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2010/05/03

RAICES - ¿Para qué hacemos política?-Periodismo Alternativo desde El Salvador

 Escrito por Carlos Abrego.Editorial.03 de Mayo. Tomado de Raices.

Con demasiada frecuencia se leen, se oyen imprecaciones contra los escritos más o menos teóricos. El principal reproche es su inutilidad, pues lo que urge, aquí y ahora, es la práctica. A todo el que discurre sobre la teoría se le imagina —quién sabe por qué— instalado confortablemente en algún salón e indiferente al mundo exterior. Desgraciadamente un corolario de este fenómeno es el obrerismo que se ha enraizado en los movimientos populares. Este obrerismo en realidad es una actitud de hostilidad respecto a los intelectuales y se extiende sin mayor reflexión a toda la clase media, los famosos pequeños burgueses.

En nuestro país siempre ha existido esta actitud. Ella ha sido un obstáculo mayor al desarrollo del pensamiento revolucionario en nuestro país. Por supuesto que esto no es propio de nosotros. Es un fenómeno que tiene sus momentos de auge y cobra entonces aspectos muy peligrosos para el movimiento revolucionario. Y aunque esto parezca paradójico, es lo que origina el sectarismo doctrinario y que crea las premisas del ostracismo en que se mantienen todos aquellos que tratan de comprender los estorbos internos y externos del movimiento revolucionario.

No ha sido tampoco raro que los dirigentes echen mano del obrerismo para perpetuarse en la dirección y que llamen a entregarse a la acción sin previa reflexión. Esta reflexión es declarada intelectualismo y a los intelectuales o a los inconformes se les incrimina alianzas con el “enemigo de clase”. Este ha sido y es una actitud de rechazo a la crítica y sobre todo una manifestación de pereza mental. Los dirigentes usan y abusan de este procedimiento. Ante estos “enemigos”, la dirección llama a cerrar filas. Asimismo es cuando los dirigentes se otorgan el derecho exclusivo de pensar, dejándole al militante la ejecución de las consignas.

En épocas pasadas, la figura del Secretario General fue sacralizada y el que ocupaba este cargo de repente se convertía en una autoridad absoluta. Era el Secretario General el que dirimía con su palabra autorizada todos los conflictos o discordias filosóficas, económicas y políticas. Esta capacidad universal de resolver todos los problemas le venían de repente, como una especie de bendición adherida al puesto de máximo dirigente. Esta actitud tiene su historia, se desarrolló y creció durante el siglo veinte sobre todo con las figuras de Stalin y Mao Tse Tung.

Poco a poco toda esta tradición se ha ido perdiendo. En gran parte esto se debe a que en ciertos países las sucesivas derrotas mostraron que no siempre el discurso de la dirección, ni su estrategia eran lo que mejor se adaptaba a la situación. Más o menos por los años ochenta reapareció el concepto de “intelectual colectivo” y resurgió la problemática del los “intelectuales orgánicos”. Esto coincidió con la llegada al poder en la Unión Soviética de Mijail Gorbachev con la “perestroika”, éste se negó a asumir el papel de dirigente del Movimiento Comunista Internacional: “Moscú no sería más la capital del mundo comunista, todos tenían que pensar con su propia cabeza”. Esto trajo en algunos partidos un descalabro inaudito, tan acostumbrados estaban a no pensar, a recibir lineamientos desde Moscú. Hubo un partido comunista centroamericano, cuyo documento de discusión para su congreso fue una resolución elaborada en Praga, esto fue en los años 70, cuando crecía el movimiento de masas.

Obligatoriamente tenemos que reconocer que en nuestro país existe un déficit de teoría, tanto en la asimilación, como en la producción. Forzosamente esto entorpece la misma práctica, pues no solamente por aquello que se ha convertido en aforismo: “no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria”. ¿De qué práctica se trata? ¿De qué teoría? En realidad cuando hablamos de práctica, en este campo de la actividad humana, con frecuencia nos olvidamos de que se trata simplemente de como debemos hacer política en este momento, en esta coyuntura. La coyuntura no son las tres o cuatro semanas que tenemos por delante, ni siquiera los tres o cuatro años que quedan hasta las próximas elecciones. Estos pueden ser hitos en la práctica, en la que es necesario aplicar tácticas determinadas que no contradigan la estrategia general. Ésta se define por el fin último que se persigue a través de la actividad política.

