Mari Carmen Aponte es una mujer que tiene una avasalladora vitalidad, un contagioso optimismo y una resolución a prueba de obstáculos.
Escrito por Joaquín Samayoa.03 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
jsamayoa@fepade.org.sv
Hay momentos en que nuestro país parece atascado en una mentalidad autodestructiva, reacia mucha de su gente a despojarse de las creencias y actitudes con las que infructuosamente algunos grupos buscaron conseguir objetivos políticos, económicos y sociales en las postrimerías de la dictadura militar y durante los años de violenta transición hacia el inicio de una democracia más genuina.
En días recientes hemos visto protestas callejeras y la ocupación de la Catedral por vendedores ambulantes que objetan el reordenamiento iniciado por la alcaldía de San Salvador. La PNC tuvo que intervenir para contener la enésima marcha de presión de una de las asociaciones de empresarios del transporte público. Una organización del gremio magisterial amenaza con huelga en 2011 si el Gobierno no accede a sus exigencias de mejoras salariales. Los sindicatos de trabajadores del sistema de salud pública han ido a paro y han impedido varias veces el acceso de los pacientes a los hospitales. ¿En cuál década estamos? Pareciera que el tiempo ha quedado congelado en los setenta y ochenta.
Mientras a naciones como Singapur y Corea del Norte les bastaron cuatro décadas para alcanzar impresionantes niveles de desarrollo económico, El Salvador va para atrás en sus capacidades competitivas. Ni en el fútbol logramos superar la mediocridad.
La persistencia de muchos de nuestros más graves problemas pone de manifiesto un grado lamentable de ineficacia gubernamental, la cual no da señas claras de empezar a corregirse en año y medio de un nuevo gobierno que, sin darse mucha cuenta, empieza a envejecer. Al estancamiento de la clase política se suman la intransigencia y la corta visión de importantes actores económicos y sociales que, en vez de convertirse en parte de las soluciones, añaden leña al fuego de la ingobernabilidad y deterioran enormemente el clima necesario para generar riqueza, buenos empleos y desarrollo humano sostenible.
¿Los liderazgos? Tal vez ahí está la explicación del estancamiento en todo lo demás. En los casi 20 años posteriores a la firma de los acuerdos de paz, no ha surgido un liderazgo visionario y carismático ni en la esfera política ni en la económica. Con el debido respeto, y hasta con cariño hacia algunos amigos que han desempeñado altas posiciones de gobierno, es preciso reconocer que los salvadoreños nos hemos acomodado a liderazgos gastados y estériles, empeñados en el juego de culpar a otros, sin ideas novedosas, con escasa voluntad y capacidad de diálogo constructivo, atrapados en sus vanidades y ambiciones. Con unas pocas excepciones, en las instancias de dirección de los principales partidos políticos seguimos viendo las mismas caras y oyendo las mismas voces.
También hay energías positivas, personas dispuestas a cerrar las páginas del pasado para buscar transformaciones que nos pongan en la ruta de un futuro promisorio, profesionales muy cualificados en todos los campos, gente honesta y trabajadora que no acepta la adversidad como excusa. En algunos ámbitos de interacción social ha habido genuina reconciliación y se puede dialogar con apertura y respeto, permitiendo que la inteligencia y el sentido de responsabilidad se impongan sobre la desconfianza, los rencores, el egoísmo y la arrogancia. Sin embargo, esas voces permanecen dispersas y asfixiadas en una cultura que prefiere la muerte, en sentido literal y figurado.
Este es el país que recibe con brazos abiertos a la nueva embajadora de los Estados Unidos de América. Y he querido dedicar unas palabras a su presencia entre nosotros, porque un par de conversaciones con ella me bastan para darme cuenta de que puede ser una presencia muy inspiradora y beneficiosa.
Mari Carmen Aponte, la embajadora que el presidente Obama tardó muchos meses en designar y cuyo nombramiento el Senado de su país quiso caprichosamente frustrar, es una mujer que tiene una avasalladora vitalidad, un contagioso optimismo y una resolución a prueba de obstáculos para ayudarnos a hacer eso que tanto nos cuesta: valorarnos, respetarnos, acercarnos, entendernos.
El protocolo, la tradición y los convencionalismos diplomáticos ponen límites a lo que un embajador puede hacer y lograr en el país anfitrión, pero me queda la grata impresión de que la señora Aponte está dispuesta a volarse las trancas tanto como sea posible sin meterse en problemas. ¡Bienvenida a El Salvador!
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