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2009/12/18

EDH-El emperador no tiene ropas

Escrito por Manuel Hinds.18 de Diciembre. Tomado de El Diario de Hoy.

El caso del Presidente Funes acentúa la diferencia que existe entre la popularidad y el poder político. Por un lado, parece coleccionar récords de popularidad. No sólo es más popular que nadie antes jamás en el país, sino también es uno de los presidentes más populares de Latinoamérica. Por otro lado, si hay algo que preocupa del Presidente es su terrible debilidad política. No ha habido un Presidente más débil en los últimos cien años en el país y es difícil pensar en algún Presidente que pueda ser tan débil actualmente en América Latina. ¿Cómo es que el Presidente puede ser tan débil y al mismo tiempo tan popular?
Parece que hay un problema de percepciones. El Presidente basa su popularidad en una imagen que podría describirse como la del Lula salvadoreño. Hay mucha gente que cree que él realmente es como Lula, o como Felipe González, o como Tony Blair, o como los grandes reformadores de la izquierda que cambiaron los parámetros de la política en sus países. No lo es. Todos estos reformadores cambiaron la política de sus países porque tomaron rígidos partidos extremistas de izquierda, que habían quedado tan atrasados como lo está ahora el FMLN, y los transformaron en partidos modernos de izquierda democrática, que ya no buscaban destruir la economía de mercado sino fortalecerla, generando una estabilidad que fomentó la paz social y el progreso económico.

Mauricio Funes no ha realizado ninguna transformación, ni en su partido ni en el país. No ha generado estabilidad económica, paz social o progreso económico. No ha contribuido a la armonía política porque, aunque él declara en que en su gobierno no se dará ningún paso hacia el socialismo del Siglo XXI, no tiene ninguna influencia en el FMLN, que como quedó claro en su reciente convención, está dispuesto a dar mil pasos en este sentido y tiene el poder para hacerlo en el gobierno del mismo Presidente Funes. Es obvio que el Presidente no sólo no tiene la fuerza política para imponerse sobre el FMLN; no tiene ni siquiera la necesaria para evitar que el FMLN se imponga sobre él.

La debilidad política que acompaña a la popularidad del Presidente se manifiesta en la profunda inactividad de su gobierno en términos de la solución de los problemas más serios del país: la inseguridad ciudadana; la crisis económica, el desempleo y la paralización de la inversión, y el desastroso sistema de transporte público. Se manifiesta también en que las únicas iniciativas que su gobierno ha presentado provienen precisamente de los ministerios controlados por el FMLN, que abiertamente persiguen objetivos contrarios a los enunciados por el Presidente.

A pesar de que él juró y sigue jurando que no habría despidos y mucho menos despidos políticos, sus ministros siguen despidiendo masivamente a funcionarios de gobierno por razones puramente políticas. A pesar de que él jura que no se dará un paso hacia el socialismo en su gobierno, el FMLN sigue trabajando para imponer un control territorial en el país, que es una condición previa para establecer el totalitarismo en el que se basa el socialismo del Siglo XXI. A pesar de que reafirma verbalmente su autoridad con mucha frecuencia, es claro que los ministros del FMLN están implementando una agenda política que no es la de él, y es también claro que lo hacen impunemente.

Esta situación de impotencia es el precio que el Presidente tiene que pagar por haber pactado con el FMLN para lograr una ambición personal: llegar a la presidencia. En este pacto, el Presidente Funes no sólo aceptó no ser un líder del FMLN, aceptó ser un vehículo para que el FMLN escale posiciones desde las cuales puede ejercer control sobre la sociedad para perpetuarse en el poder. Aceptó no ser un líder reformador; aceptó ser un caballo de Troya.

Todo esto está muy claro. Sin embargo, pareciera que hay mucha gente que no lo ve. Esto hace recordar un cuento de Hans Christian Andersen, en el que unos sastres engañan al emperador pretendiendo que han hecho un traje bellísimo que todos pueden apreciar, excepto los estúpidos y los incompetentes, para los cuales es invisible. El emperador dijo verlo lindísimo por temor a que la gente creyera que era estúpido. Luego anunció al pueblo las propiedades milagrosas del traje y programó un desfile para mostrarlo a sus súbditos. Cuando el emperador apareció desnudo frente a su pueblo, todos se murieron por alabar la belleza de su vestido para evitar ser tachados de estúpidos o incompetentes. Este fue el momento de mayor gloria para el emperador. Pero segundos después un niño gritó que el emperador realmente no tenía ropas, causando una risa generalizada que hizo quedar en ridículo al monarca.

Aquí los sastres no tallan vestidos invisibles. En vez de eso, visten al Presidente con los ropajes de la así llamada popularidad, un producto de la publicidad. Esta popularidad aparta la atención del pueblo de la terrible debilidad política del Presidente; del hecho que el FMLN es el que tiene la sartén por el mango; de que el Presidente no ha presentado ninguna solución para los problemas más graves del país; de que mientras el Presidente gana popularidad al jurar que no nos llevará al radicalismo de Chávez y Castro, ha abierto las puertas para que el FMLN nos lleve precisamente a eso. ¿Hace falta un niño para quitarle los velos al pueblo salvadoreño?

elsalvador.com :.: El emperador no tiene ropas

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