Dos actitudes ante la nuestra realidad

Es en esto donde comienza la complejidad de la concatenación de la teoría y de la práctica. Pues hay que definir los límites de la coyuntura y además lo que es más importante, el fin de nuestra actividad política. ¿Cómo se determina una coyuntura? ¿Cómo podemos establecer el alcance último de nuestra actividad en el momento en que nos encontramos? No es muy sencillo responder de manera unívoca a estas preguntas. Porque en esto no solamente entran en cuenta nuestros fines, nuestras acciones, sino que también es necesario tomar en cuenta, los aspectos objetivos de la realidad y las acciones de las otras fuerzas políticas en presencia y su capacidad de conquistar las mentes de nuestros conciudadanos.

Para los revolucionarios el fin último es la transformación de la sociedad, la supresión de la explotación, la erradicación del Estado opresor, la desaparición de toda alienación. Por supuesto que actuamos siempre en un aquí y en un ahora. Lo que he enunciado es abstracto, quiero decir que no tiene lo concreto de la circunstancia actual, tanto nacional, como internacional.

La primera pregunta que se nos plantea siempre en un país dependiente y poco desarrollado como el nuestro es la del “realismo” de nuestros propósitos. ¿Es realista, es concebible plantearnos este objetivo?

No obstante esta pregunta trae aparejada otra, si nuestros fines son inalcanzables, ¿para qué emprender acciones políticas, si éstas no pueden conducirnos a nuestros fines? Necesariamente las respuestas que le demos a estas preguntas nos pueden conducir al fatalismo histórico o al optimismo razonado.

Los que responden que no es realista, limitan los objetivos de nuestras acciones, los enmarcan dentro del régimen capitalista actual, suponen que lo único que se puede obtener es “humanizar” al capitalismo salvaje. Hay quienes nos incitan a desarrollar el capitalismo hasta que pueda existir una clase obrera digna de este nombre para poder solamente entonces proponernos la revolución proletaria. Todas estas proposiciones reposan sobre una teoría, en ellas subyace un análisis. Pero esta posición no necesita explayar su teoría, pues en apariencia reposa en el sentido común, en lo que salta a la vista.

Esta visión da el presente como inamovible, como necesariamente estático, no es capaz de proyectarse en el futuro e imaginar los cambios que pueden traer nuestras acciones a la circunstancia misma. La visión “realista” o “pragmática” vuelve como factor fundamental la existencia del imperialismo, como obstáculo invencible, como algo que nos va a determinar siempre. No se puede negar el peso que ha tenido el imperialismo estadounidense en nuestra historia y el peso que sigue teniendo. Por ello mismo nuestras luchas pasadas se consideraron como luchas de liberación nacional. ¿Podemos considerar que este objetivo de liberación nacional ha desaparecido de nuestro horizonte? Los “realistas” nos están respondiendo tácitamente que no, que no ha desaparecido, que para plantearnos objetivos de liberación humana debemos deshacernos de la tutela imperialista. Ellos mismos se encargan de recordarnos que el principal enemigo externo para nuestra liberación es el imperialismo. Por lo tanto es impensable para un revolucionario imaginar que el gobierno de los Estados Unidos pueda ser un aliado para nuestro bienestar, que ha dejado de ser nuestro principal enemigo. La actitud de sumisión del gobierno actual viene condicionada por el miedo a un golpe de Estado propiciado por el imperialismo mismo y por supuesto perpetrado por el Ejército nacional, institución que tiene la reputación de ser la que mejor ha respetado los Acuerdos de Paz.

Es este miedo el que condiciona a los que nos exigen que rebajemos nuestras exigencias, que no todo se puede obtener de la noche a la mañana, nos dicen, que moderemos nuestras ambiciones, que seamos realistas, que abandonemos nuestro romanticismo. A lo sumo, nos afirman, a lo que podemos pretender es alegrarnos porque la derecha ya no está en el Ejecutivo, que logramos sacar a Arena del poder. Es cierto que muchos limitaron a esto sus objetivos y piensan que esta debe ser la actitud de todos. ¿Pero podemos dejarnos inculcar semejante conformismo? ¿Acaso somos un pueblo de maquilladores? Porque es esto lo que nos proponen, que maquillemos nuestra pobreza con remiendos sociales pagados por los préstamos que vamos ir acumulando.

