Cuando al interior de un partido político se enfrentan ideas y programas se produce de manera inevitable un movimiento. Pero cuando la pugna se reduce a la contraposición entre intereses de grupos o de caudillos estamos frente a una mera agitación interna. El movimiento constituye un despliegue de energías orientadas hacia adelante y hacia arriba, en tanto que la agitación interna es solo un calambre o más bien un estertor que preanuncia el colapso.
Escrito por Geovani Galeas.15 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
En ARENA, por lo visto hasta el momento, no existe una querella en torno a las ideas y al programa que rigen o deberían regir las actividades de ese partido. Su agenda no está definida por el qué proponer ahora a la sociedad salvadoreña, sino por quiénes deben ocupar o desalojar los cargos de dirección en el aparato partidario. Y ya todos sabemos que una batalla, por tumultuosa y sangrienta que sea, también puede ser perfectamente estéril.
Los ejemplos de ese tipo de naufragios y de sus consecuencias abundan en nuestra propia historia, y quienes se empeñan en no verlos están condenándose a repetir esa amarga experiencia. Esta es la hora precisa en que habremos de saber si los dirigentes de la derecha salvadoreña (pero todos, tanto los cuestionadores como los cuestionados) están o no están a la altura de sus responsabilidades.
Unidad o fragmentación. No hay más alternativas. Ese es de nuevo el verdadero desafío de la derecha salvadoreña, como lo fue a finales de los años setenta del siglo pasado, cuando su máximo líder histórico, Roberto d’Aubuisson, acuñó la siguiente frase: “Somos una mayoría dispersa bajo el acoso de una minoría organizada”.
La minoría a la que se alude no es evidentemente el FMLN histórico que hizo la guerra, ni la maquinaria electoral que bajo ese mismo nombre ganó las pasadas elecciones presidenciales, puesto que en uno y en otra fueron determinantes, para sus avances y conquistas, los sectores políticamente moderados. La minoría en cuestión es la que se nuclea en torno a la ortodoxia comunista.
Pero volviendo a la derecha. Si los generales de un ejército, habiendo perdido de vista el posicionamiento del enemigo común y por tanto el sentido real de la guerra, se enfrentan y terminan matándose entre ellos mismos, así sea de manera patética a punta de periodicazos mutuos, la jefatura quedará en manos de los sargentos y los cabos y ya no habrá mañana para toda la tropa.
Después del fracaso electoral del pasado mes marzo y hasta ahora, en ARENA ha habido descontentos, disidencias, desprendimientos, expulsiones o amenazas de expulsión, todo como preludios de la previsible trifulca entre los generales. Desde afuera hemos visto maniobras y contramaniobras más o menos veladas. Lo que no hemos visto es política, es decir diálogo, negociación y pacto entre los enfrentados. Lo que no ha habido en suma es solución al problema sino mayor atizamiento de la crisis.
Se trata entonces de una de esas batallas estériles o suicidas, y es así porque en rigor incluso el que venza en ella será un derrotado más, probablemente no frente a los restos debilitados de un aparato partidario, pero sí frente a un país que observa con estupor el galopante desmoronamiento de una de sus representaciones políticas otrora más exitosas.
En la realidad las cosas son siempre como son y no como el deseo quiere pintarlas: el centro está efectivamente en un punto equidistante entre dos polos, y no “un poquito hacia abajo y a la izquierda” como creía aquel FMLN empecinado en perder (y como palmariamente ha venido a demostrarlo Mauricio Funes), del mismo modo en que solo se avanza y se gana sumando, y no aferrándose al espejismo de que “menos es más”, como parecen creer ahora los areneros.
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