Comentarios mas recientes

2010/11/20

LPG-Gobiernos fuertes y gobiernos débiles

 Ya no hay gobiernos de fuerza como los del pasado, es cierto: hoy la fortaleza o la debilidad hay que calibrarlas en otros sentidos.

Escrito por David Escobar Galindo.20 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica. 

degalindo@laprensa.com.sv

Con este mismo título, el doctor Juan José Arévalo publicó un breve artículo el 12 de septiembre de 1944. Ha llovido desde entonces, y para muestra del deslave inevitable hay que decir que ya prácticamente nadie se acuerda de Arévalo, un doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación que fue Presidente de Guatemala entre 1945 y 1951, y cuya gestión quiso emprender un reformismo idealista que él denominaba “socialismo espiritual”. Su Gobierno, conocido como el Primer Gobierno de la Revolución, pues vino inmediatamente después de la caída del dictador Ubico, despertó muchas ñáñaras, que crecieron con la gestión de su sucesor, Jacobo Arbenz, que no tenía ni el idealismo ni la visión de Arévalo, y que fue sacado del poder por una contrarrevolución orquestada desde afuera. Cosas del tiempo. Maniobras de la época.

Pero bien, Arévalo, como intelectual bien formado y asumido que era, tenía un pensamiento claro, aunque gobernar exija desde luego más que pensamiento. En el artículo aludido, Arévalo toca un tema que merece reflexión en todo tiempo y latitud, porque está íntimamente relacionado con las vicisitudes, manías y obsesiones del poder político, que parece que nunca aprenderá de veras sus lecciones vitales y por eso va moviéndose siempre a trompicones: el tema de los gobiernos fuertes y los gobiernos débiles. Y, como era natural en aquella época, el distingo principal había que hacerlo entre gobiernos de fuerza y gobiernos fuertes. Los de fuerza son “aquellos que por hallarse fuera de la ley, fuera de la moral y fuera del corazón de su pueblo, se ven precisados a imponerse materialmente, fortaleciendo por imperio de las armas una situación tambaleante”.

Por el contrario, Gobierno fuerte “es siempre un gobierno de paz, de trabajo, de prosperidad material y espiritual; porque solamente dentro de la ley, dentro de la moral y dentro del corazón de su pueblo puede hallar un gobierno la fortaleza invisible pero invulnerable que se necesita para conducir durante determinado período los destinos de una nación”. Y, al final de su breve artículo, asevera el autor: “La época de los gobiernos de fuerza ha terminado. Comprenderlo es deber ciudadano”. 66 años después, y con tantas y tan diversas aguas corridas bajo los puentes colgantes del proceso histórico, tenemos que replantearnos ideas como aquéllas, no para desmentirlas, que no habría razón para ello, sino para actualizarlas geopolíticamente. Ya no hay gobiernos de fuerza como los del pasado, es cierto: hoy la fortaleza o la debilidad hay que calibrarlas en otros sentidos.

La globalización, como ejercicio crecientemente transversal, ha venido haciendo variar los términos comparativos en todos los órdenes, comenzando por los criterios de desarrollo y de subdesarrollo, que hasta no hace mucho parecían ya fijados definitivamente. Pasa igual con los criterios de fortaleza y de debilidad. En estos días, fortaleza se ha vuelto sinónimo de competitividad, de sostenibilidad y de previsibilidad; y debilidad se ha vuelto sinónimo de lo contrario: de estancamiento, de inestabilidad y de imprevisibilidad. Ya no se puede medir la fortaleza por la fuerza material o militar, como se hacía en los tiempos del tándem nuclear. Hoy, la fortaleza es solidez manejable sistemáticamente y la debilidad es insuficiencia sistémica crónica. Por eso el mapa de las potencias, subpotencias y minipotencias es ahora tan cambiante.

¿Cómo serían, en un caso como el nuestro, un gobierno débil y un gobierno fuerte? Gobierno débil sería el que fuera incapaz de inducir y provocar las conexiones indispensables —de fondo y ajenas a los intereses puramente partidarios o de grupo— con y entre las distintas fuerzas nacionales, comenzando por las políticas; el que estuviera concentrado obsesivamente en su propia sostenibilidad, con déficit de atención respecto de lo que debe ser la tarea básica de una gestión de gobierno: la sostenibilidad nacional; el que le rindiera pleitesía a lo inmediato en detrimento de la consideración analítica sobre lo que debe ser una visión de largo alcance. La debilidad, entonces, más que de circunstancias históricas, deriva de ánimos cerrados y de voluntades reacias, aquí y en todas partes.

Gobierno fuerte, desde luego, es el que sabe desarrollar con efectividad y naturalidad las tareas enunciadas en el párrafo anterior. Es decir, interacción con resultados, sostenibilidad fundamental y proyección constructiva. Y hay que decir sin ambages que en el ambiente hay sobradas posibilidades para hacer un gobierno fuerte, que es el que estamos necesitando con verdadera urgencia, siempre que se eliminen malezas ideológicas, candados temperamentales y suspicacias estériles. Insistir en esto es deber de patriotismo pragmático.

Gobiernos fuertes y gobiernos débiles

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.