El populismo nunca deja de asomar su rostro caricaturesco, independientemente de la línea ideológica de los que gobiernen, y mantenerlo a raya es requisito para asegurar el progreso con verdadera equidad y suficiente estabilidad.
Escrito por Editorial.02 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
En la más reciente medición de opinión pública realizada por LPG Datos, el nivel de aceptación del trabajo realizado en sus primeros seis meses por el Presidente Funes ha recibido un respaldo muy significativo, en un nivel sin precedentes en lo que llevamos corrido de gestiones presidenciales de posguerra. Este dato no es casual ni puede ser desvinculado de las condiciones anímicas de la ciudadanía en este momento en que se requieren estímulos para superar progresivamente el estado crítico en que se encuentra la realidad nacional.
Es evidente que, con seis meses de gestión, ya es posible calibrar el estilo de un gobernante, y en el caso del Presidente Funes dicho estilo directo y a la vez reservado parece estar en consonancia con lo que la ciudadanía espera en las circunstancias presentes. Hasta el momento, un buen porcentaje de salvadoreños confía en que el nuevo mandatario logrará cumplir sus promesas, y eso da una base muy firme para impulsar de veras dicho cumplimiento. En este punto, la clave está en balancear de manera inteligente y realista la satisfacción de necesidades ciudadanas urgentes con el mantenimiento de la racionalidad económica. El populismo nunca deja de asomar su rostro caricaturesco, independientemente de la línea ideológica de los que gobiernen, y mantenerlo a raya es requisito para asegurar el progreso con verdadera equidad y suficiente estabilidad.
Tanto el proceso como la ciudadanía estaban demandando alternancia, y seis meses después de que ésta técnicamente se produjo las cosas se encauzan sin quebrantos visibles, hasta la fecha. Es lo que hay que mantener, para dar base permanente a la confianza ciudadana.
Señales dignas de atención
Aunque la ciudadanía considera por abrumadora mayoría que el país en general sigue mal, ahora se considera con buen porcentaje que el rumbo que se le está dando es correcto. Y, pese a los diversos impactos de la crisis económica, el problema de seguridad va ligeramente a la cabeza en la preocupación de la gente. Esto último implica una doble señal: por una parte, no hay confianza en el tratamiento institucional de la inseguridad, y por otra sí la hay en que el manejo económico podría llevar a buenos resultados en el futuro previsible.
Desde luego, la confianza, en cualquiera de sus expresiones, pero más aún en el ámbito de la política, es fluida y cambiante. Si no se apuntala con hechos acordes con la realidad de cada momento, tiende a dispersarse y aun a desaparecer. Se trata, entonces, de un capital anímico que requiere una atención muy especial. Y aquí es donde puede venir un peligro que ya hemos visto en el pasado: el gobernante, con tal de mantener su popularidad estadística, empieza a actuar en función de ella y no de los intereses de aquéllos a los que está obligado a servir responsablemente, que somos los ciudadanos. Esperamos que tras las experiencias vividas esta vez se evite ese riesgo distorsionador.
A esta Administración le queda bastante camino. Temas como la normalización definitiva de las relaciones Gobierno-partido, la construcción de un proyecto de trabajo gubernamental de largo alcance y el manejo creativo de la gestión social están sobre el tapete.
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