Un corto recuento de los problemas sociales

Los que pensamos que es posible plantearnos objetivos de transformación, no podemos conformarnos con la simple afirmación de estos objetivos. Urgimos entender la realidad nacional, como internacional. En primer lugar debemos demostrar que en el estado actual de dependencia es imposible satisfacer las crecientes necesidades sociales, económicas y culturales de la población. Esto a pesar de que salta a la vista, que han pasado décadas enteras de capitalismo sin que se haya realizado algún avance sustantivo en nuestro país, no todos piensan que el estancamiento que padecemos venga precisamente del sistema económico.

Hay personas que piensan que nuestro atraso es debido al carácter de nuestra gente. Hay otras explicaciones como la falta de recursos naturales, el aislamiento, la lejanía de los principales circuitos comerciales, todo el atraso acumulado, etc. Todas estas explicaciones son de una o de otra manera divulgadas por los órganos ideológicos de la oligarquía. Su constante repetición las ha vuelto evidencias. Algunas de estas observaciones no son tan desatinadas, no obstante no bastan para explicar la incapacidad de encontrar, dentro del estado actual de nuestra economía, los medios para satisfacer las más elementales necesidades de toda la población. Esta situación es permanente, es crónica.

Se han operado en el mundo toda una serie de transformaciones, estas han tenido de alguna manera una repercusión en nuestra sociedad, no obstante ningún avance sensible ha tenido lugar en las condiciones de vida de las mayorías. En algunos sectores se ha producido hasta cierto deterioro. La crisis de nuestra sociedad no concierne solamente la economía, son todos los aspectos de la sociedad que encuentran dificultades para un funcionamiento adecuado, normal. Esto lo hemos visto en la disfunción de las instituciones del Estado, incuria de la Fiscalía para emprender investigaciones de todo tipo, la Corte Suprema de Justicia obedeciendo por simpatías partidarias al Ejecutivo, retrasos en los nombramientos de funcionarios, un parlamento que envía a comisiones asuntos que permanecen sin solución durante semestres, años enteros. La lista puede ser completada fácilmente por todos. El sistema educativo no responde a las necesidades del país y esto en todos los niveles, desde la formación inicial hasta la enseñanza superior. El transporte de pasajeros es un peligro permanente, su mala calidad es alarmante. El estado desastroso del transporte urbano e interurbano concierne no solamente a los propietarios de los autobuses, sino que también a las distintas administraciones encargadas de este asunto. Creo que todos tienen en mente la corrupción que ha dominado la gestión de la cosa pública y los compadrazgos que esto entraña.

La delincuencia, la violencia permanente es tal vez una de las manifestaciones de la crisis social que padecemos, que aparece como la más visible y como la más urgente por resolver. Este fenómeno no podemos verlo como una simple excrecencia abominable al interior de nuestra sociedad, como algo que ha venido a incrustarse. Es cierto que el estilo, el modus operandi de la delincuencia juvenil podemos adjudicarlo a las pandillas nacidas en los Estados Unidos e importadas por las expulsiones sistemáticas operadas por el gobierno estadounidense. No obstante es de inmediato que debemos asociarla con la permanente fuga de compatriotas hacia el extranjero, por la creciente falta de oportunidades de vivir o sobrevivir que ofrece nuestro país a la población. Esta realidad, la incapacidad del país, de su economía, de su sistema social de darles a todos lo mínimo para vivir, que ha provocado su fuga, se presenta como un fenómeno socio-psicológico de “sueño americano”. Esta campaña ideológica ha tenido como función ocultar las verdaderas causas del desangre de nuestra nación. La tercera parte de nuestra población en el extranjero. Las repercusiones en la vida de las familias, su destructuración o simplemente su destrucción, ha jugado un papel importante de sementera de muchos problemas sociales y entre ellos el de la delincuencia juvenil. La violencia ha servido a los gobiernos sucesivos para ocultar su incapacidad para resolver los problemas de la población. Todo nuestro sistema social funciona en la precariedad. Es justamente esta precariedad el signo distintivo del sistema social, político y económico que nos ofrece la oligarquía y nuestra sumisión a los dictados neo-liberales del imperialismo.

