Carlos Ponce.29 de Diciembre. Tomado de El Diario de Hoy.
El aparato gubernamental de seguridad, como señalé la semana pasada, permanentemente argumenta que la criminalidad en el país ha disminuido, haciendo referencia a las cifras oficiales sobre la incidencia delincuencial (que no reflejan la realidad que vivimos los salvadoreños).
Justo antes de Navidad, las más altas autoridades del gobierno y el gabinete de seguridad, protagonizaron el descaro más grande hasta la fecha: brindar públicamente celebrando la presunta reducción estadística de la incidencia de ilícitos (según describía el texto abajo de la fotografía publicada por un rotativo). Esta acción de mal gusto, constituye una bofetada para la ciudadanía y un total irrespeto para las miles de víctimas y sus familiares.
Ni el gobierno local de la ciudad de Los Ángeles, que cerró este año con la menor cifra de homicidios desde 1967, cometió este desatino protocolario. Es difícil pensar cómo en El Salvador no se tomó en cuenta la indignación, rabia e impotencia que seguramente sintieron, al observar el nefasto "brindis", las madres y los padres de los miles de jóvenes que fueron asesinados por pandillas durante el 2010, los pequeños comerciantes que diariamente evalúan cerrar sus negocios a consecuencia de las extorsiones, los progenitores de las adolescentes que fueron violadas por pandilleros, las familias cuyas vidas han cambiado permanente y drásticamente por el sufrimiento derivado de la victimización de uno de sus miembros, entre tantos otros que han sido afectados por la criminalidad.
Es increíble cómo el actual gabinete de seguridad, aun cuando cuenta con decenas de millones de dólares más de presupuesto para sus operaciones que sus antecesores (y gozan de los frutos del fideicomiso del gobierno anterior), una oposición política propositiva y decidida a acompañar los proyectos razonables que vayan a favor de frenar la delincuencia, un sector privado que hasta ha aportado ideas para solucionar la problemática de inseguridad y un apoyo sin precedentes de la Fuerza Armada en tareas de seguridad; no ha logrado parar el proceso evolutivo de las pandillas, que parece haberse acelerado desde que las nuevas autoridades asumieron sus cargos.
Durante el 2010, dichas agrupaciones llegaron a tal nivel de organización que coordinaron esfuerzos para propiciar un paro comercial en el mes de septiembre (algo nunca antes visto) y mantuvieron al sistema carcelario en un constante estado de emergencia, provocando desórdenes constantemente en los diferentes presidios.
La evolución pandillera del último año, además se evidencia en la incursión de dichas agrupaciones, cada vez más acentuada, en delitos más complejos, como el secuestro y el robo y hurto de vehículos. Estas estructuras también han logrado penetrar en el préstamo ilegal de dinero (un síntoma alarmante que abordaré en un próximo artículo). Algo muy preocupante, es que, según algunos cafetaleros, los pandilleros han amenazado a los cortadores del grano para que no desarrollen sus labores, ya que pretenden apoderarse de la cosecha de los próximos meses.
Los problemas de seguridad no se han arreciado únicamente por las pandillas. El narcotráfico internacional se ha logrado convertir en una amenaza aún más inminente. Diferentes informes ahora advierten que diversas organizaciones internacionales que se dedican a este ilícito ya operan en el país. Incluso algunos funcionarios ya empezaron a hablar de la temática. Los narco-barriles incautados (gracias a la ayuda de agencias antidrogas foráneas y no por el trabajo policial local, como lo quiere matizar el gabinete de seguridad) con millones dólares y euros en efectivo, evidencian la incursión de estos grupos en El Salvador.
El aparato de seguridad debe de abandonar los discursos triunfalistas sin fundamento, ya que lejos de haber tenido un año exitoso, éste ha estado plagado de desaciertos y señales de que se avecinan peores momentos. Errores como el señalado al inicio del presente, solamente contribuyen a erosionar la poca confianza que la población tiene en las autoridades.
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