un avión en el aire; y está Babel como capital del pueblo, Sodoma como tierra natal de los diputados, caminos que no conocen Roma. Pero ¿qué sería de mí sin ti, de mi piscucha sin tu hilo, de mi carrito de madera sin tu calle, de mi pelota sin tu cancha? ¿Qué sería de mi sombra sin mí? ¿Qué quedaría de mis ojos sin la imagen de quienes amo? ¿Acaso no son suficientes razones para quitarse de la línea del tren?
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