No hay que seguir echándole leña al fuego cuando tanto calor explosivo tiene ya la realidad.
Escrito por Editorial.04 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Dice el Diccionario de la Lengua que desdramatizar es “quitar pasión y virulencia a un asunto”. Y la definición es perfectamente aplicable a lo que está necesitando nuestro accionar político en esta etapa de la evolución del proceso democrático que vivimos. El proceso de democratización nacional tuvo un salto de calidad en 1992, cuando la firma de la paz hizo posible que todos los actores partidarios pudieran actuar legalmente en el escenario político competitivo, y ya es tiempo más que sobrado para que la competencia partidaria se dé en un clima de respeto, de tolerancia y de interacción, como es lo natural en una democracia bien establecida.
Como es notorio en el día a día de la vida nacional, las baterías de los partidos políticos, y sobre todo las de los más emblemáticos –el FMLN y ARENA–, están siendo ya enfiladas hacia los comicios legislativos y municipales de 2012, hacia las presidenciales de 2014 y aun hacia las legislativas y locales de 2015. Los cuatro años y medio que vienen, pues, estarán inevitablemente marcados por el signo electoral, con todas las tensiones y distorsiones esperables.
Este es un fenómeno prácticamente normal en las democracias funcionales, las cuales se caracterizan por vivir en constante competencia partidaria; y eso mismo es lo que hace indispensable establecer deslindes funcionales, que hagan posible que la vida nacional siga su curso con el adecuado tratamiento de los diversos temas y problemas pendientes en la realidad, a la vez que se deja el margen razonable para competir conforme a los planteamientos y visiones de cada quien. Es decir, lo que no es admisible es que la competencia partidaria lo absorba todo, porque eso lo que hace es trastornar el sano desarrollo de los fenómenos reales, que a todos nos afectan y en los que todos tenemos interés.
La ciudadanía ha venido entendiendo con más claridad que las fuerzas políticas los mensajes de la lógica democrática, que se suceden en el tiempo. Prueba de ello es que el voto popular se inclinó por la permanencia de una fuerza política mientras la fuerza alternante no le presentara una oferta que fuera sostenible. La lección de 2009 debería ser tomada en forma analítica, y ya no en forma pasional, como es la tentación arraigada en el ambiente.
Hay ahora muy poco tiempo disponible antes de que las refriegas electorales vayan tomando posesión de todos los espacios nacionales; y ese escaso tiempo habría que aprovecharlo –ojalá que se haga un intento sustantivo y responsable para ello– en la línea de establecer la necesaria frontera entre lo que es el servicio al interés nacional y lo que son los intereses de la competencia partidaria. Hay una temática básica –que contiene áreas vitales como la reactivación económica, la seguridad ciudadana, la confianza intersectorial y la reforma institucional– que no puede esperar mientras las calenturas partidarias se van exacerbando.
Por todo ello hacemos una vez más el llamado a desdramatizar la acción política, de tal manera que las pasiones se aquieten y que las virulencias se eliminen. No hay que seguir echándole leña al fuego cuando tanto calor explosivo tiene ya la realidad. El país y la ciudadanía inteligente y sacrificada que lo mueve merecen un trabajo verdaderamente serio y constructivo por parte de todas sus fuerzas, y en especial las fuerzas políticas, que piden a cada instante el beneficio de la representación, que en justicia tendrían que írselo ganando a pulso.
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