Cualquier forma de corrupción o de irresponsabilidad es atentatoria contra los valores esenciales de la convivencia pacífica y también contra el más entrañable sentir ciudadano.
Escrito por Editorial. 18 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
El manejo institucional público ha venido estando, desde siempre, cuestionado por la ciudadanía, por diversas sospechas de uso abusivo de funciones y de recursos. En el pasado anterior al establecimiento del modelo democrático en construcción, la falta de credibilidad ni siquiera era tema mencionable, porque el poder actuaba por encima de toda consideración a las reglas de una convivencia política abierta y competitiva. Desde 1982, cuando se inició el proceso actual, y sobre todo desde 1992, al hacerse posible que todos los actores políticos reales estuvieran presentes y activos en el escenario legal, la evolución hacia una dinámica verdaderamente democrática se acelera cada vez más, pese a los obstáculos que han surgido y que siguen surgiendo en el camino.
En este momento, el imperativo de fortalecer la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en el desempeño de los que las manejan o son parte de ellas es aún mayor. Y esa confianza no puede afianzarse sin que impere una auténtica transparencia, tanto en los procesos institucionales como en las conductas personales de aquéllos que participan en ellos, y muy especialmente los que los dirigen.
En estos días, se ha destapado el tema de la llamada “partida secreta”, que tiene a su disposición la Presidencia de la República. Corregir la facultad a todas luces abusiva que ahora permite alimentar sin límites dicha “partida” es, cuando menos, un deber de mínimo respeto al sano ejercicio institucional; pero, por lo que se ve, volverán a prevalecer los oídos sordos, lo cual es inadmisible. Voces autorizadas están insistiendo en correcciones como ésa, y habría que atenderlas a tiempo.
EL SENTIR CIUDADANO DEBE SER RESPETADO
La lógica democrática, aquí y en cualquier parte, tiene su centro en el respeto no sólo de los intereses generales sino del sentir fundamental de la ciudadanía. Nuestro propio proceso, que todavía está en fase constructiva elemental, es una muestra evidente de que el sentir ciudadano representa una especie de brújula que muy difícilmente se equivoca. Durante la guerra y después de la guerra, a la ciudadanía salvadoreña le ha tocado ir tomando decisiones casi siempre en circunstancias muy adversas, y, al hacer una valoración desapasionada de las mismas, es fácil constatar que ha actuado con bastante más sensatez y visión que los actores políticos, a quienes les correspondería el papel de orientadores y de conductores.
Hay cosas básicas que están en el ánimo ciudadano, y una de ellas es el reclamo por la vigencia de una inequívoca honradez en todo tipo de decisiones que tienen que ver con el hacer público. Cualquier forma de corrupción o de irresponsabilidad es atentatoria contra los valores esenciales de la convivencia pacífica y también contra el más entrañable sentir ciudadano. Ir cerrando todos los portillos y desagües por donde puedan colarse o escurrirse las conductas impropias o indebidas es, por ello, una tarea de alta responsabilidad y sensibilidad.
Las condiciones creadas por la alternancia son más que propicias para generar correcciones y reorientaciones de procedimientos y conductas. No se vale mirar hacia otro lado cuando hay deberes de depuración y mejoramiento que tienen que estar en primera línea.
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