Por Fernando de Dios. 31 de Mayo. Tomado de Contra Punto.
SAN SALVADOR – El personal de Protección Civil recorre lentamente el pasaje central de la colonia La Granada, en Montebello, a los pies de la ladera del Volcán de San Salvador, en la zona del Picacho. Están pidiendo a sus habitantes que se vayan, que permitan ser evacuados, porque la zona es de alto riesgo de deslave. Es domingo, 30 de mayo.
Son unos doscientos metros de calle, dividida en su parte central por una mediana arbolada y a cuyos costados surgen los pasajes secundarios, regados de casas normales, dignas pero sin lujos. Aunque hay señales de que mucha agua ha corrido por ellas, las vías están limpias, excepto una en la que ha cedido un pequeño muro.
Las vecinas y vecinos, entre expectantes y escépticos, se mezclan con los trajes de colores chillones de aquellos que intentan convencerles de la conveniencia de salir de allí cuanto antes. Es un diálogo de sordos.
El riesgo es latente
Los megáfonos en las camionetas claman suplicantes:
“¡¡Protección Civil hace un llamado a los habitantes de la colonia para que evacuen y se vayan. Están un una zona en riesgo inminente de deslave. Por favor, abandonen la colonia, estamos en alerta roja!!”
“Ya se lo hemos dicho de todas las maneras posibles”, dice uno de los efectivos de Protección Civil, “pero no quieren irse. No quieren dejar sus casas”.
Las familias debaten en las esquinas. Atribulados grupos de vecinos y vecinas se reúnen, conversan y sopesan la situación. Unos creen que si les están diciendo eso será por algo. Quizá es mejor salir y pasar una noche fuera, no vaya ser que se venga la ladera y se los lleve por delante.
Es la opinión del joven Giovanni Córdoba, que muy calmado afirma que se irá a pasar la noche a otro lugar, porque hay riesgo real.
Otros siguen sin estar convencidos. No ven peligro. No quieren hacer la maleta y todo el lío cuando parece que lo peor de la tormenta ya ha pasado. Les produce temor dejar su casa y sus pertenencias solas. No saben qué van a encontrar en el albergue.
José Antonio, María Teresa y Carolina están en plena discusión. No saben qué hacer. Preguntan por la previsión, si las lluvias van a seguir, porque ya no ha llovido en las últimas horas.
“¿Qué dice la previsión, va a seguir lloviendo? Es que ahora el cielo está más claro y ya hace rato que no llueve ¿Usted qué haría?”, pregunta María Teresa.
Carolina es la más escéptica. “¿Por qué nos vamos a ir si ya esto está tranquilo? No vamos a estar molestando a la gente si aquí ya pasó la lluvia”.
La gente a la que se refiere Carolina son familiares y amigos, a cuyas casas se van gran parte de los evacuados. Los albergues son la última opción, la de los que no tienen familiares o la de los que viven con toda su familia en sus casitas amenazadas. Es la opción de los más pobres. Y la mayoría, sabiendo eso, no quieren verse metidos en el mismo saco.
Rosa Araceli y Francisca son tía y sobrina. Están con su familia en el albergue que Protección Civil y el municipio de Mejicanos han habilitado en las instalaciones del Instituto Nacional de los Deportes (Indes) de la Vía Centroamericana, en la zona del Residencial San Pedro. Dicen estar a gusto. Se encuentran en una sala con sillas, mesas, sofás y un televisor.
Han sido evacuadas de la comunidad Las Valencias, en la quebrada Las Lajas, también en la zona de El Picacho, donde dicen que han vivido siempre. Cuentan que la corriente se incrementó en cantidad y fuerza a lo largo del sábado. Aseguran que ellas, en cuanto les dijeron que evacuaran, se fueron inmediatamente.
Rosa Araceli, una mujer anciana, ajada por las inclemencias de la vida, vivió el último gran deslave ocurrido allí, el de Montebello, en 1982. En aquella ocasión quedaron aislados, según relata, y su hermana, la madre de Francisca, desapareció.
“Ese día no llovía mucho, pero es que ya era casi pasado el invierno y de momento pues fue el deslave y todo se perdió”, recuerda Rosa Araceli. También dice que después volvieron a construir su vivienda como pudieron en el mismo sitio. No tenían dónde ir.
Según el administrador de la instalación, Menphis Rodríguez, hay albergadas allí unas 65 personas, la mayoría mujeres y niños, venidos del sector de Montebello. Sin embargo, asegura que aún no les han surtido del material que necesitan.
“Lo mío es el refugio. El tema de alimentación y otras necesidades como los artículos de uso personal o las frazadas, estamos todavía cabildeando quién nos lo va a traer”, afirma Rodríguez, que añade que, en cualquier caso, están haciendo uso de los recursos que tiene la instalación y todas las personas están siendo bien atendidas.
“Eso es ir a pasar hambre”, responde Miguel Enríquez al ser preguntado por qué no ha querido ir a un albergue cuando se lo han ofrecido. Su casa está sobre la quebrada de La Málaga, en zona sur de San Salvador, junto a la calle a Montserrat.
La fuerza de la corriente ha abierto un gran hueco en el muro que sujeta su vivienda. Según cuenta, la zona de la cocina y el lavadero están literalmente el en aire. Pero él no se va, dice, porque en el albergue “no hay más que penurias”.
La Málaga es uno de los principales puntos de atención de todo el Área Metropolitana de San Salvador cuando se presenta un fenómeno meteorológico como Ágatha. De hecho, allí, en el mismo punto en el que Miguel rehúsa ser evacuado, un autobús fue arrastrado por la riada durante la tormenta Ida, en noviembre pasado. Murieron todos sus pasajeros menos uno.
