31 de Diciembre. Tomado de Diario Co Latino.
Se han cumplido 18 meses del actual gobierno. No hemos escuchado ni leído hasta hoy un informe preciso de los funcionarios ni de la Casa Presidencial. No es indispensable; pero quizá necesario. Todos los comentaristas políticos estamos obligados a ensayar un juicio.
Conocemos, por supuesto, que se trata de un periodo prudente y exhibidor de realizaciones, dudas y tareas pendientes. Solamente en ciertos momentos de nuestra vida colectiva el pensamiento o los hechos políticos han roto las formas convencionales. Por ello el ciudadano
siempre está a la espera de “algo mejor”.
En otros tiempos se acostumbraban las aburridas cadenas de radio y televisión para “informar” de pequeñas obras realizadas y de proyectos por emprender. La demagogia nunca faltaba ni mucho menos la oportunidad del mandatario para “hacerse” un poco de publicidad. Francisco Flores fue un maestro del engaño y la mentira. No se quedó atrás el señor Antonio Saca. Los expertos y asesores en Relaciones Públicas dicen que los informes presidenciales deben ser breves, dibujando en grandes trazos la situación de la república y sus perspectivas. La obra administrativa sería materia de prolijos documentos destinados al cuidadoso análisis de especialistas. El actual mandatario ha dado muestras de ser conciso, de no abusar de los medios de difusión, al menos eso debemos de agradecerlo.
En todo caso, tanto los informes como los resultados de una gestión de un tercio del tiempo presidencial o gubernamental, resuenan tenuemente en los ámbitos verdaderamente populares.
Allá en aquellos lugares donde llega el agua potable a gotas y los servicios municipales se asoman si acaso una vez al mes. Lo importante para esta gente deberían ser los hechos, su reubicación en lugares seguros y con vivienda asegurada. Lo mismo la prestación de la educación y la salud para sus hijos. Esas ceremonias “lujosas” para conmemorar aniversarios no tienen ningún significado, la pompa es para la exportación no para el consuelo biológico de los condenados de la tierra.
Con todo, hemos sabido de buenas intenciones. Ha declarado el régimen su decisión de proteger el poder adquisitivo de los salarios. Se ha planeado a ese fin, una estrategia simplista y técnicamente ilusoria: el aumento de los salarios de los empleados públicos hasta equilibrarlos con el alza de las mercancías. Pero esto resultará vano o quizá contraproducente si no se establecen sincrónicamente, mecanismos eficaces para estabilizar los precios. ¿Cuáles pueden ser?
Es conocido además, que miles de trabajadores del campo y de la ciudad no gozan en realidad de salarios mínimos, ni fijos y en consecuencia, no recibirán ningún beneficio. Todas las declaraciones desde el presidente de la república al último funcionario del área económica, levantan el tono y el entusiasmo, es loable, en defensa de los derechos de los empleados. Sin embargo, parece que la fábula tantas veces narrada en el pasado inmediato, de la armonía tripartita, se ha olvidado. Pues hemos escuchado a las cúpulas empresariales fustigar al gobierno por anunciar esta medida, explicando que no estamos en bonanza ni en situación económica estable para “aumentar salarios”. Esta misma melodía es cantada por los dirigentes del partido Arena. ¿Una coincidencia más en ese rosario de ataques y campaña mediática en boga?
Si nos atenemos a las declaraciones del Ministro de Economía, Héctor Dada, la importancia que se concede a la política económica es grande. Pero ahí están también las cuestiones oscuras, el acoso de las interrogaciones de la esfinge. El desequilibrio entre ingresos y erogaciones subsiste, la economía está, en consecuencia, básicamente enferma. Los informes del Banco Central de Reserva indican que nuestras exportaciones han crecido levemente, pero habría que analizar hasta qué punto esas exportaciones son, en verdad, favorables. La crisis de productos alimenticios es mundial (tema abordado en un comentario anterior), ciertamente, y el acaparamiento de los productos por los países desarrollados, ricos pues, es innegable. Pero también nosotros hemos sido imprevisores, y nos perdimos en vanos acertijos, en el tanteo y en las especulaciones. En materia macro económica diríamos llegamos hasta el desarrollismo engañoso, alimentados con préstamos. Ahora sabemos que llegamos a ese lindero en que han “disminuido las expectativas de endeudamiento exterior y que el equilibrio dependerá, en lo futuro de la tributación interna.
En este trance equilibrista suponemos que el Ministerio de Hacienda habrá puesto en marcha un programa económico para hacer frente por igual a los excesos de la demanda, a las deficiencias de la oferta y a los abusos de la especulación. Propósitos casi inalcanzables, si no se toca, hasta el fondo, la estructura social. Las mayorías poblacionales sabrán, en un futuro muy próximo, si esos deseos se convierten en realidad o se deshacen en neblina que sólo ciega un momento. Todos los hechos, obras o declaraciones no ocultan, ni el sombrío panorama de la república, ni el desaliento que asciende desde el pueblo y llega ya a los niveles de mando. No confundimos lo deseable con lo posible. Desencantados y duro realismo. Nos asimos a él — último argumento— como al único madero que flota en el naufragio. Pero lo contrario es, justamente, el espíritu de una gran política y la materia en que se modela la imagen del estadista auténtico: la capacidad de ambos en convertir lo deseable en posible.
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