La violencia reinante en el país no proviene mayoritariamente de la delincuencia juvenil, ni mucho menos podemos afirmar que es causada exclusivamente por las maras. Pero tanto en las campañas gubernamentales, como las campañas de miedo que sostienen los media salvadoreños, han creado en la población este sentimiento y esta visión. La gran delincuencia que se alimenta de todos los tráficos y que es la que comete la mayoría de los crímenes y delitos no es atacada legalmente y permanece ocultada. Esta gran delincuencia tiene capacidad de pervertir funcionarios, de sobornar voluntades y es en realidad la que se aprovecha del clima de violencia que reina en El Salvador.

Este recuento de problemas sociales y económicos constituye el resultado de la gestión social de la que es capaz la oligarquía. Es ella la que en primer lugar fue instaurando en nuestra sociedad la violencia, el despotismo como sistema de vida. Desde siempre hemos sufrido de dictaduras, de arbitrariedades, de represiones de todo tipo y forma. Las relaciones de violencia que reina en las familias, en los trabajos, en los centros educacionales provienen de las relaciones violentas instauradas por las clases dirigentes en toda la sociedad para mantener su hegemonía.

La lucha popular impuso la democracia representativa

La propaganda oficial de la oligarquía sostiene como una verdad intangible que la guerra civil que tuvo lugar en los años setenta-ochenta fue introducida del exterior, por fuerzas foráneas. No obstante se trata de la respuesta que encontró el pueblo para poder resistir, fue su forma de lucha para salir de todo el estancamiento político y social en que se mantenía el país. Desde los años treinta dictaduras y fraudes, represión y exilios, torturas, etc. han sido los modos políticos que usó la oligarquía para mantener su dominación social.

La guerra se inició con el objetivo de transformar la sociedad, de liquidar la dominación económica, política, social y cultural de la oligarquía. Es posible que sin la masiva intervención de los Estados Unidos en la guerra los objetivos primeros se hubieran logrado. Pero esta intervención tuvo lugar. Es un hecho dentro de nuestra historia. No obstante —y esto hay que tenerlo en cuenta en todo análisis de nuestra sociedad y de nuestra historia— fue a través de la guerra, por la guerra que se llegó en El Salvador a la democracia representativa, al funcionamiento balbuciente de las instituciones de la democracia representativa y formal. Esto significa que incluso a lo que se le llama “democracia burguesa” se ha instaurado en El Salvador gracias a las luchas populares, ha sido el resultado de la guerra. Es por eso que esta democracia es una conquista popular que hay que defender y preservar.

El pueblo lo interpretó así, cuando se volcó durante los días de las pasadas elecciones a las calles a defender la veracidad del sufragio, a prevenir y a combatir el fraude. La alternancia es también el fruto de las luchas populares. Pero los límites de este tipo de democracia saltan a la vista. La mayoría de salvadoreños votaron por el cambio, por un cambio de políticas en todos los campos económicos y sociales. Por el momento lo que tenemos es un continuismo de las políticas de derecha.

Mauricio Funes ha optado por plegarse a las exigencias del neoliberalismo, a los intereses de las clases dominantes. Es necesario también tomar en cuenta que el gobierno ha tomado algunas medidas progresistas que vienen a aliviar el bolsillo de las familias populares: los útiles, uniformes, zapatos y refrigerios gratuitos para los estudiantes de primaria y secundaria. Esta medida ha tenido su disfunción, pero es una medida de reparto de la renta pública que la derecha no critica abiertamente, pero su prensa señala con creces su disfunción. La derecha nunca quiso adoptar una medida semejante. Lo pudo hacer pues no se trata de una medida que ponga en entredicho la dominación de la oligarquía.

