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2011/01/22

LPG-Idealismo y pragmatismo: la función compartida

 Como siempre, los seres humanos imaginamos mundos posibles y luego nos toca vivir mundos inimaginados. En esa rueda venimos desde que el mundo es mundo.

Escrito por David Escobar Galindo.22 de Enero. Tomado de La Prensa Gráfica.

degalindo@laprensa.com.ssv

Es una realidad sin vuelta de hoja que vivimos en un mundo que se globaliza, y esa realidad va constituyéndose en una verdad que, como tal, está más allá de las voluntades tanto de los seres humanos como de las organizaciones de distinto tipo, y aun de las naciones que encarnan el poder colectivo nacional e internacional. Por su misma naturaleza, el fenómeno actual es, de seguro, el más complejo que ha vivido la humanidad en su agitada trayectoria contemporánea. Como es inevitable, todos estamos aprendiendo esta nueva dinámica de autorreconocimiento e interacción, y el aprendizaje es siempre una suma de aciertos y de errores, que se encadenan en la línea del tiempo. El éxito histórico, en una etapa determinada, depende del saldo entre los errores y los aciertos.

Estamos, pues, moviéndonos en un escenario cada vez más global y globalizador. Pero este hecho no se da mecánicamente: es el producto de una energía circulante que tiene múltiples raíces filosóficas, geopolíticas, estratégicoculturales y psicouniversales. Como siempre, los seres humanos imaginamos mundos posibles y luego nos toca vivir mundos inimaginados. En esa rueda venimos desde que el mundo es mundo. El ejemplo más vivo y reciente lo tenemos en el materialismo metafísico —valga el menjurje, que parece un acertijo— que floreció en el siglo XIX, y que quiso dar frutos en el siglo XX. El comunismo soviético fue su parto de los montes. Lo bueno ha sido que, al implosionar aquel ensueño frustrado, pasamos a esta etapa de globalización inesperada.

Como escribió hace más de cincuenta años D. F. Pears, miembro del Corpus Christi Collage de Oxford, en trabajo recogido en el libro colectivo “La Revolución en Filosofía”: “Los filósofos no deben ya crear sistemas de metafísica, que son obra, en última instancia, de una especie de razón imaginativa; en lugar de ello deben tratar de describir el pensamiento humano tal y como es e intentar comprenderlo”. De esa cita, tomada casi al azar, me surge un término que me parece que calza a la perfección con las palpitaciones del momento actual: la humanización del pensamiento. Humanización que debe partir del ser humano y no de las imágenes que sobre el mismo se haga el pensador, así sea el más genial.

Volvamos, desde ahí, al mundo global y a sus coordenadas sensibles, que se hacen presentes en cada vuelta del camino, y en todos los caminos de la realidad. Mundo global, sí; pero en el entendido que globalizarse puede significar muchas cosas. Aquí nos limitaremos a tres de ellas: 1. Pasar al reconocimiento de que el mundo es uno, con todas las diversidades, matices y veladuras que se quiera; 2. Entrar en razón de que la verdad —con todas las relatividades que el término conlleva—es en todo caso un cúmulo de verdades que hay que armonizar, no mantener en choque perpetuo; 3. Aceptar que la prosperidad no es un bien conquistable a fardo cerrado sino un esfuerzo que se va construyendo en el día a día.

Aquí se requiere la convergencia de dos factores: pragmatismo e idealismo. Tendemos a creer que son energías excluyentes y aun antitéticas. Nada más ajeno al hacer saludable de lo real. Cuando se dan en solitario, la arrogancia absolutista les potencia sus vicios más espontáneos. El pragmatismo ciego acaba siendo víctima de su propia crispación egoísta; el idealismo iluso termina victimizado por su mismo despiste nebuloso. Ejemplos vivos y vívidos los tenemos a la mano: el llamado “socialismo real” se enredó en su presunto idealismo de base; el llamado “neoliberalismo” perdió pie en su calenturiento pragmatimo a ultranza. ¿Qué nos queda, pues, en esta hora del mundo? Ver el mundo no como a una deidad de las de antes sino como a un caminante de los de siempre.

Un caminante que necesita metas y disciplina para alcanzarlas. De lo contrario, llega la crisis. El mundo “desarrollado” se creía ya una deidad intocable. “¡Somos prósperos y lo seremos para siempre!” La realidad da su dictado: “Pues no, señores, son caminantes, y la suerte de los caminantes se juega en el camino”. Y la receta es la misma para todos —pobres y ricos, jóvenes y viejos, revolucionarios y conservadores—: idealismo del bueno, pragmatismo del sano. Y si eso se globaliza, tendremos verdadera esperanza global.

Idealismo y pragmatismo: la función compartida

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