Escrito por Óscar A. Fernández O.11 de Diciembre. Tomado de Diario Co Latino.
Tomando como punto de partida lo vivido en El Salvador y apoyándome en las referencias científicas y políticas de otras naciones de la región, me parece de suma importancia y urgencia, introducir al debate un elemento histórico que está a la base de la construcción de las sociedades y sus Estados: el problema del contrato social.
La Ciencia Política concibe al Estado como instrumento al servicio de los intereses políticos en juego y de las fuerzas políticas. Intenta no sólo quitar el carácter jurídico de los fenómenos del poder, sino superar los fundamentos teóricos y metodológicos que justifican los mecanismos de coacción y dominación de los diversos tipos de Estado, porque éste es una de las tantas expresiones de la vida política.
Otras corrientes aseguran que el Estado nació en la necesidad de los dueños de las tierras de defender sus propiedades y vidas del asalto de sus enemigos. En esa primera aparición, el Estado prometía sostener la ley y el orden, para ello, los propietarios se reunieron y pusieron de sus propios recursos para mantener un cuerpo de ciudadanos, notables y de proba reputación, que se harían cargo, entre otras cosas, de administrar la justicia.
Las pruebas demuestran que hoy, ese Estado en nuestro país fue prácticamente destruido por las estrategias políticas y económicas de las nuevas políticas capitalistas. Lo que se dio en llamar “el ajuste estructural” y la privatización de las instituciones públicas, pivote de estas estrategias neo capitalistas, significó en la práctica la ruptura contractual del Estado, rescindido por la burguesía transnacional globalizada.
A parte de lo establecido en los Acuerdos de Paz, que al final fueron obviados por las clases dominantes y el Estado cómplice, hace más de trescientos años que no se crean nuevas instituciones a pesar de los profundos cambios que han tenido lugar en la humanidad.
Seguimos llevando a cuestas a un Estado virtualmente inexistente, destruido por la burguesía globalizada, que permanece inerte, incapaz de responder mínimamente a las demandas sociales básicas, que es rehén del capital volátil y sólo funciona como una máquina parta sustentar privilegios, perdiendo la dimensión moral de la política, malversando al propio Maquiavelo.
Como resumió el filósofo Thomas Mann: “Es la impotencia del humanismo in abstracto al oponerse a la barbarie in concreto”.
Nuestra tarea histórica de rediseñar el sistema político y construir el Estado social debe ser entendida como una sucesión de metas y procesos responsables, algunos experimentales, que surjan de las necesidades y las demandas históricas del pueblo, en cada etapa de desarrollo.
Para ello, debemos construir enunciados teóricamente siempre de forma sencilla y accesible, y no como una elucubración teórica cuya complejidad no resista a lo cotidiano.
Para los socialistas revolucionarios que no nos conformamos con el actual (des) orden mundial tutelado por los países poderosos y nuevas formas de imperialismo, es menester proponer un proyecto que partiendo de la realidad nacional e internacional, no se subordine a la brutal opresión y espontaneidad del capital financiero, ni a ninguna otra forma de injerencia que por la fuerza pretenda decidir nuestras vidas.
Un nuevo proyecto de contrato social que comprenda la aparición de un nuevo individuo e individualidad que pueda ser regulada, consensuada y socializada, en la dirección de construir ciudadanía, cooperación y solidaridad, reconociendo que la pluralidad y las diferencias puedan ser garantizadas por una dinámica pública innovadora, fundada en la equidad y la justicia.
El ajuste global comandado por organismos internacionales, bajo la tutela de Estados Unidos, no sólo genera consecuencias económicas. Para que los ajustes puedan ser implementados, es necesario imprimirle a la sociedad una homogeneidad para que se acepten, afirmen y reproduzcan los valores neocapitalistas: la apología radical del consumismo; la justificación de que la desigualdad es natural; la manipulación y el control de los medios de comunicación para minimizar la disidencia política; la exclusión del conocimiento ultra especializado y la creación de trabajos “rebajados”. Esto combinado con el apartheid social, que cada ves agudiza la privatización del espacio público y segrega enormes contingentes de personas.
Esta es la situación que debo destacar. La forma actual de un Estado virtualmente inexistente, débil en función social y sujeto a los intereses privados, ha transformado el interés público, en un conjunto de intereses corporativos subordinados a la mundialización económica totalitaria, que pretende aplastar cualquier salida alternativa.
Para los que entienden que la lucha por la igualdad social se establece como criterio regulador de la acción política, el desafío del neoliberalismo no es solamente una cuestión histórica, es también un desafío filosófico. Incide en la propia reflexión sobre cómo los y las salvadoreñas podemos ser distintos y mejores; y cómo podemos construir un mejor país con mejores instituciones, que promuevan un mercado socialmente regulado y un nuevo tipo de cooperación para el desarrollo.
De todo esto emerge un nuevo y decisivo problema para la izquierda interesada en reconstruir un proyecto de cuño profunda y radicalmente democrático: la cuestión de la forma de vida o sea de cómo las personas (el pueblo) quieren organizar su vida social, personal y productiva, y cómo las nuevas posibilidades de la revolución informática y la nanoelectrónica, se hacen realidad en el imaginario popular como la utopía alcanzable.
Así, la cuestión del modo de vida (Tasro Genro, 1997), que necesariamente exige una nueva economía política, pasa a ser el elemento fundador de una nueva práctica política, capaz de rediseñar de manera innovadora las relaciones del Estado con la sociedad civil.
La especificidad de la relación Estado-sociedad que presidió al modernismo, está cada vez menos presente de la estructura jurídica del Estado, debido a la privatización del Estado. Cómo dijo nuestro desaparecido líder Schafik Handal: “La Constitución es hace tiempo un cadáver, que aún hoy sigue asesinando la burguesía”.
Por eso, la construcción de una tensión democrática auténtica, entre Estado y sociedad, sólo puede ser materializada a través de la configuración de un nuevo contrato social, el cual debe estar fundamentado en la resolución de conflictos que emergen de la crisis actual del capitalismo y su lucha de clases. Es un Estado descentralizado, dirigido fundamentalmente a los ciudadanos.
Cosa buena ...muy buena. Proponga entonces ese pacto social que nos lleve a una sociedad mas solidaria y justa. Pero no solo se esperara de ud la propuesta que ud menciona sino tambien el camino a seguir, el metodo, la velocidad etc. Y todo eso debe ser realista, debe tomar en cuenta lo complejo de nuestra sociedad con la tercera parte de su poblacion en los EEUU, con una derecha electoralmente a la medida de la izquierda etc etc. La inclusion de todos estos parametros en la propuesta es una tarea de todo aquel que la proponga. No hacerlo seria irresponsable y hasta contrarevolucionario.
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