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2010/12/08

LPG-Sueños del alcalde. Aviones de la FAES

 Nuestro buen alcalde Quijano sueña con ver a San Salvador como una ciudad suiza, sin la blasfemia de un papelito, una colilla de cigarrillo, contra la pulcritud de calles y aceras. Aunque no tenemos el celeste cristal de los lagos, con elegantes cisnes, a cuyas orillas se desenvuelven, con montañas de fondo, los poblados helvéticos, poseemos un Acelhuate, con zopilotes cuyo negro vuelo compite ventajosamente con el monótono nadar de los blancos cisnes; y si como fondo no tenemos los pinares y nieves de los Alpes, nos compensa la árida calvicie del cerro de San Jacinto.

Escrito por Ivo Príamo Alvarenga.08 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica. 

A esa árida calvicie de nuestro territorio es un homenaje la remodelación del monumento al Salvador del Mundo. Se sustituyó sin necesidad el oasis verde que acariciaba la vista, por planchas de cemento impersonales y costosas. Ahora la desnudez y el descuaje de vegetación justificarían que se le llame a secas monumento a El Salvador.

Hay otra dolorosa reflexión. Dijo alguien a quien he citado: un país que no sabe conservar su pasado no merece tener un futuro. La plaza de nuestro patrono era un símbolo de la ciudad; para guardarse y cuidarse como un tesoro, no para ajustarlo a la moda como pantalón de quinceañera. Eso se ha hecho. La circundaban bellas casas que le daban un ambiente de noble serenidad, hoy arrasadas para construir edificios modernos de escaso, si lo tienen, valor estético.

Los suizos a inicios del invierno compran tostadas y aromáticas avellanas o apetitosas salchichas en carritos ambulantes que inundan las ciudades. En Roma, las sandías se venden por tajadas en cualquier placita o recoveco que el tejido urbano permita. En el centro histórico, entre palacios del renacimiento y catedrales barrocas, los carritos venden semillas secas o variadas frutas, incluso exóticos mangos y kiwis. En Bruselas los transeúntes adquieren bolsas de papas fritas con salsa de tomate y las comen mientras caminan.

Nosotros superaremos eso. Aprovechando la bonanza de los salvadoreños prohibiremos que se compre comida en las calles. Lo de bonanza no es broma. Como ha dicho alguien, este no es un país pobre. Aquí se venden las medicinas más caras del mundo, los automóviles con las ganancias mayores de Centroamérica, los servicios públicos cuestan varias veces lo que en Estados Unidos, la comida es carísima. A un pueblo que puede costearse esas y muchas otras cosas es justo que se le prohíba adquirir alimentos en la calle. Para eso están las cadenas de comida a la vista o los hoteles de cinco estrellas.

A propósito de pobreza, el lunes en un artículo Claudio De Rosa, con talento y sapiente análisis, cita cifras demostrando que el país no puede costearse la compra de aviones. El Centro de Estudios Jurídicos argumenta el mismo día que la adquisición podría violar tratados centroamericanos en materia de equilibrio armamentista. Ambos señalan la prioridad de otros gastos, incluyendo los míseros sueldos de los soldados, así como que los aviones no son apropiados para lo que se supone servirían, como el combate del narcotráfico y la ayuda en calamidades públicas.

Hay mucho de cierto en esos y parecidos razonamientos. Pero falta conocer las motivaciones geopolítico-militares, que no pueden publicarse. Del país con el cual hemos tenido más conflictos, y el último no está completamente cicatrizado, se dice que tiene la mejor fuerza aérea de la región. De otro de nuestros vecinos hemos visto su arrogancia, agresividad y desprecio por las instancias internacionales. Nuestros militares deben tener motivos que no pueden decir para emprender la polémica adquisición.

Sueños del alcalde. Aviones de la FAES

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