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2009/12/05

ARENA: el reto de la reinvención

Hoy, el reto va más allá: es reinventarse. La bandera del anticomunismo, que fue el estandarte de los años ochenta, ya no convoca. Pues si bien hay una bulla llamada “socialismo del siglo XXI”, no pasa ni pasará de ser eso.

Escrito por David Escobar Galindo. 05 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.

En el país, el proceso democrático viene siendo una especie de mecanismo de limpieza realista de las múltiples telarañas y marañas psicosociales acumuladas a lo largo del tiempo en que el autoritarismo excluyente fue la práctica normal del poder, en todas sus expresiones. Además, eso fue creando una serie de moldes de conducta, que a la experiencia democratizadora le toca ir desmontando y sustituyendo. En ésas estamos; y las organizaciones partidarias —a las que aún les falta mucho para ser instituciones funcionales— son el escenario natural de dicho tránsito evolutivo en el plano político.

El caso del partido ARENA puede ser un buen muestrario —y no el único, desde luego— de la realidad a la que nos referimos. ARENA nació como la primera experiencia de un partido de derecha que no era mera creación instrumental desde el poder, como lo fueron, en sus respectivos momentos, el PRUD y el PCN. Por el contrario, ARENA surgió por la necesidad de la derecha de contar con un instrumento partidario real, cuando la alianza histórica entre la cúpula económica y la cúpula militar quedó rota en 1979, ya en vísperas de la guerra interna. La “versión rosa” ha querido hacer ver el golpe de Estado de 1979 como un esfuerzo por evitar el conflicto bélico que se avecinaba, pero en realidad fue la puesta en práctica de última hora del “sálvese quien pueda”, una vez que la Ofensiva Final de los sandinistas se hizo con el poder en Nicaragua en julio de aquel año; de igual forma, la “versión roja” ha querido hacer creer que la Ofensiva hasta el Tope de noviembre de 1989 se lanzó para apalancar la solución negociada del conflicto, cuando en verdad fue el último intento de inclinar la balanza militar hacia un lado (o hacia el otro, porque desde el bando militar oficial se quiso aprovechar la ocasión para encapsular al “enemigo”), cuando en los hechos ya las soluciones militares estaban fuera de posibilidad histórica.

Pero volvamos a ARENA y al rodamiento que ha llevado en estos 20 años anteriores, hasta llegar a la coyuntura actual. Cuando ARENA inició el ascenso electoral en 1984, su característica era el entusiasmo batallador. Las condiciones políticas del país, en aquel entonces, resultaban propicias para contagiar una vitalidad semejante, pujantemente opositora. En 1989, ARENA llegó al Ejecutivo; y, en un régimen presidencialista como el nuestro, eso significa tomar la rienda del poder del Estado. Entre 1989 y 1999, los gobiernos de ARENA lograron hacer la paz, consolidarla y ajustar el sistema económico para hacerlo competitivo en las nuevas condiciones de la realidad económica en trance de apertura tras la disolución de la bipolaridad mundial.

En 1999, el proceso y la ciudadanía se hallaban listos para la alternancia, pero ésta no se podía dar porque el FMLN estaba empecinado en “candidatizar” en la primera posición a sus antiguos comandantes, quizás como un mecanismo fantasiosamente compensatorio del hecho de que la lucha armada no derivó en “victoria revolucionaria”. De 1999 en adelante, la gestión de ARENA entra en decadencia, lo cual no quiere decir, desde luego, que en ese decenio no hubiera cosas significativas y valiosas resultantes de la gestión; pero la permanencia se fue fermentando, creció la corrupción y se aflojaron progresivamente los mecanismos internos del partido gobernante. El “COENA empresarial” del tramo Flores y el “COENA unipersonal” del tramo Saca son muestras evidentes de ello, y deberían ser espejos aleccionadores.

Todo lo acaecido en relación con la definición de la fórmula que aspiraría a ganar las elecciones del 15 de marzo de este año es un típico ejemplo del error estratégico integral, que culminó los vicios acumulados por tan larga permanencia. ARENA no alcanzó a institucionalizarse antes de llegar al poder, y el poder le fue sustituyendo —artificiosa y perversamente—la necesaria institucionalización. No es de extrañar, entonces, que al final el Gobierno fuera el partido; por lo cual, al perder el gobierno, el partido se mostraría en una indigencia estructural angustiosa. Hoy, el reto va más allá: es reinventarse. La bandera del anticomunismo, que fue el estandarte de los años ochenta, ya no convoca. Pues si bien hay una bulla llamada “socialismo del siglo XXI”, no pasa ni pasará de ser eso. Porque pongámonos realistas: si no pudo la Unión Soviética, que era un poder mundial, ¿cómo va a poder el chavismo personalista, que es un delirio de ocasión?

La persistencia en depender de los ex Presidentes de la República, la tendencia a buscar remiendos en vez de remedios, la ocultación de vicios con disimulos que rondan la crasa ingenuidad, la resistencia a impulsar el surgimiento de un nuevo liderazgo capaz de retomar la energía perdida, son algunos de los signos de que hay un problema de desconcierto conceptual y de confusión estructural. Y en lo funcional el punto clave no es que los personajes tradicionales dejen entrar gente nueva, sino que le permitan asumir la vanguardia. Es cuestión de relevos inaplazables.

Desde afuera, vemos a los partidos aún en precario. Y esto debe preocuparnos a todos, en función de la salud del sistema. El Presidente Funes dijo hace poco que el equilibrio político necesita una oposición bien constituida, lo que constituye opinión de mucha altura. En el caso de ARENA, lo primero sería que dicho partido, como entidad, se animara a una impostergable autodefinición reconstructiva, conforme a las exigencias del presente y a los reclamos del futuro. El FMLN encara tareas muy parecidas, con el agravante de que hoy es partido de gobierno, aunque haya opiniones variadas sobre si es partido en el Gobierno. El poder, para cualquiera, presenta siempre una disyuntiva de altísimo riesgo: acomodamiento rutinario o adaptación creativa. Ser ahora oposición debería encarnar para ARENA la oportunidad de construir por primera vez, como partido, un proyecto político suficiente y audaz, que olvide “las tumbas” y apueste a los viveros.

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