Según nos cuenta el delegado en la zona de Rescate Voluntario de Cruz Blanca, Mario Roberto Sánchez, de La Málaga evacuaron a cerca de 200 familias, pero muchas otras no han querido irse.
La autosugestión es un arma poderosa. No hay nada más efectivo que el propio convencimiento de que nada va a pasar, de que si han pasado otras tormentas más fuertes y no ha habido un desastre, por qué va a ocurrir ahora.
- Cuando el Stan esa quebrada de ahí venía desbordada, – Recuerda José Antonio, en su conversación con sus vecinas en Montebello – y cuando el Mitch también. Pero hoy no se salió, no llovió tanto.
José Antonio es habitante de la zona de riesgo de El Picacho desde hace cuatro décadas. Según cuenta, vivía con su mamá hasta hace unos años en la zona de la quebrada de Las Lajas, cuando sucedió el desastre del 82.
Evoca duros momentos, cuando el lodo y las piedras lo sepultaron todo y no pudieron hacer otra cosa que buscar a los muertos. Sabe que el hecho de que la lluvia haya cesado no es óbice para que la ladera no se venga encima de sus casas. Aún así duda. No sabe qué hacer.
Y entonces aparece Funes
De repente, una mujer pasa a la carrera por nuestro lado y entra en su casa apresurada.
Todos ríen.
“Ahí va la niña Clara a arreglarse”, dice alguien.
Viene el Presidente. Funes está en la parte baja del pasaje, rodeado del séquito de siempre y de los y las periodistas. Ha venido a exhortar en persona a los habitantes de esta zona a que abandonen la colonia. Lo acompañan el ministro de Gobernación, Humberto Centeno; el director de Protección Civil, Jorge Meléndez, y el alcalde de Mejicanos, Roger Blandino Nerio.
Centeno conversa con una mujer que le dice que se podrían a ir a casa de unos familiares en la Miralvalle. El ministro está cansado, se le nota en la cara, pero persevera.
- Hay que tener su maleta lista. Ahí arriba hay unas rocas grandes que anoche se comenzaron a mover. Si llueve les pido que se mantengan alerta.
- Nosotros vivimos la lava del 82 acá –interrumpe la mujer.
- Fue terrible, ¿verdad? –dice Centeno.
- Fue terrible pero, bendito sea el Señor, nosotros aquí estamos todavía, ¿vea? y, sentimos por la gente que no ha vivido después.
- Ya, pero, ¿tiene familia a donde irse? –insiste el ministro.
- Sí, bendito sea el Señor. Así es que, por eso le decimos, no vamos a evacuar ahorita porque vemos que ahorita está calmado, pero si a medianoche esto viene, nosotros desalojamos y nos vamos.
La mujer se llama Argentina de Belloso, y lleva 47 años viviendo en la zona, según dice. Sufrió el deslave del 82, y sin embargo, tras varios días de lluvia intensa, aún no ha dejado su casa.
“Sería inconcebible que obliguemos a la gente a que se vaya. Lo que hemos venido a hacer aquí y en todo el país es hacerle conciencia a la gente del peligro en que se encuentra en las zonas de alto riesgo, como es el lugar donde estamos”, declaró después Humberto Centeno.
La estrategia gubernamental es exponer a la gente el peligro que les acecha y que voluntariamente accedan a abandonar la zona. Aunque la Ley de Protección Civil faculta a las autoridades a obligar a la evacuación, las autoridades prefieren que los y las ciudadanas lo hagan por voluntad propia.
“Lo más valioso es que la gente tome esa decisión, y esperamos que tome la mejor decisión, que es evacuar”, afirmó el ministro de Gobernación.
Mientras el ministro predica en el desierto, Mauricio Funes se ha encaramado a la parte de atrás de un pick up y, megáfono en mano, hace gala de su oratoria para convencer a las y los vecinos de la colonia La Granada de que abandonaran el lugar.
“Acabo de hablar con un padre de familia que preguntaba que por qué se tenía que ir de acá, si todo lo veía tranquilo”, les dice Funes, “que ya no llueva con la misma intensidad no quiere decir que la situación no sea crítica”.
“No queremos que pase lo que ha pasado ya en algunas zonas donde no nos hicieron caso, no quisieron movilizarse y ahora el puente colapsó o el río creció y están incomunicados. No queremos venir, como ocurrió en el 82, que las autoridades vinieron a desenterrar cuerpos, nosotros lo que queremos es sacar a la gente con vida”, manifestó después a la prensa el Presidente.
Y, tras hablar con algunas personas que consiguieron acercarse a él a decirle algo, Mauricio Funes se marchó con toda su comitiva.
Hay una calma tensa en La Granada. Los niños juegan con su balón, una mujer hace tortillas en su casa. Otros miran el panorama, pues está entretenida la tarde en la colonia.
Algunas personas cargan en sus coches mochilas y enseres y se van con la familia a otro lugar, a pasar una noche, por si acaso. Llegan taxis a recoger gente.
División de opiniones. División de éxito
Un hombre entra en el pasaje sorteando camionetas y personal de Protección Civil y Bomberos. No parece que vaya a ser uno de los que decidan evacuar. Detiene su camioneta y ataca.
- Dice Funes que el vaso está lleno. De lo que está lleno es de desempleo, de pobreza, de que estamos hechos mierda, que queremos mejores salarios, que el hijueputa nos engañó, que se hizo de la derecha... ¡ese vaso sí que está lleno!
- ¡Circule, circule, que aquí estamos hablando de otras cosas! – Le responde otro vecino.