Si se aprueba la reforma en su contenido básico, aun con los ajustes hechos en el camino, el riesgo es que resulten afectados, directa o indirectamente, los procesos productivos y los bolsillos ciudadanos.
Escrito por Editorial.10 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
Se sigue discutiendo la reforma tributaria planteada por el Ejecutivo con carácter de urgencia, en razón de la sequía financiera del Estado. Las posiciones y las opiniones se plantean y se replantean, y no se sabe cómo quedará el muñeco en el último momento. Ahora hasta se está hablando de que se adelante la construcción del llamado pacto fiscal, aunque es imaginable lo que tardaría en alcanzarse y, más aún, en viabilizarse. En verdad, estamos atrapados entre dos urgencias: la que tiene el Gobierno para allegarse fondos cuanto antes y la que tiene el proceso económico para reorientarse hacia la recuperación.
Cualquiera que sea la decisión que llegue a tomarse en la Asamblea Legislativa, hay riesgos muy importantes que podrían activarse en el futuro muy próximo. Si se aprueba la reforma en su contenido básico, aun con los ajustes hechos en el camino, el riesgo es que resulten afectados, directa o indirectamente, los procesos productivos y los bolsillos ciudadanos. Si no se aprueba, el riesgo es que el Gobierno carezca de lo elemental para desarrollar sus proyectos y cumplir sus obligaciones en tiempo de crisis, con las consecuencias sobre la salud del sistema que esto podría acarrear.
Desafortunadamente las prisas y los apremios no son propicios para estimular una atmósfera de entendimiento, y más bien empiezan a surgir las desautorizaciones que intentan sustituir a las argumentaciones, sobre una base trillada y siempre falsa: “Si usted no comparte lo que yo digo es porque defiende algún interés ilegítimo”. Tenemos que pasar en general a una discusión más normal, en la que las urgencias se manejen sin paranoia y las perspectivas de largo alcance se manejen sin esquizofrenia.
Hacer un ejercicio de realidad
La falta crónica de un esquema integral de prevención y organización nos viene afectando prácticamente en todos los campos. Lo vemos puntualmente en los desastres producidos por factores climáticos, como el paso reciente del huracán Ida. Pero el efecto también está presente en situaciones de más amplio espectro, como puede ser, por ejemplo, la dificultad en el manejo de una crisis financiera cuando no podemos hacer uso de política monetaria y no nos hemos preparado para aplicar instrumentos alternativos.
Aquí las cosas se hacen y después que Dios nos ampare. Esto es lo que ya no es sostenible, porque vivir a salto de mata tiene también su límite y ya lo alcanzamos.
El país en su conjunto, y desde luego la Administración pública en su campo, tienen que hacer un ejercicio de realidad que es más urgente que todas las otras urgencias juntas. El apremio financiero del Gobierno, que se grafica hoy en su propuesta tributaria, debería servir –más allá de la suerte que corra dicha reforma, que todo indica que conducirá a la aprobación legislativa inmediata de la misma– para abrir una verdadera cancha de discusión seria, responsable y creativa en temas como el financiamiento permanente del Estado, la definición de los destinos del gasto, la reestructuración administrativa que erradique los mil agujeros del desperdicio, de la ineficiencia y de la corrupción, y la construcción de una auténtica y suficiente agenda nacional. De no ser así, seguiremos irremisiblemente en las mismas.
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