No voy a referirme al carácter particular del presidente. No obstante su estilo de gobierno ha sido el uso extremo del presidencialismo que permite la Constitución, se trata de un poder personal que deja abierto anchamente el camino para cualquier despotismo. Si algo hemos aprendido en este año es que el que decide en última instancia es el presidente de la República, esto Mauricio Funes lo ha repetido hasta la saciedad, digo hasta la saciedad y debo agregar hasta con cierta delectación. Su política personal no corresponde para lo que fue electo. Su responsabilidad está comprometida y a la hora de los balances no será juzgado por sus discursos, sino que por los resultados.

Es importante asimismo decirlo que en esto hay otra responsabilidad que no recae en Mauricio Funes, pues al negarse a desdolarizar nuestra economía estaba dando signos evidentes del curso liberal de su política, cuando proclamó sus preferencias y referencias políticas a nivel internacional confirmaba este mismo rumbo. De alguna manera podemos decir que el jugó la partida con las cartas sobre la mesa. Repito, de alguna manera, pues sus discursos durante la campaña dio a entender que se proponía radicalmente a conducir otra política, en la que dominaría el cambio en el trato de los problemas económicos y sociales. Hasta hoy no hemos visto ninguna medida significativa que pruebe que cumplirá con lo prometido.

No voy a insistir sobre la separación, las diferencias, los conflictos que tiene el presidente con el partido que lo llevó al poder, el Fmln. Lo extraño en esta situación es la conducta de los parlamentarios del partido y de la cúpula dirigente que insiste en reafirmar su apoyo a la política presidencial y a señalar que no existe ningún hiato entre el presidente y el partido.

Es esta actitud del Fmln, que decididamente nos mueve a pensar que la deficiencia en la reflexión se ha vuelto crónica. Cuando pactaron con Funes, cuando se repartieron funciones lo hicieron sin prever que podía darse una situación como la que estamos viviendo. Le entregaron las riendas del Ejecutivo sin poder exigirle ningún compromiso, ni mucho menos el cumplimiento de lo pactado (si es que hubo algún pacto). En todo caso la falta de un análisis crítico por parte del Fmln de lo que es el Estado oligárquico, su funcionamiento, su dominio de la vida pública, sus órganos de difusión ideológica, etc. los ha llevado a una simple incorporación al sistema sin proponer absolutamente otro tipo de hegemonía, otra manera de hacer política. Declararse de vez en cuando partidarios del socialismo no constituye una política. Repetir que será el pueblo salvadoreño quien decidirá de cuándo y cómo se construirá el socialismo, sin tener una política que pueda dar las premisas de cómo el pueblo salvadoreño podrá decidir, convierte esas declaraciones en mero ritualismo. Todo eso han sido declaraciones sin consistencia y lo siguen siendo. Es como el color rojo que visten y que a veces obligan en municipalidades a vestir a sus funcionarios, no es sino que mero símbolo, esto no tiene nada que ver con un proyecto de sociedad, de otra sociedad.

No se trata de que durante el primer gobierno del Fmln se sentaran las bases de otra sociedad. En primer lugar porque para eso es necesario que las clases trabajadoras se impliquen conscientemente y con mayor fuerza en las nuevas maneras de hacer política. Estas nuevas maneras de hacer política deben construir las instituciones de una nueva democracia participativa, que amplíen y consoliden los logros de los derechos democráticos obtenidos. Un desarrollo democrático que abarque todos los sectores en donde el despotismo sigue aún reinando.

Estos sectores son múltiples, pero me refiero en primer lugar a los lugares de trabajo y el ambiente que reina en ellos. La dictadura patronal ha impuesto la pérdida sustancial del respeto a la dignidad de la persona. No existen leyes eficaces que protejan los derechos de los trabajadores. No existen contratos colectivos, ventajas diversas que se desprendan de este contrato. Todo trabajador puede ser echado a la calle sin previo aviso. Y son muchas las veces en que la debida indemnización no es pagada. Esto sucede sin que el partido “revolucionario” se manifieste y organice las protestas y sobre todo que organice a los trabajadores para exigir el respeto a su dignidad. En las maquilas el despotismo patronal es aún mayor. Pareciera que son lugar de ausencia del derecho. Es necesario pues introducir en ellos la democracia y dignificar a los productores reales de las riquezas.

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